jueves, 13 de diciembre de 2012

Selección de Poemas (2012)

 I
El lugar de las formas
en la espiral del tiempo,
todo igual en la vorágine,
los rostros se despiden
en las aceras del miedo
y el viento regresa
de la misma ausencia.  

II
Las olas quiebran su aliento
sobre mi cuerpo de arena,
una cascada de besos
se derrama lenta y larga
y huyen como las sombras
las penas de la mirada.


   III
Espejismos
grieta de incertidumbre
inútil espera.

Golpean las palabras
en el corazón del sueño,
persiste la realidad
con su dura corteza.


    IV
Desata la brisa
los cabellos de la noche
y la lluvia esparce
el aroma del café.

Herida de ausencia
beso el perfume de tu piel
en cada despedida.


   V
Respiro como nunca la nostalgia
y como nunca tengo la certeza
de tu ausencia.

Tus días terminaron
hace tiempo
mi dolor es apenas
un comienzo.


 VI
En el campo de la luna
los pájaros se han dormido,
la luz se quiebra en las hojas
que respiran en el agua.

El bosque es un ave negra
que se reclina en mi sueño
y una luciérnaga brilla
para alumbrar a las ánimas


   VII
Cenizas desplegadas
            en el viento
arrancadas del árbol
                moribundo,
cuerpo carcomido por el tiempo
sin pájaros
                sin nidos,
ninguna melodía
                acaricia las hojas
                          calcinadas.


        VIII
Rayos de angustia
se cruzan en la mente,
la duda se agiganta,
un tren avanza
en la niebla de la noche
como un sonámbulo perdido
en las redes del destino


         IX
El sol derrite las orillas
solo la luz quiebra el silencio,
el patio brilla
un hilo de agua
dibuja los bordes de la vida.



          X
Latidos de la noche
en los pasillos de luna,
una gota intermitente
derrumba las paredes,
crujen las ataduras,
la vida se desliza
como un río de llamas
que nace en la penumbra.

          XI
Charlas de enamorados,
encuentros clandestinos,
una copa abandonada.
Asciendo a tu deseo
como ola temblorosa
derramada por el viento.
Sacerdotisa de la noche
derrama esencias
en los cuerpos abrazados.


     XII
Subió el aroma de la hierba
hasta mi cuarto,
tus manos
se enredaban con el viento
que acariciaba
mi rostro
lentamente.


  XIII
Huellas del pasado
gravitan en mi mente,
no hay un solo día
que no agonice
por tu ausencia,
sólo espero encontrarte,
después de tanto tiempo,
en los ojos de otros niños
sabiendo que me miras
sin mirarte.
    XIV
El río se devuelve
en el sentido de mi cuerpo,
busca la orilla circular
de la simiente,
húmeda quietud,
arena y musgo
en el lecho oscuro
del fondo del abismo


              XV
Ofrendo
el humo del incienso,
imploro al sol recién nacido,
mas todo es inútil
las trampas del tiempo
borran la memoria
y en una noche larga
se consume la vida.

          XVI
Hilos de agua,
empujan las tinieblas,
inciertas puertas
permanecen cerradas,
los rostros
se burlan de los sueños,
las piezas de nácar
se desploman
y sólo hacen ruido
en el corazón del hombre.

            
             XVII
Avanza el miedo
hasta el borde del grito.
La montaña
es una puerta cerrada
que la angustia golpea,
los pies se hunden
en el círculo del agua,
la lluvia continúa
como una oración
de los tallos sepultados.

          XVIII
Flores moradas
dispersas en la tierra,
piedras solitarias
con despojos del mar
En sus orillas.
El árbol de la vida
permanece en el centro de la casa,
me inclino
por el borde de las hojas
y contemplo el paso de los días.
Nuevos ramos
se confunden con el viento,
nuevos rostros se reflejan
en espejos de su tallo.


        XIX
Cuando la furia del viento
aniquila las palabras
en sombras como cuchillos
todo desaparece.
Solo queda una muchacha
asomada a la ventana
mirando al mar como a un lienzo
donde las olas se mueren.

Busco huellas de los  nombres
en las ruinas del pasado,
sólo quedan los espejos,
el reflejo de los sueños,
cenizas en la  mirada
            
     XX
Traición de las palabras
Diálogo imposible.

Oscuro ángulo
para la pequeñez desmesurada.

Los minutos de la huída
hasta el fondo del silencio
se alargan como un puente
para llegar a la orilla.

Estaré a salvo
En los confines del sueño.



XXI
En cascadas de luz
se derrumba la tarde.

El rostro es un enigma,
grises sombras
se descuelgan de los árboles,
grises sombras
se anidan en el pecho.

Silencio de pájaros dormidos
penetra hasta el fondo de los huesos,
la tristeza es un lago
de sombras y silencios. 


Por Lilia Boscán de Lombardi

La soledad como camino espiritual


Prólogo a la Antología Poética
Puerto de sombras de Lilia Boscán de Lombardi, por Graciela Maturo


La soledad, signo de la vida interior, acompaña a Lilia Boscán desde los inicios de su escritura poética. He conocido sus libros antes de verlos reunidos en esta obra que pone de manifiesto la singularidad de su voz poética, tocada por la melancolía. Según ella misma nos ha contado, publicó sus poemas en diversas revistas hasta reunir su primer libro, Voces de la memoria, en 1995. Siguieron a éste Surco de origen (2000), En el corazón del vértigo (2002) y Desde el signo que me nombra (2008), reeditados recientemente y reunidos en esta antología juntamente con Letra herida, un libro hasta ahora inédito. Todo lector advertirá la continuidad y unidad profunda de esas obras.
De la primera a la última página se percibe la presencia de un yo en vigilia, consciente de sí, tratando de dominar su afectividad doliente. Un yo que asume una actitud estoica sumando su dolor al dolor del mundo, pero confiando a la vez en el poder redentor del sueño, la imaginación, la palabra. Esa fidelidad al destino poético es vía de salvación e iluminación que se comunica al lector por la vía indirecta de la belleza.
Dibujos en la arena”, “pasos fríos en la noche,” forman el itinerario de esta vida marcada por el sufrimiento y la incomprensibilidad del estar vivo. Duelos y ausencias intensifican al menos en dos momentos ese dolor persistente: la ausencia del padre y la madre, en el primer libro, la pérdida de la hija pequeña - Lilia Carolina - en los últimos.
Lilia elige un tono apagado, alejado del brillo y el énfasis. En el suelto discurso de su habla poética se marcan a veces los ritmos del romance octosílabo o heptasílabo, como asimismo algunos aires de fuga que repiten un pie rítmico de cuatro sílabas, o endecasílabos sueltos. El resultado es un decir de cierta musicalidad suavemente señalada.
Su léxico es amplio, y frecuenta la gama de los tonos oscuros prefiriendo voces como lluvia, neblina, abismo, noche, sombra, nube, viento, que configuran un paisaje nocturnal acorde con un temple de ánimo inclinado a la soledad, el silencio y el recogimiento. La creadora apela a las imágenes elementales del aire y el agua, buscando la levedad de lo inconsútil, la fluidez de lo inasible.
La pregunta se instala a menudo en este decir poético como el reclamo lírico del ser arrojado en el mundo, que busca afanosamente el sentido del todo.
La rememoración irrumpe en el presente con su carga de afectividad, deteniendo hasta cierto punto al tiempo que transcurre con monotonía. Siente la autora el peso espiritual de la reminiscencia y la aplica al rescate de los seres amados, de lugares y momentos vividos. Valora la palabra como cauce de la interioridad y también como arcano que se abre en el fluir de los días, guiando los pasos del solitario.
Algo de plegaria se instala en este discurso sensitivo y tenaz que lucha contra el olvido y el sinsentido. Los leves poemas de Lilia Boscán descubren las inflexiones del ánimo en espera, habitado por el miedo, el ansia de inmortalidad, los nidos o refugios de la memoria que se constituyen en baluartes frente a la implacable entropía que destruye los cuerpos. La muerte se torna omnipresente.

Tanta muerte grabada
en las piedras, en el agua

El alma solitaria penetra en un bosque con peldaños de acero. Su visión del entorno se halla traspasada por la subjetividad anhelante y dolida. Se trata de una poesía que sugiere más que describir; podemos hallar en ella continuas referencias a casas deshabitadas, árboles que se deshojan, aguas cansadas, con gestos que acompañan la caída y otros que intentan de algún modo la reordenación, el rescate.
Prevalecen las imágenes del vacío y la desolación, ante los cuales el alma despliega con heroísmo su batalla silenciosa. Por momentos percibimos cierto clima onírico en que se borran los límites de vida y muerte.

El tiempo se deshoja lentamente
y nadie sabe el camino de los muertos.

El hilo desplegado une los fragmentos
y encuentras el origen.

La muerte se muestra como realidad cotidiana y acaso como perfección del mundo corruptible. Lilia ama los estados crepusculares, la penumbra del amanecer o el anochecer; prefiere transitar esas zonas de frontera que remiten a la muerte o el sueño. Registra instantes fugaces, que parecen cargarse de significación a través de la afectividad que los traspasa.

Nubes amarillas se alejan lentamente
arrastrando los fragmentos de mi vida

La presencia del yo y sus derivaciones asegura la continuidad subjetiva del discurso y le confiere unidad. Nos es dado asistir a los avatares de un alma ansiosa de sentido y origen, tocada por una vocación metafísica irrenunciable. Ella, perdida en el laberinto, intenta coordinar vida y muerte, vida y sueño, en una búsqueda que adquiere tonos universales.

Agua del origen
surco de origen
misterio del hombre.

Mi aliento deja su huella
en los castillos del aire.

Camino sola
sobre restos de caracol
sobre ruinas de recuerdos.

Se perfila en los poemas de Lilia Boscán un camino de introspección conducente al conocimiento profundo del ser. Busca su propio rostro… Porque mi rostro es apenas una huella deshojada en los círculos del agua. Reconoce los hitos iniciáticos de su andadura solitaria, los signos del vivir, el morir y el renacer, en suma el sello de la inmortalidad impreso en la criatura humana, sin que esto alcance a borrar su fragilidad y desamparo:

con ganas de vivir
un poco más
con los muertos
de la tierra.
……….

nacer varias veces
de la misma herida
……….
Amantes en una roca
como dioses inmortales.
…………..

Signos milenarios
grabados por los dioses
en el altar del viento y la ceniza.

Se ve extraña de oficio, naciendo entre las manos del amante, reinventando su propio rostro. Esa búsqueda del propio rostro, que es signo del descubrimiento del ser como núcleo de la persona, conduce a la extra-posición, la mirada desde afuera: observo mi cuerpo ajeno. Desde esa mirada se es capaz de asistir al derrumbe de la propia vida, tomando conciencia de la disolución de lo aparente. Tomo algunos ejemplos:

Y yo, un náufrago en medio de la nada…

……..
Se inmola la vida
en altares de hierba

¿Soy yo
o es la otra
que me habita?
…….
Me llamo
me nombro
abrazo mi dolor
de semilla desterrada

La idea de exilio en el mundo, que es una idea gnóstica, ha penetrado también en la tradición cristiana, y lo ha hecho especialmente a través de los poetas, como puede verse en autores de diversas épocas. En Lilia Boscán, como en el argentino Ricardo E. Molinari, aparece esta idea del hombre en orfandad, exiliado del Reino.
Asoma en la poeta la conciencia del propio error y errar mundano. Las palabras respiran incertidumbre. Vuelve una y otra vez la nota de la palabra herida, el sol cansado, mostrando una situación de naufragio.
El viento, imagen simbólica del espíritu, es una constante del mundo imaginario de Lilia Boscán. Es una presencia fuerte que remite a lo numinoso y oculto, pero también se revela como implacable y cruel.

el viento arrastra
el lamento de los muertos

el viento continúa
alisando piedras

doblando mi cuerpo
sin ningún acuerdo establecido.

La poesía, entendida como rito y ceremonia, nombra lo apenas entrevisto o presentido, el lado oculto de la realidad. Golpean las palabras en el corazón del sueño… ..El mundo es una hoguera, una tumba que espera…., como si un velo de neblina cubriera la realidad de los objetos.

Desfilan las nubes
vestidas de luto
y los rostros lloran
frente a la ventana
…………
El mar es un camino
incierto al infinito

Todo desaparece
…………
el sol se eclipsa
en un campo de sombras.


La ausencia infinita marca la poesía de Lilia Boscán y le confiere un tono fuertemente elegíaco. Poesía eminentemente subjetiva, animiza la naturaleza, extiende lo concreto hacia lo invisible. Llora el devenir del tiempo irrecuperable; sólo en ciertos momentos la intuición de eternidad logra calmar los tonos de la angustia, y alcanzar la serenidad de lo bello:

Vigilia de los astros,
raíces de luna
en la simiente del la noche,
cristal tallado por los días,
penumbra de pájaro dormido
en las aguas del origen.

pétalos de sombra
se anidan en mi pecho.

La autora describe situaciones reales y a la vez metafísicas, que entrecruzan redes de sentido en el mundo real, aparentemente indiferente. Comunica la sensación de sentirse atrapada en una red oculta. Su palabra, que adquiere tonalidades proféticas, da cuenta de un mundo que declina e instala revelaciones apocalípticas. Se ve a sí misma en ese mundo tocado por la irreversible caída de la materia. Voces, visiones vagas, escenas de amor miradas desde afuera, desfilan en sus poemas finales. El dolor, las pérdidas personales, se suman a esta percepción de la ausencia, pero no se trata tan sólo de un dolor personal, trasciende de él un reclamo existencial por la condición humana.
En muchos casos el yo resulta elidido, reemplazado por un modo presentativo aparentemente impersonal, nominal. Así se presentan paisajes irreales, oníricos, lunares, y la mirada percibe la circularidad del tiempo, río que vuelve. La imaginación y el sentimiento se apoderan a menudo del discurso. La crueldad del mundo, que condena a los hombres, justifica el recogimiento, la intimidad con el río, la lluvia, el árbol.

los hombres, ciegos, indefensos
con la muerte a su lado, cabalgando
……………

la fila de los condenados
…………….

El poetizar de Lilia Boscán recoge momentos fugaces de esplendor. Vive el acto de la palabra como ofrenda y rito, acaso un rito salvaje y escondido que va dejando un surco en el alma, transformando el caos en cosmos, dando lugar a un ser dolorosamente renovado. El sueño es la frontera del tiempo, los espejos-rostros son guías hacia el misterio.

Grandiosa unidad
de las mareas,
desmesurado esfuerzo
de los astros
……….

En cascadas de luz /
se derrumba
la tarde
…….
niebla, bosque de silencio
montaña herida
mar llorando.

El dolor de la pérdida la remonta a su destino total, su infancia, su vocación materna. Se imponen las imágenes del ciervo herido, el árbol de neblina. Frente al núcleo sagrado de la infancia se perfilan escenarios de simulacro, máscaras ante las cuales

el alma se refugia
en el último silencio


La autora va imponiendo delicadamente una imagen de sí misma, la de una mujer en la ventana mirando el cielo, las nubes. Esa mujer heroica, asomada al mundo, registra sus remembranzas, conoce los peligros y la alegría del abismo, intuye su realización metafísica. Su palabra, que parece surgida de un pacto con el silencio, quiere ser apenas audible, guardar la riqueza de las horas calladas.
Podría hallarse en estos poemas cierta marca surrealista constatable en su inclinación a la imagen, su atención al sueño y el azar, su entrega a una realidad sin límites. Pero prefiero considerarlos ajenos a las modas de la época y atribuir ese “superrealismo” a cierto cristianismo gnóstico, ciertamente redescubierto por varios surrealistas. En ese decir hay un culto de la imagen que aparece esporádicamente como cuando dice, en un perfecto endecasílabo: un barco anclado en un jardín de flores. o en este otro ejemplo: Nubes como un cortejo de flores azules…

La voz profética adelanta su convicción de la caducidad de lo visible, su fe en la palabra, su afirmación de la nocturnidad salvífica, que se expresa de diversos modos.

El cielo se oscurece,
la noche avanza.
………

me volveré arena
y nave de silencio
………
Estaré a salvo
En los confines del sueño.
…….
Segundo nacimiento
en un bosque de palabras


La poesía de Lilia Boscán es un canto solitario que se contrapone al ruido del mundo; una ofrenda que incendia las palabras para transformar el dolor en belleza. Podríamos decirlo con una de sus bellas imágenes:

Un bosque
navegando en la intemperie





Graciela Maturo
Buenos Aires, 23 de noviembre de 2009.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

El Amor Trágico del Joven Werther


Johann Wolfang Goethe (1749 - 1832) es considerado uno de los grandes escritores alemanes, famoso por sus numerosas obras entre las que se destacan Los sufrimientos del joven Werther (1774); sus dramas Ifigenia en Táuride (1787); una colección de novelitas breves , Conversaciones de emigrados alemanes (1795); la obra épica Germán y Dorotea (1797); la tragedia La hija natural (1799). Obras escritas en la madures son: La novela Las afinidades electivas (1809), Los años de peregrinaje de Wilhelm Meister (1821, revisado en 1829); Viajes italianos (1816); Poesía y verdad (autobiografía publicada en varias entregas, 1811-1833); un poemario Diván de Oriente y Occidente (1819) y su gran poema coral Fausto cuya versión final apareció un año después de su muerte que ocurrió en Weimar el 22 de marzo de 1832.
Goethe nació el 28 de agosto de 1749, en Francfort del Meno, Hesse, Alemania. Su gran curiosidad lo impulsó a ser un gran lector y acucioso investigador, no solo en el campo de la literatura y el arte, sino también en varias disciplinas científicas como la geología, la química, la osteología y la óptica concibiendo una teoría de los colores distinta a la de Isaac Newton.
Se puede considerar a Goethe como un enciclopedista cuyo afán de saber lo llevó a incursionar en distintos campos del conocimiento; se distinguió por poseer una vasta cultura y por haber participado activamente en la vida cultural de su época, específicamente en la ciudad de Weimar en la cual dirigió el Teatro Ducal entre 1791 y 1813.
Aunque comenzó a estudiar Derecho en 1765 en Leipzig, no pudo continuar por razones de salud y dos años después, continuó y culminó estos estudios en Estrasburgo. Sin embargo, no fue el ejercicio de esta carrera lo que le entusiasmó en la vida sino el arte, la literatura y la investigación científica, sobre todo la literatura, que fue su verdadera pasión. A los veinticinco años publica su primera obra, Los sufrimientos del joven Werther, obra fundamentalmente romántica.
Esta obra contiene elementos autobiográficos ya que se inspiró en el amor profundo que sintió por Charlotte Buff cuando él hacía prácticas de abogado en Wetzlar. Apenas la conoció se sintió impresionado por su belleza tanto física como espiritual, pero desde el principio supo que era un amor imposible porque era novia y prometida de un colega, el joven Johan Christian Kestner. En la novela, Charlote es Carlota (Lotte) y Johan es Alberto. Este amor sin esperanza es el tema central del Werther, los sufrimientos por amor y el final trágico, son elementos característicos del género romántico. Goethe, en esos años en que empezó a ejercer en Wetzlar, colaboró con Herder, teórico del arte y la literatura, en la redacción del manifiesto fundador del movimiento “Sturm und Drang” (Tempestad e Ímpetu), que fue considerado el preludio del Romanticismo alemán.
Con esta novela, Goethe consiguió un gran éxito como escritor. Fue leída con entusiasmo y avidez porque en ella se expresan las emociones y los sentimientos del amor unido al dolor de la frustración y el desengaño. Dicen que se generó una ola de suicidios entre jóvenes y adolescentes de la época bajo la influencia de esta novela.
Está escrita en primera persona en estilo epistolar, dirigidas las cartas a un amigo muy especial; está estructurada en tres partes: Libro I; Libro II; El editor al lector (III) La primera carta con la que se inicia el Libro I tiene fecha de 4 de mayo de 1771, época del alejamiento de su hogar y de su ciudad natal y del comienzo de la estadía en otra ciudad. Si nos atenemos a su biografía, la ciudad a la que llega es Wetzlar, a donde fue ejercer después de haber terminado sus estudios de Derecho en Estrasburgo en 1771.
Esta novela escrita con lenguaje rebosante de lirismo, es un emblema del romanticismo; además del amor trágico, está presente otro gran tema, el de la naturaleza, escenario vivo de esta historia de amor. La naturaleza es fuente de poesía: “Cada árbol, cada matorral es un ramillete de flores y uno querría volverse abejorro para revolotear por este mar de aromas, encontrando en él todo su alimento”.
Los sentimientos expresados guardan relación con el ambiente que le rodea. Su espíritu de “admirable serenidad” es semejante a una “dulce mañana primaveral”. La naturaleza es descrita con adjetivos que expresan belleza y paz: “ameno valle, alto sol”, “alta hierba”; las imágenes se multiplican para describir una naturaleza que se despliega como un gran lienzo de belleza en el que se enmarcan el amor y el dolor de los amantes; idealiza a la naturaleza y también a la mujer amada dotándola de absoluta perfección: es bella, es abnegada, dulce, honesta, inocente y pura, pero es inalcanzable. Es un amor imposible porque ya está comprometida y el matrimonio es inevitable. Cuando la describe rodeada de las hermanas, de once a seis años, repartiéndoles el pan de la merienda, es una imagen de tal plasticidad que más bien parece la versión literaria de una pintura renacentista.
Sentirse enamorado, no solo de Carlota sino también de la naturaleza y de la paz que prodiga, es bastante para su felicidad: “Vivo unos días tan felices como los que reserva Dios a sus Santos, y ya puede ser de mi lo que sea, que no puedo decir que no haya gustado los gozos, las alegrías mas puros de la vida…. Conoces mi Wahlheim: allí me he establecido del todo, y desde allí estoy solo a media hora de Carlota; allí me siento yo mismo, y siento toda la dicha que se le ha dado al hombre” .

El libro, no solo es el relato de un gran amor, sino es un compendio de sabiduría, en el que se leen una serie de reflexiones del autor que observa todo, que piensa y saca sus propias conclusiones sobre el vivir humano. De las personas que viven en continuo movimiento, en continua búsqueda, muchas veces a ciegas, sin saber qué es lo que quieren, dice al respecto: “Así, el más intranquilo vagabundo vuelve al fin a anhelar su patria, y en su cabaña en el pecho de su esposa, en el círculo de sus niños, en las ocupaciones de la casa, encuentra la delicia que en vano buscó por el ancho mundo”. Valoriza la vida cotidiana, los pequeños placeres domésticos, la paz que provoca la lectura de un buen libro como las obras de Homero, las bondades de la vida patriarcal, la felicidad de plantar unas semillas, ver crecer el árbol y disfrutar sus frutos.
Es sabio cuando reflexiona sobre lo poco agradecidos que somos los seres humanos a pesar de tantos regalos que nos hace Dios a lo largo de nuestra vida y dice “Si siempre tuviéramos el corazón abierto para disfrutar lo bueno que Dios nos depara día tras día, tendríamos también bastante fuerza para soportar el mal cuando llega”. Otra reflexión es con relación a la felicidad del hombre; Werther, después de una conversación con un loco, dice ¡Dios del cielo! ¿has puesto como destino a los hombres que no sean felices sino antes de tener uso de razón o cuando la pierden?.
Los tormentos y al mismo tiempo las esperanzas del amor los vive el joven Werther que se debate entre la fuerza de su pasión y la esperanza de ser correspondido.
El amor de Werther es tierno y apasionado y solo vive para pensar en ella, para disfrutar de antemano la próxima visita: “! La veré! Exclamo por la mañana, cuando me alegro mirando con toda felicidad el hermoso sol: ¡La veré! Y ya no tengo otro deseo durante todo el día. Todo, todo desaparece en esta perspectiva”.
La tragedia se vislumbra porque Carlota tiene dos adoradores: Alberto y Werther; es un triángulo en el que los dos desean el mismo objeto; ambos se llevan bien, tratándose con afecto y respeto pero la presencia de Alberto al lado de Carlota, lo llena de dolor y busca anhelante, los momentos en que ella se encuentre sola. Las dudas lo asaltan y a veces piensa en irse, en alejarse definitivamente de ella. En las cartas a Guillermo, en las conversaciones con Alberto o con Carlota expresa sus pensamientos y sus ideas en torno a diversos temas como el del suicidio.
En el relato están presentes los contrastes: riqueza y pobreza; alegría y tristeza; amor y muerte que son los dos ejes primordiales; la naturaleza, es radiante cuando el espíritu también está radiante pero es gris si el ánimo también es gris; cuando el espíritu está abrumado por la incertidumbre y la tristeza, Werther se debate entre permanecer cerca de Carlota, a pesar de la imposibilidad de su amor o alejarse de ella; hace lo segundo y se va a trabajar como consejero del Embajador en la Corte. Hasta aquí es el Libro I. En el libro II cuenta su estadía en la Corte en el período del 20 de Octubre de 1771 hasta el 5 de Mayo de 1772, fecha en la que renuncia para viajar nuevamente, esta vez a la finca del Príncipe heredero quien lo había invitado amablemente; visita también su ciudad natal en la que evoca a la infancia. Vuelve a encontrarse con el tilo que estaba a un cuarto de hora de la ciudad, meta y límite de sus paseos. Volvió a ver la sierra, los bosques y los valles; en la ciudad, las casitas de las huertas, la vieja casa de la infancia, la escuela ahora transformada en tienda y tantos otros sitios en los que vivió momentos felices. La evocación de la infancia y la consecuente nostalgia es otro rasgo de la literatura romántica, así como el amor a lo propio, a la tierra natal.
En el tiempo de la ausencia, durante su estadía en la Corte, Carlota y Alberto se casaron y el dolor es ahora insoportable; otra vez la naturaleza es término de comparación para el estado de su espíritu: “como la naturaleza se inclina hacia el otoño, así se hace otoño en mí y alrededor de mí: mis hojas amarillean, y ya han caído las hojas de los árboles cercanos”. La naturaleza aunque sea espléndida se presenta yerta y su visión ya no es fuente de ventura. Siente vacía su alma y cada vez el tormento es mayor, por eso afirma que el destino del hombre es siempre soportar su suerte y apurar su cáliz.
El sentimiento religioso, la constante alusión a Dios, es otra constante en este relato romántico. Hay momentos en que se queja del silencio de Dios diciendo: “Solo estoy bien donde estas TÚ, y quiero sufrir y disfrutar ante tu rostro. Y TÚ, amado Padre Celestial, ¿No me has de escuchar?”.
El matrimonio de Carlota es una tortura. Cada día está más desesperado. En este estado de angustia permanente la figura de Carlota lo persigue, y con reflexiones profundas sobre qué es el hombre y el destino, termina la segunda parte del relato.
En la tercera y última parte, Del editor al lector, escrita en primera persona, se narran los últimos días de Werther, insertando cartas y toda la información que el nuevo narrador pudo recibir de todos los conocedores de la historia. Cuenta el desconsuelo y el hastío creciente de Werther y el desequilibrio total de su espíritu; tal infelicidad, tal congoja consumió las fuerzas de su espíritu hasta un grado que la vida se convirtió en una pesada carga y solo ansiaba morir. La relación de amistad entre los tres amigos ha cambiado. Alberto, celoso, ha pedido a Carlota que lo aleje de ella; Carlota estaba firmemente decidida a hacerlo. El drama radica no sólo en la pasión imposible de Werther, sino en la intranquilidad creciente de Carlota. Ante la idea del alejamiento de Werther, su espíritu se ensombrece y empieza a percibir que también ella lo quiere: “Todo lo que ella sentía o pensaba como interesante, se había acostumbrado a compartirlo con él, y su alejamiento amenazaba abrir en el ánimo entero de Carlota un vacio que no podía volverse a llenar”. La pasión se vuelve incontenible y en un arrebato “Él la estrechó entre sus brazos, oprimiéndola contra su pecho, y cubrió sus labios vacilantes y balbucientes con ardientes besos.

La convicción de que es amado lo sume en una gran perturbación porque, a pesar, de esta felicidad, el amor continúa siendo un amor imposible; no quiere causar ningún daño a la pareja y ahora ve, aun más claro, que tiene que morir, que tiene que ir al Padre: “A éste me quejaré, y Él me consolará hasta que tú llegues; y saldré volando a tu encuentro, y te abrazaré, y quedaré contigo en eterno abrazo a la vista del Infinito"
Finalmente, Werther termina con su vida disparándose en la cabeza, dejando escrita en su última carta todo el amor a su amada Carlota. Se produce la tragedia porque no ha sido posible evitar el desenlace de dolor y muerte. Los sentimientos han triunfado por encima de la razón.
El amor y la muerte se han encontrado para dar fin a este relato que contiene todos los elementos del género romántico, expresado con la belleza poética que solo puede hacer un gran escritor. Elementos biográficos están allí pero solo el estilo y la sensibilidad de Goethe la convierten en una obra trascendente y universal.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Puerto de sombras


Palabras de presentación del libro Bosque de Sombras de Lilia Boscán de Lombardi.
Salón Hesnor Rivera. Biblioteca Pública del Estado Zulia.
Maracaibo, 12 de septiembre de 2012

Puerto de Sombras

Leí en alguna parte que Federico García Lorca había dicho que la poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio, pero, de ser así, cuál es ese misterio. Tagore, poeta hindú, entendió que ese misterio no era otra cosa que el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos. Ahora bien, qué eco es ese. Puedo seguir ahondando y ahondando en preguntas, pero llegando a una misma conclusión: la poesía no tiene conclusión puesto que en ella se agolpan todas las posibilidades. De tal manera que, si le pregunto a la poesía ¿Qué es la poesía? ella me dirá lo que es desde la poesía misma. Creo que por eso en algún pasillo de la Universidad del Zulia, el poeta Hesnor Rivera, me dijo: la poesía siempre es otra cosa siempre y se fue arropado por su risa de trueno secreto.
Sea lo que sea la poesía parece estar ligada muy íntimamente a la sensibilidad humana. Quizás por ello Adorno desesperado dijo que después de Auschwitz no podría volverse a escribir poesía. Sin embargo, y pese a que después de Auschwitz vinieron otros Auschwitz disfrazados con otras máscaras, se continuó escribiendo poesía. ¿Cómo ha sido posible que en medio del fango espeso de la oscuridad humana pueda seguirse escribiendo poesía? No lo sé, pero Miguel de Cervantes solía decir que los tiempos en que es más abundante la poesía, suelen también serlo de hambre y la poesía, después de todo es más profunda y filosófica que la historia, dirá por otro lado Aristóteles. Entonces, los tiempos oscuros, los tiempos bárbaros, los tiempos de bajeza, vileza, cobardía y laxitud están condenados a ser cantados y purificados, si quiere verse así, por la poesía. Creo que a eso y no a otra cosa debemos la ocasión de estar aquí reunidos para presentar Puerto de Sombras que, más que una antología, es la vida poética de Lilia Boscán de Lombardi.
Puerto de Sombras reúne toda la poesía de Lilia Boscán de Lombardi. Están acá Voces de la Memoria, Surco de Origen, En el Corazón del Vértigo, Desde el Signo que me Nombra y, un texto inédito hasta ahora llamado Letra Herida. Es esta una antología que también puede leerse como un muy humano tratado acerca de la afectividad doliente tejida desde la cristalina intimidad entre la imaginación y el sentido poético. María Zambrano lo llamaría conocimiento poético que, dirá ella, no es más que el ciego ímpetu de la vida que se arrastra por un cuerpo, por su cuerpo, por sus cuerpos, ya que ninguno le basta. Puerto de Sombras significa, sin temor a equivocarme, la patria de las raíces de Lilia, allí, en sus profundidades arden como soles perennes las fuentes de donde mana la caricia con la cual acaricia la vida: agua, aire, noche y muerte. Cuatro palabras, cuatro instancias donde se fraguan las mismas heridas de Miguel Hernández.

El mar es como un espejo

En Posiciones y Proposiciones (1928) Paul Claudel advierte que todo lo que el corazón desea puede reducirse siempre a la figura del agua. ¿Reducirse?, me pregunto. ¿Cómo siendo el agua el vehículo de la naturaleza, así la contemplaba Da Vinci, podemos hablar de reducción? El agua es principio fecundador y elemento a través del cual transita la fluidez de lo incognoscible. Bachelard entiende que para la imaginación todo lo que corre es agua; todo lo que corre participa de la naturaleza del agua. El agua que a veces es lluvia, dirá Lilia Boscán de Lombardi, borra la imagen reflejada en el espejo y nuestros pasos se deshojan en sus propios círculos. El agua entendida como elemento maternal, como principio femenino, como sustancia de pureza y purificación está presente en la poética de Lilia Boscán de Lombardi. Presente como complejidad esencial de una moral líquida donde busca lavarse el rostro la racionalidad para poder sentir a través de la iluminación de los sentidos.
Las voces de la memoria de la poeta transitan, corren como testigos de su vida y de su palabra. Sacuden las tardes muertas chapoteando en forma de recuerdos para volverse luego raíces perdidas en el agua solitaria. Voces que van cantando el testimonio de la construcción de sí misma cubriendo cada vez los viejos temores, la monotonía de las horas, el miedo de buscar, dirá Lilia, y no encontrar más que imágenes deshechas en el agua. Las voces de la memoria movidas por sus ríos interiores tallan el alma de las cosas que la acosan desde las ansias labradas por los silencios del insomnio. Voces que hurgan en el mar de la memoria y la regresan a su origen. Regresar para olvidar lo que no se olvida. Entonces el agua parece transformarse en la poesía de Lilia en símbolo de la consciencia o, como queda explicado en los cantos védicos, símbolo del océano inconsciente del que debe emerger la Divinidad, pero, qué es esta Divinidad, pues, ya lo hemos dicho con María Zambrano: el conocimiento poético.
Conocimiento poético que parece vislumbrarlo Lilia a través de un mar hecho camino incierto al infinito donde puede respirar la nostalgia y el dolor maravilloso de quedarse sin certezas, de susurrar historias que sólo a ella le pertenecen, de inclinarse para ascender al deseo como ola temblorosa. Palabra ardiente que se derrama en esencias sobre los cuerpos abrazados de aquellos que persisten en amarse pese a la duda que siempre lo arrasa todo. Conocimiento poético que nos abre la razón a una ebriedad sin tiempo donde todo se entiende como cosa nueva, ya que, así lo afirma Lezama Lima, el hombre puede alcanzar por el conocimiento poético un conocimiento absoluto. Un conocimiento total puesto que es asimilado por la totalidad del cuerpo cubierto por la fiebre incandescente de sentir. Sentir desde esa intuición siempre ambiciosa de los hijos de Dionisio que rugen al abismo que desea engullir a quienes quieren descender. Sentir, pero sentir ardorosamente, afectuosamente, gozosamente, desde la totalidad de la experiencia de estar vivo. Estar vivo que es, como ya ha dicho la propia Lilia, buscar nuestro propio rostro en el fondo del patio dentro de las aguas que guarda el viejo tinajero.

En los castillos del aire

Graciela Maturo nos dice que Lilia ama los estados crepusculares, la penumbra del amanecer o el anochecer; prefiere transitar esas zonas de frontera que remiten a la muerte o al sueño. Poemas que parecen haberse fraguado justo en el momento en que nos detenemos para contemplarnos desde el suspiro. Poemas escritos desde el frágil estupor donde el aire suele devolverse y sólo la simplicidad puede dar cuenta de lo respirado. Ese suspiro seguirá, nos dice María Zambrano, seguirá y nadie sabe quién lo podrá recoger, nadie sabe quién lo podrá esperar. En ese suspiro que sigue, que es aire disperso en la trama de la noche, late el secreto del Ser que es, al mismo tiempo, luz y sombra, tierra de bocas, imagen, lugar ilimitado. Suspiro que nos habla de un logos no encontrado y todavía por encontrar.
La palabra de Lilia late, palpita en las entrañas del aire que respira incertidumbre. Aire que golpea dulcemente en la cara limpiando la mirada para poder contemplar la fuga de los alacranes que regresan temblando todavía en la perplejidad del enigma. Aire que se revuelve entre los misterios del toro como una ofrenda a la semilla esencial, al surco de origen. El aire respirado en las palabras de Lilia Boscán de Lombardi viene dando manotazos al vacío para hablarnos de lejanas voces marinas, del amargo sabor de la ausencia, de una herida abierta cautiva en el dolor que balbucea la memoria. Una herida que el mismo aire canta como pájaro escondido que picotea en la sangre que sangra entre la sublime transparencia de una estrella diminuta. Yo conozco ese dolor que no deja de punzar cada noche y que abraza la poca luz que llega a las entrañas.

El día está agonizante

La noche, en Lilia Boscán de Lombardi, es el fondo del silencio sin caricias ni palabras donde solemos besar los escombros de todos los recuerdos. La noche, como la poesía, siempre es otra cosa, es, por ejemplo, reducto de lo divino, espejo invertido de nuestro mundo, fulgor de la Naturaleza, espacio inmutable donde se desnudan los cuerpos solares de lumbres que quiebran el olvido. La noche, espacio vital donde los amantes se lamen las heridas, es, como diría Goethe, la mejor mitad de la vida o quizás sea una puerta muda y fría abierta a mil desiertos como advirtiera Nietzsche. Sin embargo, Lilia insiste en afirmar, con el aroma intacto de las plantas en las manos, que la noche, la noche de su alma, es un mar ansioso donde pescadores morenos lanzan en la oscuridad sus largas redes de esperanza.
Lilia habla de la noche y puedo contemplar, en el fondo de sus palabras, a Novalis tejiendo himnos infinitos sobre el pálido rostro de la amada que lanza besos de fuego desde el corazón de la tierra. Veo a Hölderlin lamiendo misterios en el vientre mismo de la locura. Contemplo a Keats lleno de lunas plateadas resplandeciendo con un brillo distinto, un brillo de fuego demoníaco que soplaba en su frente. Veo a Lilia desde el fondo inquieto de sus palabras sembrando en la penumbra bosques de canto oscuro, sucesiones de instantes que van dando forma a una agonía que persiste ciega de colores y formas. La noche, siempre la noche, de donde partimos para volver siempre.
La noche es un tiempo sin tiempo donde el ser se abandona al vivir sin realidad. Dejarse ir, dirá María Zambrano, entre vida y ser, o entre ser y vida: ser en la vida o vivir bajo el ser como cielo único, como invisible, negro cielo, en la noche del ser. La noche en Lilia Boscán de Lombardi es un sin tiempo visceral que late desde la vida misma en su espesa mundanidad. Mundanidad que permite pro-crear la belleza del sentido, que sublima el sentido mismo de la existencia, que nos vuelve amos y escultores de nosotros mismos. Durante la noche la vida se inmola y, en ese transitar de sombras, Lilia aprovecha para preguntarse si eso que palpita es ella u otra que la habita. Durante la noche, Lilia es círculo que se estrecha y se expande para iluminar los abrumados pasos del amante que la acompaña. Pasos que son testimonios de un largo deambular por la vigilia que contiene las palabras, el misterio ignoto del suspiro detenido. Durante la noche, Lilia se fragmenta y se unifica en una lámpara encendida que despliega sus alas para convocar la llama secreta de los planetas y así, en medio de esa oscura luz secreta, contemplar todas las formas posibles del universo.
El agua y el aire son nombres a través de los cuales se dice la noche en la poesía de Lilia Boscán de Lombardi. Ambos caminos suponen el ascenso al Ser que se debate en la palabra que pronuncia las bocas de una herida abierta. Una herida que guarda Lilia arropada en el cálido fuego del hogar de su alma. Un pequeño cuerpo que es canto de agua, sublime transparencia de gotas derramadas en el candor de la piedra surcada de raíces. Raíces, marcas visibles que le surcan el cuerpo y que esperan el nacimiento del silencio profundo de la noche para crecer hacia dentro, hacia afuera, desde la fragilidad del cuerpo que nace de su cuerpo. Agua, aire y noche confundidos en la encrucijada de un corazón todavía sonriente que a veces es página en blanco, a veces puerto de sombras, otras veces signo que lo nombra todo y otras tantas, deseo ardiente de mantener la casa iluminada hasta el día posterior al encuentro.

viernes, 13 de abril de 2012

Cecilio Acosta, un ilustre humanista.

Cecilio Acosta (1818-1881) es uno de los grandes intelectuales venezolanos, digno exponente del humanismo durante la mitad del Siglo XIX. Importante escritor y periodista, formó parte, junto a Juan Germán Roscio, Juan Vicente González, Fermín Toro y Rafael María Baralt, de la generación de la Independencia y la República. Además de sus méritos intelectuales, Cecilio Acosta se destaca por sus valores personales, por la integridad y la honestidad que hicieron de su persona una referencia moral insoslayable. Su inmensa capacidad de servicio lo impulsó a actuar para ser útil, guiado siempre por la fe en ideales superiores y por el compromiso con la transformación del país.
Gran cultura y vastos conocimientos se evidencian en su dilatada obra, en sus múltiples ensayos y artículos periodísticos en los que aborda diferentes temas tal como lo hacían los Ilustrados. El ansia de saber era inagotable lo que lo llevó a ser un lector acucioso y reflexivo de distintas disciplinas siendo su norte fundamental la educación para “hacer hombres”, no solamente cultos, sino virtuosos. Por sus muchas cualidades cívicas, la dedicación al estudio y la vocación de servicio, Cecilio Acosta es admirado y respetado por todos los venezolanos.
Cecilio Acosta nació en San Diego de los Altos el 1º de Febrero de 1.818 siendo el primero de los cinco hijos de Ignacio Acosta y Margarita Revete Martínez. El padre murió prematuramente cuando Cecilio apenas tenía diez años. En seria situación de pobreza, la madre, hizo enormes esfuerzos para educar dignamente a sus hijos logrando que los dos varones obtuvieran títulos universitarios. Además de la influencia materna en su educación, otro personaje importante en su infancia y adolescencia fue el párroco de San Diego de los Altos, el Pbro. Dr. Mariano Fernández Fortique quien fue maestro y guía espiritual de Cecilio y seguramente el que lo animó a seguir la carrera sacerdotal, de allí, que a los once años, alrededor de 1.831, Cecilio ingrese al Seminario Tridentino en el que permaneció nueve años hasta 1.840. Fueron años de intenso y fructífero estudio de los clásicos y del latín. Adquirió conocimientos de Teología, Religión e Historia Sagrada. Lee a grandes pensadores y poetas de la Iglesia: Santo Tomás, Fray Luis de León, Santa Teresa de Jesús, y Fray Luis de Granada. En 1.839 había decidido cursar en la Academia Militar de Matemáticas, fundada y regentada por Juan Manuel Cajigal, donde obtuvo el título de Agrimensor. En ese mismo año inicia estudios superiores de Religión en la Universidad Central de Venezuela y el 1º de Septiembre de 1.840 inicia los estudios de Derecho en la misma Universidad de la que egresará, con el título de Abogado, el 6 de Diciembre de 1.848, a pesar de la estrechez económica y el endeble estado de salud que sufrió durante todos esos años.
Siendo estudiante, publica artículos de temática variada, especialmente sobre la tensa situación del país dividido en Conservadores y Liberales, en La Época (1846) y El Centinela de la Patria (1846-1847). Desde entonces hace del periódico o “libro de pueblo”, el vehículo favorito para propagar sus ideas. También utilizó la epístola como es el caso del famoso ensayo “Cosas sabidas y cosas por saberse” en el que analiza cuatro asuntos de gran actualidad en aquellos días: Federación Grancolombiana, Tolerancia Política, Universidades e Instrucción elemental y la cuestión Holandesa en Venezuela.
En 1848 es nombrado Secretario de la Facultad de Humanidades de la Universidad Central de Venezuela y el 29 de Septiembre de 1.853 es electo por unanimidad para desempeñar las cátedras de Legislación Universal Civil y Criminal y la de Economía Política y Legislación Universal en esta Universidad. Antes de un año se ordena su destitución por mandato del General José Gregorio Monagas, quien acudió a una ley promulgada el 7 de Mayo de 1849, que prohibía la provisión de las cátedras de la Universidad a personas desafectas al gobierno. Al respecto, dice el Profesor Elías Pino Iturrieta en artículo publicado el lunes 9 de Mayo de 2011 en el periódico El Universal: “No existen quejas sobre su desempeño, cumple su trabajo a satisfacción y los alumnos respetan su magisterio, pero el docente no ahorra tinta para criticar al gobierno en los periódicos. No participa en conciliábulos contra la mandonería de turno, ni figura con sus gritos en las aglomeraciones pero escribe lo que le parece sobre la crisis del país.” Era una persona incómoda para el gobierno porque Cecilio Acosta escribía muy bien y sus artículos tenían muchos lectores. Había una insatisfacción general sobre el gobierno y Cecilio Acosta había hecho, de la palabra escrita, el arma más temible. Había que silenciarlo y para eso el Presidente pidió a las autoridades universitarias la destitución del molesto escritor. La Junta Gubernativa de la Universidad Central de Venezuela se reúne el 16 de Agosto de 1854 para complacer a José Gregorio Monagas. “Sin señalar argumentos, sin una sola palabra de justificación, porque no la había, en el acta de la sesión, la Junta declara vacantes las aludidas cátedras y ordena la fijación de un edicto en los portones de la institución para que se entere la comunidad de la expulsión del Licenciado Acosta, a quien se le niega el derecho de argumentar en su favor ante el rectorado”. En todo sistema político de fuerza, los intelectuales son una amenaza, de allí el atropello y el abuso de los gobernantes para acallarlos y marginarlos. Eso lo vivió Cecilio Acosta a quien, no solo se le negó el derecho a seguir siendo profesor universitario, sino que también el gobierno presionó en los talleres de la imprenta para que no publicaran sus escritos. Cecilio Acosta, a pesar de todo, siguió firme haciendo patria, escribiendo y luchando por un país mejor, insistiendo en la importancia de la educación, la industria, la inmigración y considerando fundamentales los inventos de la época como la imprenta, el vapor, la electricidad y el telégrafo.
Cuando el General José Gregorio Monagas es sustituido por su hermano, el General José Tadeo Monagas, Acosta lo visita en representación de la misma Universidad de la que había sido despedido y pronuncia un discurso lleno de sabiduría que contiene ideas políticas progresistas .En 1862 lo llama Mons. Dr. Mariano Fernández Fortique (a la sazón Consejero del General José Antonio Páez) para que sea su Secretario Privado. En 1868 se le encarga, junto con otros tres juristas, revisar el Código civil y proponer las reformas necesarias. El 9 de Septiembre de 1872, antes de enemistarse con Guzmán Blanco, éste lo incluye entre los miembros de la Comisión Codificadora Nacional. Junto con el Dr. Juan Pablo Rojas Paúl, integra la comisión encargada de redactar el Código Penal.
Cecilio Acosta tuvo una vasta cultura en la que figura el dominio del latín y de varios idiomas como inglés, francés, italiano, portugués y alemán. Sus conocimientos abarcan no solo los referidos a materias de Derecho sino que incluyen la Historia, la Economía Política, la Literatura, la Filología.
En el ensayo “Cosas sabidas y Cosas por saberse” (Caracas 08 de mayo de 1856) Cecilio Acosta se refiere, como dijimos antes, a temas como Federación, Tolerancia Política, Universidades, Instrucción elemental y expresa sus ideas sobre la Educación y la cuestión Holandesa en Venezuela.
Escrito en forma de carta, dirigida a un destinatario incógnito, alaba la tranquilidad del campo tal como lo hiciera Horacio en el “Beatus Ille” y “Fray Luís de León, en la “Oda a la Vida Retirada”. Con un estilo impecable de hombre culto que reflexiona y medita sobre múltiples temas de interés nacional, aborda el tema de la unión, en el que tanto insistió Bolívar, recalcando la importancia de la federación “la cual no es otra cosa (si el fin es conciliar la libertad y Los gobiernos) que la unidad en la pluralidad y la pluralidad en la unidad”
Se refiere también a la paz, sin la cual no sería posible el adelanto de los pueblos. Con respecto a la enseñanza dice que “debe ir de abajo para arriba, y no al revés, como se usa entre nosotros, porque no llega a su fin, que es la difusión de las luces”.
En el campo de la educación considera que es necesaria la instrucción elemental, poder leer y escribir. “Pero el talento especulativo, las facultades sintéticas, el genio es de muy pocos: el estadista, el mecánico transcendental, el poeta, el orador el médico de combinaciones, el calculador que ve en los números las relaciones, el naturalista que sorprende en los hechos las leyes, se cuentan con los dedos y puede decirse en cierto modo (por lo que hace a la inspiración e intuición) que nacen ya sabidos. La enseñanza secundaria nada da cuando no hay germen, nada, más bien extravía el sentido común, aunque parezca esto paradoja: cuando lo hay, hace sobre él el efecto de la lluvia, que coopera sin crear.

De todo lo expuesto concluye que las universidades “son los cuerpos para los estudios de la última especie”. A las universidades, las critica abiertamente considerando que aportan pocos trabajos científicos y que podrían definirse como fábricas de académicos: “Figúrate ahora por contraposición, un Cuerpo científico como el nuestro, puramente reglamentario, con mas formalidades que substancias, con preguntas por único sistema, con respuestas por único ejercicio; un Cuerpo en que las cátedras se proveen solo por votos, sin conceder al público una partecita de criterio; en que se recibe el título, y no se deja en cambio nada; en que no quedan, con pocas y honrosas excepciones, trabajos científicos, como cosecha de las lucubraciones, y en que el tiempo mide, y el diploma caracteriza, ¿no te parece una fábrica, más bien que un gimnasio de académicos? Agrega ahora, que de ordinario se aprende lo que fue en lugar de lo que es; que el cuerpo va por un lado, y el mundo va por otro; que una Universidad que no es el reflejo del progreso, es un cadáver que solo se mueve por las andas; agrega, en fin, que las profesiones son sedentarias e improductivas, y tendrás el completo cuadro. El título no da la clientela, la clientela misma, si la hay, es la lámpara del pobre, que sólo sirve para alumbrar la miseria de su cuarto; y de resultas, vienen a salir hombres inútiles para sí, inútiles para la sociedad, y que tal vez la trastornan por despecho o por hambre, o la arruinan, llevados de que les da necesidades y no recursos… ¡Qué de males! ¿Yo dije que se fabricaban académicos? Pues ahora sostengo que se fabrican desgraciados, y apelo a los mismos que lo son. Lo mejor en esto, es que mi testimonio es imparcial.. Et non ignarus mali, etc., y así no se me podrá decir, que me meto a catedrático sin cátedra, o a evangelista sin misión. Si yo no dogmatizo (contestaría); si yo no predico; si yo no hago otra cosa, respecto a mí, que quejarme; respecto a los demás, que señalar. Ahí está: véase el doctorado, ¿qué es? Véanse los doctores, ¿qué comen? Los que se atienen a su profesión, alcanzan, cuando alcanzan, escasa subsistencia; los que aspiran a mejor, recurren a otras artes o ejercicio: y nunca es el granero universitario el que les da pan de año y hartura de abundancia”.
Cecilio Acosta es un pensador de ideas claras y modernas que contrasta con el pensamiento conservador propio de la época. Absoluta validez tienen las afirmaciones que hace en torno a la actitud hacia el pasado: “la antigüedad es un monumento, pero no una regla; y estudia mal quien no estudia el porvenir ¿Qué vale detenerse a echar de menos a otros tiempos, si la humanidad marcha, si el vapor empuja, si en el torbellino de agitación universal, nadie escucha al rezagado? ¿Quién puede declamar con fruto contra el destino, si es inexorable, si es providencial, si no mira nunca para atrás? ¿Qué son los métodos, las instituciones, las costumbres, sino hilos delgadísimos de agua que son arrastrados en la gran corriente de los siglos?. Con extraordinaria lucidez ve el avance del progreso en hechos como el uso del telégrafo, aún en los lugares más atrasados del país y se da cuenta del potencial de la juventud para los cambios necesarios. De los conflictos universitarios dice que tales son expresión de rebeldía juvenil que mejor testimonian “la lucha entre el presente y el pasado, entre las ideas y el sistema, entre la fuerza y el obstáculo, entre la razón y la rutina. Si la juventud quiere algo, es menester atenderla. Hay equivocación en creer que va errada la generación que tiene el encargo de continuar la cadena tradicional del pensamiento. Al fin vence, porque la bandera es suya, el ejercito suyo, y el porvenir su campamento bien guarnido. El engaño es vuestro: con vosotros hablo, apóstoles de una religión que ya no existe, hombres que pretendéis detener a gritos el torrente que salva la montaña. Todos los diccionarios no son el Calepino, el latín no es el idioma de las artes e industrias, ni los aforismos empolvados y la ciencia de alambique lo que sirve a dar la subsistencia; y tal es la causa del combate”.
En esta larga reflexión, Cecilio Acosta es partidario de educar para el trabajo, lo que sea útil y beneficioso para el progreso, de allí la importancia que le da al invento para que se aplique en forma práctica, “en vez de abstracciones del colegio, las realidades del taller.

“El taller, dice, es hoy el palacio del ciudadano. Allí impera el menestral como señor, porque él provee, porque él impone leyes al mercado, porque todos lo necesitan y porque sus escorpias, sus armarios y sus bancos, son el museo diario del trabajo humano. El no lee en in – folios, porque no va a disertar, sino en papeles sin coser, porque busca preciosos instrumentos; y a la hora del descanso, es más feliz él con pan, vino y avisos, que el doctor ayuno, hastiado y con textos. La agricultura, que da granos y materias primas, el comercio, que las trasporta, la mano de obra y las fábricas, que las labran y hacen formas y tamaños, son ramos todos tributarios del taller, adonde llevan sus aguas como al mar. Allí están las creaciones de la inventiva, y los frutos del sudor; el perno de la máquina de gas que va a atravesar el golfo, y las labores de la mesa para el festín del hombre acaudalado: allí hay luciente seda y paño pardo para todos; preparaciones que alimentan y afeites que acicalan; allí está, en conclusión, el orgullo de la sociedad en lo material, porque está la historia de sus progresos”.
Educar, finalmente, para el trabajo fecundo, prepararse hombres de provecho en vez de hombres baldíos que han aprendido tantas materias inútiles cuyos contenidos se han olvidado rápidamente. Opina que hay que descentralizar la enseñanza y ponerla al alcance de todos pero dándole otra orientación, formando individuos con conocimientos prácticos que los preparen para la vida y para que sean factores de progreso para su beneficio personal y del país. La educación debe ser popular y racional; para que se entienda, y que sea útil para que se solicite. “Los medios de ilustración no deben amontonarse como las nubes, para que estén en altas esferas, sino que deben bajar como la lluvia a humedecer todos los campos…. Si es menester penas a los padres para que obliguen a los hijos a aprender, que haya penas; si el inglés y el francés son los idiomas de las artes e industrias, hagámoslo, en lo posible, generales”.
Afirma que “la vida es obra y los pueblos que mas obren, serán los más civilizados” Cecilio Acosta es un abanderado del progreso de los pueblos, de
la civilización para el bienestar común y el elemento efectivo para lograrlo es la educación. En vez de la contemplación o del conocimiento aislado de la realidad es partidario de la acción “que debe ser varia para que sea abundante, cooperativa para que sea eficaz, ilustrada para que sea provechosa. Si el hombre no está en contacto con el hombre, y la humanidad con la naturaleza, su patrimonio y su regalo, la felicidad pública es una esperanza que se sueña, pero no una realidad que se posee. En la sociedad no importa tanto el número que se cuenta, cuanto el número que tiene la capacidad y los medios para el trabajo. Quién sabe, puede, quién puede produce; y si la cosecha es más rica conforme el saber más se difunda, es fuerza ocurrir a la instrucción elemental. Cecilio Acosta es claro y firme al asegurar que de la instrucción “nacen hábitos honestos, se despierta el interés, se abren los ojos de la especulación, se habilitan las manos, como los grandes obreros de la industria, se suscita un espíritu práctico que cunde, como el mejor síntoma del progreso, y se ve un linaje de igualdad social que satisface. La luz va y viene, la vida es derecho, la palabra vínculo de unión, todas las almas se hacen una sola alma, todos los pensamientos un solo pensamiento; y con la facilidad de las comunicaciones, que luego se crean o mejoran, y con la rapidez de los elementos para la difusión de ideas, que se atropellan porque hierven, los recursos corren a donde los llaman las necesidades”.

Igualmente el autor abunda en consideraciones sobre la importancia del periódico, como el medio ideal para la información y la educación. Dice: “los periódicos no dispensan, sino derraman los conocimientos; los periódicos del umbral para fuera, no dejan nada oculto; los periódicos hacen la vida social verdaderamente independiente y de la familia; los periódicos dan valor para decir la verdad; los periódicos proporcionan al público criterio; los periódicos enseñan artes, ciencias, estadística, antigüedades, letras.
En suma: los periódicos son todo: y es una cosa que asombra, ver, que al abrir el carretero o el cerrajero la puerta de su casa por la mañana, vengan a dar a sus pies al favor de esos heraldos de la imprenta, las oleadas del movimiento político, industrial y moral del mundo, después de pasados cortos días, y del movimiento idéntico de su país tras pocos minutos de intermedio. Estos prodigios se deben a la instrucción primaria, no a las universidades, que Dios mantenga en paz, pero en su puesto”
Cecilio acosta es un humanista que abordó no solo el tema educativo, sino que, igualmente, recogidos en sus Obras Completas, están los artículos sobre temas de Historia, Literatura, Filosofía, Economía, Derecho, Política, los artículos necrológicos, las epístolas y las poesías. De las poesías, una de las más famosas, es La Casita Blanca, que se publicó en La Revista (Caracas, abril de 1872).
Es un hermoso poema que responde a su formación clásica; está constituido por 22 estrofas de cuatro versos endecasílabos que riman con rima consonante, el primero con el cuarto y el segundo con el tercero. En estos versos el poeta plasma un paisaje idílico desde el amanecer hasta el anochecer, marco ideal de una hermosa casita blanca, la de su madre, la de su infancia. En este paisaje de envidiable frescura destaca el “perfumado huerto” y así como en los mejores poemas que exaltan la vida retirada, Cecilio Acosta también destaca en este ambiente la felicidad de una vida tranquila, sin insomnios, sin preocupaciones; está dedicada a la madre por la que sintió profunda veneración. El poema es una evocación idílica de los años de su infancia campesina en San Diego de los Altos.
En las primeras estrofas se detiene en la descripción de la naturaleza que enmarca a la casita blanca: “tardes de zafir y grana“, “perfumado huerto”, “auras frescas”, “tersa laguna”, “alfombrada loma”, donde todo el lenguaje crea un ambiente de luz y de color, de paz y de confort. Las metáforas y las imágenes contribuyen a crear esa sensación de belleza sensorial que se percibe por la vista (“tardes de zafir y grana”; “manto de verde y de rocío”; “ánsares níveos de pintados remos”; “argentada linfa”; “alfombrada loma”; “el alba ríe”; etc.

En las estrofas 10 – 11 – 12 – 13, se describen la partida de caza al despuntar el día, la imagen de la jauría atravesando “del valle a la ladera”, el descanso de los cazadores y de todos los habitantes del campo cuando termina el día. Después del trabajo, el descanso en “el hogar libre y seguro”. Después de la tarde, la noche y el cielo estrellado y mientras afuera sopla el viento, en el interior de la abrigada casa, se disfruta de la rústica cena. Los sonidos del campo se confunden gratamente: el viento, el bramido de las vacas, las quejas de “la paloma en hondonada”. También la fragancia del campo es sentida por el habitante de esta naturaleza privilegiada. El olor de la cuajada, de la leche, de la nata, impregna la noche campesina.

En las últimas cinco estrofas se dirige a la madre amada deseando,


“Que el ave matinal tus paso siga,
vuele confiada a tu graciosa mano,
y allí pique atrevida el rubio grano
que tu propia tomaste de la espiga.

Que tengas frutas que en sazón maduren,
y vayas con tu cesta a recogerlas;
que tengas fuentes que salpiquen perlas;
que tengas auras que al pasar murmuren.

Murmuren cantos bellos, celestiales,
que sirvan a borrar fieras congojas,
de esos que forman al temblar las hojas,
o el arroyo al mover de sus cristales.

Ante el altar que en sacras llamas arde,
por tí tu madre su oración eleve,
que grato Dios hasta su trono lleve,
y El mismo en urna misteriosa guarde.

No la mía separes de tu historia;
no mis deseos más te sean ignotos;
no olvides nunca mis fervientes votos,
ni me apartes jamás de tu memoria.”

Cecilio Acosta es un insigne escritor, que se destacó por sus virtudes personales y por sus ideas y su cultura en la segunda mitad del siglo XIX. Su vida, es un ejemplo de honestidad y rectitud para todas las generaciones.
La riqueza y variedad de temas abordados por este ilustre humanista, dejan abierta la posibilidad de múltiples trabajos de investigación para estudiar, como es debido, el aporte de su pensamiento.
En este trabajo nos hemos limitado al ensayo más destacado, Cosas sabidas y Cosas por saberse, con abundantes citas, imprescindibles, porque contienen las ideas fundamentales sobre la educación y las universidades, de un pensador de ideas claras y avanzadas para su tiempo.
Cecilio Acosta además de ser un hombre de gran cultura y profunda sensibilidad, también se destaca por su conducta intachable; actuó siempre apegado a los principios religiosos y a los valores morales que sin duda hacen de él un individuo excepcional. Cecilio Acosta fue profundamente católico practicando con su vida los principios en los que creía. Modesto, humilde, generoso, vivió el dolor de la pobreza y del abandono de sus contemporáneos hasta extremos inadmisibles como el hecho de que su entierro solo fue posible gracias a la caridad pública, a la colecta realizada entre amigos. En una ocasión que quería enviar una carta a Ospino, le dice a su hermano Pablo, en carta fechada el 23 de enero de 1876: “No tengo para pagar el porte de esa carta para Ospino, que pondrás en la estafeta. Dios dará. Tengo el aliento de la esperanza, el valor de la conciencia, la fe en que he de servir; y eso es todo, mañana no es hoy”.

Cecilio Acosta fue un hombre bondadoso y solidario que encontró en la fe en Dios, el camino de la salvación. En un artículo publicado en el “Ángel Guardián” N° 15 (Caracas, 08 de enero de 1881) que tituló “La Iglesia”, afirma que el hombre está siempre inclinado a hacer el mal mientras que la gran verdad, la gran luz para el hombre está en las frases de Jesucristo: “Yo solo soy la verdad, yo solo soy el camino.”


Considera obligante revestirse del espíritu de Cristo dejando a un lado su propio espíritu. Considera que hay que practicar la moral y tener a Jesucristo como guía y como luz para que nos socorra y nos sostenga. Busca, en Dios, la fuerza para vencer al mal porque “nuestra voluntad busca y quiere el bien; pero es arrastrado sin cesar hacia el mal”.
Profundamente religioso es un místico anhelante de Dios y un fiel seguidor de los preceptos establecidos por la Iglesia Católica.
Sus palabras expresan la fe sólida en Dios y en la Iglesia cuando dice: “Mi razón está satisfecha; por todas partes en donde se muestre la Iglesia, se reconoce a Jesucristo. Le oye en la palabra que ha dejado a la Iglesia para ilustrar las inteligencias; le obedece en la ley que ha puesto en manos de la Iglesia para someter los corazones; le sigue en los viajes multiplicadores y constantes que hace la Iglesia para conquistar la tierra; está seguro de que Jesucristo no faltará a la Iglesia ni la Iglesia al hombre, y que mientras haya un corazón que dirigir, una inteligencia que ilustrar, un alma que salvar, la ley tendrá la misma fuerza, la luz el mismo brillo, la fuente de las gracias la misma eficacia, para hacer decir a los más difíciles: La Iglesia es siempre el camino, la verdad y la vida; la Iglesia es Jesucristo”
La primera edición de las Obras de Cecilio Acosta estuvo al cuidado del jurista y político Dr. Juan de Dios Méndez siendo presidente de Venezuela el General Cipriano Castro. Consta de cinco volúmenes editados en Caracas, en la empresa “El Cojo”, durante los años 1908 y 1909.
En 1981, con ocasión del primer centenario de su muerte, se decretó la edición actualizada de las Obras Completas de Cecilio Acosta que se imprimieron en dos tomos en el año 1982, en donde se recogen los escritos de Cecilio Acosta agrupados en ocho secciones: Política, Jurisprudencia, Economía, Historia, Necrologías, Literatura y Filología, Poesía y Epistolario.
Cecilio Acosta fue un hombre ilustre admirado por su honestidad y su cultura. Recibió numerosas distinciones como la designación de Académico Correspondiente (1869) de La Real Academia Española. Igualmente recibe un
homenaje de La Academia de Ciencias Sociales y Bellas Artes de Caracas en el Salón del Senado, el 8 de agosto de 1869. También La Academia de Bellas Letras de Chile y La Academia Colombiana de la Lengua lo nombran su Socio Honorario (1874). La joven generación positivista lo admiró muchísimo, de allí, las palabras de elogio de Lisandro Alvarado y de Gonzalo Picón Febres. La profundidad de su pensamiento y la grandeza de su obra fue valorizada por intelectuales de la talla de Miguel Antonio Caro, Rufino José Cuervo, Rafael Pombo o José María Torres Caicedo en Colombia y Ramón Campoamor y Manuel de los Herreros en España. Son muchos los valiosos escritores que han dedicado ensayos y notas sobre Cecilio Acosta y aún queda mucho por decir.

Cecilio Acosta muere el 8 de Julio de 1881, a los sesenta y tres años de edad, en completa pobreza; sus restos fueron llevados al Panteón Nacional, el 5 de Julio de 1937, honor que quedó establecido en el acuerdo de la Cámara de Senado del 14 de Junio de 1918. El juicio crítico del escritor Oscar Sambrano Urdaneta queda plasmado en las siguientes palabras: “Los sesenta y tres años que alcanza a vivir circunscriben una de las personalidades más admirables y, en alguna medida, más desconcertantes, del siglo diecinueve venezolano.

Habiendo sido de temperamento apacible, de timidez incurable, de trato delicado, pocos lo igualaron, sin embargo, en el arrojo y bizarría con que hizo valer en público aquellos penetrantes principios suyos que juzgó capaces de fortalecer y de orientar la moral y el progreso de la República.

Su debilidad física y su mala salud contrastaron evidentemente con la vigorosa lozanía de su mente excepcional. Su cuerpo magro y acartonado no parecía albergar el acero de un carácter de resistencia diamantina en la prédica y defensa de su pensamiento. Su mansedumbre franciscana podía tornarse en inusitada fiereza si alguien intentaba herirlo en su dignidad.
Lo tildaron de oligarca; pero no cesó de proclamar su filiación liberal y de situarse a la vanguardia de las ideas más progresistas de su siglo. No dudó ni un instante de que se encontraba en la avanzada de los conceptos y de las prácticas más novedosas en materia de educación y de administración pública, ni de que se hallaba delantero como el que más en cuanto a la libre expresión de las ideas y a las más estimulante libertad de industria.

Su fe religiosa lo llevó a buscar una explicación del mundo en la doctrina providencialista; pero no por ello dejó de observar los fenómenos sociales de su tiempo y de su pueblo a la luz de principios que lo acercaban al Positivismo.

Dueño de probado talento práctico, concibió proyectos empresariales de interés colectivo, como bancos de crédito popular inmobiliario o de protección al agricultor, redes ferroviarias y mercados públicos. En cambio, no atesoró para sí riqueza material alguna y jamás de quejó de haber vivido – como efecto vivió – en un estado de pobreza tan agudo que llegó en ocasiones a la indigencia. Su entierro que debió ser costeado por contribución de amigos, es un hecho que habla por sí solo.

Estudió el pasado porque se interesaba en el porvenir. Se apartó de las vaciedades sociales por un claro deseo de acercarse a la esencia del hombre. Pasó la vida ansiando avecindarse en la Tierra Prometida – que no era para él otra cosa que un país en paz, en pleno ejercicio de la justicia social, con un progreso que se repartiese entre todos -. Pero vivió y murió como un peregrino en tránsito hacia su quimera, alimentando y defendiendo con las mejores fuerzas de su espíritu, y con amor de hijo verdadero, el advenimiento de una Venezuela de la que él se sintió profeta y abanderado”.

José Martí escribió una hermosa elegía en prosa en la que dice: “Ya está hueca, y sin lumbre, aquella cabeza altiva, que fue cuna de tanta idea grandiosa; y mudos aquellos labios que hablaron lengua tan varonil y tan gallarda y yerta, junto a la pared del ataúd, aquella mano que fue siempre sostén de pluma honrada, sierva de amor y al mal rebelde. Ha muerto un Justo: Cecilio Acosta ha muerto. Llorarlo fuera poco. Estudiar sus virtudes e imitarlas es el único homenaje grato a las grandes naturalezas y digno de ellas. Trabajó en hacer hombres: se le dará gozo con serlo. ¡Qué desconsuelo, ver morir, en lo más recio de la faena, a tan gran trabajador!”.