lunes, 31 de mayo de 2010

Sobre Ana Teresa Torres

Para la Universidad Católica Cecilio Acosta es un honor otorgarle hoy el Doctorado Honoris Causa a la destacada escritora Ana Teresa Torres. Ha sido política de esta casa de estudios hacer este tipo de reconocimiento a aquellas personalidades cuyos méritos y trayectoria personal los han convertido en referencia nacional e internacional.
Ana Teresa Torres es, sin duda, una de las escritoras más emblemáticas de la Literatura Venezolana Contemporánea.
Nació en Caracas. Es licenciada en Psicología por la Universidad Católica Andrés Bello y estuvo muchos años dedicada al ejercicio del psicoanálisis y a la docencia universitaria.
El descubrimiento de la literatura, de la otra realidad que se genera en los libros de ficción, surge a edad muy temprana; según ella misma ha confesado, cuentos como el del Lobo y los siete cabritos la convirtieron en lectora, una lectora niña que creía en la verdad del texto convencida del poder de la palabra escrita. Al respecto dice la autora “En mi elección literaria infantil, prefiguro a la novelista que seré. No creo en pretendidos misterios, las intrigas postizas, en la construcción ideal de un escenario que lejos de seducirme me fastidia. El abismo de lo real me ha capturado para siempre”.
Muchas otras lecturas se sucedieron en el tiempo confirmándose el interés creciente por la literatura y por el mundo maravilloso e inusual que descubría en las obras de ficción. Numerosas han sido las novelas leídas pero una de la más impactantes fue “Rayuela” de Julio Cortazar en la que encontró el enorme parecido que puede haber entre la novela y la vida y como ésta siempre le ha interesado, encontró que la novela es el mejor espacio y la mejor manera de contar la vida y también una vía para darle sentido a la misma. El lenguaje, dice Ana Teresa, “asegura una mejor consistencia que la fugacidad de la existencia”, aseveración que es compartida por muchos otros escritores tales como Unamuno quien afirmaba que escribía para no morir del todo. La escritura es, pues, una forma de transcendencia, un medio para superar los limites de la existencia y un intento para vencer el olvido y en el caso de Ana Teresa, asume la literatura, además, para crear una orden existencial tangible en el que la protagonista es ella que “quiere escribir el mundo escribiéndose a si misma” porque en todo relato se muestra el autor y en los personajes y en las circunstancias que se cuentan siempre lo real de lo vivido se hace un todo con lo imaginado, adelgazándose hasta fundirse, los límites de la realidad con la ficción. Dice Rosa Montero “Para ser tenemos que narrarnos, y en ese cuento de nosotros mismos hay muchísimo cuento, nos mentimos, nos imaginamos, nos engañamos”.
En el libro “Cuentos Completos” publicado en la Editorial “el otro, el mismo” en Mérida, en el año 2002, se recogen los cuentos escritos desde que era muy joven. En el prólogo de este mismo libro que titula “Retrato de una joven escritora”, se puede leer que a los 12 o 13 años intentó escribir una novela policial y a los 15 años empezó otra de tipo romántico a la que siguieron otros dos intentos entre los 24 o 25 años que no pasaron del primer capitulo pero cuyas ideas fueron retomadas en novelas posteriores como “Doña Inés contra el olvido” y “Los últimos espectadores del acorazado Potemkin”. Los textos juveniles de la autora permanecieron inéditos mucho tiempo y cuando los ordenó cronologicamente se percibe un espacio donde se interrumpe la escritura desde 1974 hasta 1983 que fue el período en que compartía las obligaciones maternas con la práctica profesional como psicoanalista y como docente pero en 1983 comenzó de nuevo a escribir y en 1984 ganó el concurso de cuentos del Diario El Nacional con el relato “Retrato frente al mar” y desde entonces se ha dedicado con fervoroso entusiasmo a la creación literaria.
En 1990, Monte Ávila Editores, publicó su primera novela “El exilio del tiempo” con la que ganó el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal y por el Consejo Nacional de la Cultura en 1991.
El lenguaje fluye libremente en este relato supuestamente biográfico donde se suceden los personajes familiares, anécdotas particulares, el mundo del pasado en evocaciones nostálgicas donde se recupera el tiempo vivido en acciones y pensamientos de los personajes en un gran cuadro de imágenes que transitan el tiempo lográndose la verdad de vida o creándose la vida de la ficción.
Las palabras mágicas transforman el pasado en presente y permiten a los personajes vivir de nuevo. Es el poder de la literatura, animar a los duendes dormidos en la memoria que, entonces, viven de nuevo y transcienden el tiempo alcanzando los niveles superiores de la inmortalidad por la gracia de la imaginación y de la palabra.
Cuando se escribe, no solo se recrea la realidad vivida o soñada, sino que se tiene el goce indescriptible de transmitir emociones, sentimientos y pensamientos que se agolpan por salir a través de las palabras que alguien, oculto dentro de si, dictan incansablemente.
En 1992 publica “Doña Inés contra el olvido”, Premio Novela de la I Bienal Mariano Picón Salas (1991) y Premio Pegasus de Literatura (1998). Ha sido traducida al Inglés y al Portugués.
Si en “El exilio del tiempo” la memoria y los recuerdos son decisivos para hundirse en el tiempo y emerger a otra realidad ficcional, en esta otra novela, “Doña Inés contra el olvido”, es la historia novelada de tres siglos de historia. Hay un narrador - cronista que realiza una visión histórica en un discurso en el que confluyen la autobiografía y la crónica historiográfica.
Ha escrito otras novelas como “La favorita del señor” que fue finalista, en 1993, del Premio “La sonrisa vertical”, (Tusquets, España); “Vagas desapariciones” (1995), “Los últimos espectadores del Acorazado Potemkin”, Premio en la colección Alfa 7 de Alfadil; “La fascinación de la victima (2008)” con la que continua la saga policial de la psiquiatra – detective iniciada con “El corazón del otro”; “Historias del continente oscuro” (2007), es un ensayo en el que aborda el tema de la condición femenina.
Otro ensayo importante: “A beneficio de Inventario”, lo publicó en el 2000; a continuación, en el 2002, los “Cuentos Completos” y en el 2003, el “Hilo de la Voz”, antología critica de escritoras venezolanas del siglo XX.
“Nocturama” (2006) es una novela inquietante donde se cuenta la historia de Ulises Zero, un personaje que despierta sin saber quien es y que hace en medio de una ciudad sin nombre. El ultimo libro publicado hasta ahora, es un ensayo valiosísimo, de imprescindible lectura en este tiempo critico que vive el país, que se titula “La herencia de la tribu”: del mito de la Independencia a la Revolución Bolivariana”, publicado en el 2009.
Ana Teresa escribe con pasión; de su intenso trabajo da fe este número importante de obras mencionadas a las que hay que agregar las publicadas con temas de su profesión como “Elegir la Neurosis” (1992), “El amor como Síntoma” (1993) y “Territorios Eróticos” (1998).
Ana Teresa ha sido residente de la Fundación Rockfeller en Bellagio (Italia) y en 2001 recibió el premio de la Fundación Seghers de Berlin. Desde el 2006 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua.
Ana Teresa Torres forma parte del grupo de escritoras rebeldes e innovadoras que han emergido en Venezuela en los últimos tiempos.
Ha conquistado un espacio para expresar con absoluta libertad, sentimientos, vivencias y un rico mundo espiritual que se muestra deslumbrante en cada una de las muchas obras publicadas.
Si la memoria, el tiempo, la historia y el país son temas centrales en su trabajo intelectual, no menos importante es el tema de la mujer que por mucho tiempo ha sido marginada y subvalorizada socialmente.
Ha sido una lucha cruenta y difícil la que ha tenido que vivir la mujer para conseguir el espacio que merece en la sociedad actual. Ha sido difícil porque desde el origen de la historia la mujer ha sido considerada inferior al hombre y fuente de desdicha y males para la humanidad. En la literatura Griega, en los mitos y en las grandes obras épicas y dramáticas, la mujer es causante de catástrofes y tragedias. Recuérdese el mito de Pandora, la Iliada o Medea y en la Biblia, en el Génesis, la mujer es creada de una costilla de Adán, decretándose su inferioridad y dependencia con respecto el hombre y además haciéndola culpable de la perdida del Paraíso.
Los filósofos mas significativos desde Platón hasta hoy han subestimado la capacidad y el valor de la mujer mostrando un desprecio absoluto al llamarla Platón “residuo empobrecido de la humanidad” y Aristóteles “una deformidad biológica”.
No ha sido fácil para la mujer ingresar plenamente en la sociedad y asumir otros roles diferentes al de esposa y madre. Los oficios del hogar y la crianza de los hijos ocupaban todo su tiempo y hasta hace pocos años, las hijas de los hogares venezolanos, estaban destinadas al matrimonio y no podían estudiar una carrera universitaria.
La mujer gradualmente ha ido adquiriendo la libertad y los derechos que solo tenían los hombres desde el derecho a votar, conseguido en el siglo XIX, hasta la participación efectiva y total en todas las esferas del quehacer político - social, en todas las actividades culturales de la sociedad. Se han incorporado al campo del trabajo y desempeñan funciones y cargos que tradicionalmente solo eran realizadas por los hombres. No hay rama del saber, de la ciencia y de la cultura en general que le sean vedados. La mujer ha ido conquistando la dignidad y el valor como persona y como ser humano que por siglos se le negó aunque persisten mentalidades y costumbres que insisten en mantener las viejas ideas y el mito de la desigualdad y se comete el error de asignar roles y tareas de acuerdo a unas pretendidas condiciones innatas de los sexos.
En Venezuela muchas mujeres activas, preparadas, sensibles y creadoras participan en todas las esferas sociales y dan frutos de su quehacer político – social y cultural. En muchos casos, la mujer tiene que cumplir la múltiple tarea de ser madre, ama de casa, funcionaria, profesional o artista.
Vidaluz Meneses, reconocida poeta nicaragüense, expresa la realidad de la mujer que debe compartir las tareas domésticas con la actividad creadora cuando dice:
El día se tiene que resolver
Y amanezco persiguiendo un canto.

Y nuestra gran poetisa zuliana María Calcaño, dice:
¡Poeta!
Era antes de nacer
Y quieren hacerme mujer insípida.
Me ven libertina
Porque soy rebelde
De muchas cosas
Y porque llevo
La carne abierta en rosas.

Son mujeres como Teresa de la Parra, que en “Ifigenia”, refleja una época y da la visión de un país, afirmando el valor de la libertad en una literatura intimista y desmitificadora. Se puede hacer una larga lista de mujeres intelectuales valiosas, en la que deben estar los nombres de Enriqueta Arvelo Larriva, María Calcaño, Ana Enriqueta Terán, Miyo Vestrini y muchas más, que han explorado las posibilidades de una voz específicamente femenina y que expresan la rebeldía de la mujer e insisten en afirmar la necesidad de imponerse como personas, con voz propia y con capacidad de abordar temas como el erotismo con absoluta libertad. Quieren representar la realidad de la mujer, con una voz auténticamente femenina como lo hacen, en las últimas décadas, escritoras como Yolanda Pantin, María Auxiliadora Álvarez, Márgara Russotto y Ana Teresa Torres.
Esta autora tiene los méritos de ser una gran escritora y de ser una luchadora que forma parte de ese grupo de mujeres cultas, con la conciencia clara de las responsabilidades y de las obligaciones que, como personas comprometidas y solidarias, tienen con un país en el que la educación y la cultura son medios fundamentales para alcanzar el progreso y la libertad.
En el ultimo libro publicado “La herencia de la tribu”, la autora hace una interesante interpretación de la historia nacional y del ser venezolano. Desmitifica nuestro pasado y dice verdades iluminadoras de la identidad nacional. Asegura que “hay pasados que no terminan de irse; el pasado venezolano es uno de ellos. La gloria de la independencia, siempre dominante es nuestro imaginario, extiende su sombra de presente perpetuo”. Otra verdad que invita a la reflexión y al análisis es cuando dice: “Nuestra historia es una celebración de triunfos épicos que deja pocas páginas para los seres anónimos y la construcción ciudadana, con frecuencia silenciada, por no decir despreciada”.
Nos enorgullece otorgar este doctorado a Ana Teresa Torres que desde ahora forma parte de nuestra Casa de Estudios.

martes, 6 de abril de 2010

“EN EL LAGO”: TIEMPO Y POESÍA

Adriano González León (1931), es un escritor de acendrada vocación literaria que contribuye con su obra al enriquecimiento de la literatura venezolana y a su proyección más allá de las fronteras nacionales. En efecto, en 1968, hace 35 años, se hizo acreedor al premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral con la novela “País Portátil”. Nació en Valera, ciudad de la infancia de viva presencia en la memoria y en la obra de Adriano. Participó en los grupos literarios Sardio (1958) y el Techo de la Ballena (1962). Formó parte del Consejo de Redacción del periódico En Letra Roja (Caracas 1962) y se ha desempeñado como profesor de literatura en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Es Doctor “Honoris Causa”, título otorgado por la Universidad Católica Cecilio Acosta (octubre 2003).
Adriano González León ha escrito cuentos extraordinarios, esencialmente poéticos, que han sido publicados en “Las Hogueras mas altas” (1957) y “Hombre que daba sed” (1967), relatos en los que ya están presentes las técnicas narrativas renovadoras que después utilizará con maestría en la novela “País Portátil”, publicada en 1969.
En “Las Hogueras más altas” está recogido el trabajo intelectual de los años de adolescencia y juventud en los que el autor escribe con pasión historias de ficción vinculadas con experiencias y personajes de significativa importancia en la historia personal del autor. Algunos de esos primeros relatos estuvieron en los periódicos murales del Liceo Rafael Rangel de Valera; fueron los primeros intentos literarios; de esos cuentos hay uno, “En el lago”, que según confesión del autor, es realmente su primer cuento porque la estructura narrativa es más compleja y muestra mayor dominio en el uso del lenguaje. Es un cuento tan bien escrito que ganó el premio del concurso del diario El Nacional en 1956 cuando Adriano González León tenía apenas veinte y cinco años. Resulta curioso que ese primer cuento de un hombre nacido en Valera, entre nieblas y lluvias, “en el campo verde de días frescos y lejanos”, sea una historia que se desarrolla en el Lago de Maracaibo; pero es que el poeta sentía la magia de lo desconocido, se sentía atraído por el lago misterioso; por eso este cuento nace del sueño constante de un joven asomado a las montañas andinas para descubrir el lago. Sueños de adolescente, anhelos repetidos; desde Escuque escrutaba el horizonte con la esperanza de verlo.
En límpidos amaneceres, más brillantes y más azules, seguramente se confundirían los colores del cielo con los del lago y la línea azul flotaría mágicamente ante los asombrados ojos, hundidos jubilosos en aquella marea de sueños que lo empujaban a las riberas del lago de Maracaibo.
El lago mítico crece en la imaginación del poeta y bajo su hechizo, las palabras tejen una historia zigzagueante hundida en el misterio de la noche.
En medio del silencio, turbado solo por el ruido del agua sobre los remos, dos pescadores, encuentran en la Isla de Pájaros, a un náufrago acostado sobre una tabla. Comprobando que aun vive deciden salvarlo y se lo llevan con ellos arrastrando la tabla amarrada al bote. Emprenden el viaje hundido cada uno en sus pensamientos. Con gran destreza el autor va narrando en movimientos ondulantes, como los del mismo lago, los pensamientos de cada hombre, en monólogos interiores pendulares en los que quedan al descubierto rasgos y características personales. Uno, soñador, piensa, a la vista de un barco encallado, en la época de los piratas y las leyendas que inspiraron. El otro, más pragmático, piensa en el riesgo asumido, no quiere problemas y como un ritornello repite “yo vine fue a pescar”. Cada uno tiene una hipótesis diferente para explicar la presencia de aquel desconocido. Uno cree que venía de una fiesta porque “Tiene la corbata puesta y está vestido de domingo”; el otro se imagina que venía de un naufragio, piensa en los náufragos piratas de otros tiempos; el hombre sobre la tabla, el náufrago, semiconsciente, regresa de un sueño y asume cada palabra de los otros para intentar comprender la realidad de lo que está pasando: “Quién vino a pescar? Quién es el ahogado?... ¿Quién se va a morir?” En forma zigzagueante la memoria va revelando la vida de ese hombre en tiempos diversos, desde el pasado remoto en las tierras andinas de sus orígenes y sus antepasados hasta los años del presente de trabajo alienante en los campos petroleros. Son dos tiempos que se conjugan, son dos modos de vida. El mundo campesino y el mundo del campo petrolero se anudan con el presente narrativo del bote de pescadores que arrastra al náufrago.
A través de los monólogos se visualiza el proceso de cambio de un país rural, agrícola, a otro capitalista. En imágenes de sueño, emerge la figura del padre arruinado, muriéndose de rabia y desilusión, igual como se murieron tantos pueblos, abandonados por sus habitantes, que se fueron atraídos por el petróleo y la posibilidad de tener empleo y riqueza. Aquella Venezuela rural, apacible y provinciana fue sacudida violentamente con la irrupción del petróleo y el éxodo masivo no se hizo esperar. Venezuela comenzó un proceso de transformación hacia la modernidad y el desarrollo, tránsito del feudalismo al capitalismo que provocó la muerte de casas y pueblos como bien lo expresa Miguel Otero Silva en su novela Casas Muertas y como lo expresa el náufrago en medio del lago preguntándose “¿Quién se va a morir? Seré yo, porque en casa todos murieron hace tiempo, en aquel pueblo de la montaña”.
La muerte del padre expresa simbólicamente la muerte de la Venezuela del café, sobre el que se asentaba buena parte de la economía del país. La memoria registra aquellos hechos dramáticos en que el padre igual que el café recién comprado, se consume en el silencio y el abandono hasta que lo alcanzó la muerte, “Los granos se quedaron entonces como olvidados en los patios y nadie se preocupó de ponerles palmas cuando caía la lluvia”. En medio del lago el náufrago se enfrenta a sí mismo y a sus verdades, a sus miedos y humillaciones. Frente al estereotipo del macho, contrasta la imagen del muchacho débil y miedoso que después de un tiempo termina en las aguas del lago en un oscuro suceso donde se involucran mujeres y alcohol. El encantamiento de las “sirenas” se operó desde las palabras: “Envenénate hoy, tu día libre, iluminado de la semana… piérdete y mata la tristeza… déjate morir… déjate morir… déjate encantar… nuestros ojos serán siempre dos gaviotas en cruz para alumbrar tu muerte”. Al borde de la muerte los pensamientos se escapan en las aguas de ese lago amenazante y los relámpagos iluminan fragmentos de una vida llena de frustraciones e inconformidades. La vida en el campo petrolero monótono, asfixiante conduce al alcohol y a la locura.
Adriano González León con excepcional capacidad de narrador, diestro en el manejo de planos espaciales y temporales, expresa la nueva realidad social del país. El campo petrolero irrumpe con todo su realismo entre las brumas del sueño del náufrago. La marea de pitos, de gases, de oleoductos, de casas de madera, de gringos, de injusticias, de explotación, de vacío existencial y frustraciones, invade e inunda este relato con angustia creciente y trepidante, con las expresiones de un lenguaje delirante y agónico.
El viaje hacia la muerte continúa en un tiempo indetenible. Las olas se encrespan y la tormenta se abate sobre la vida de los hombres indefensos. Uno piensa que encallarán y el bote se pudrirá; otro piensa que no llegará a la casa y el náufrago, poseído por la tormenta de la memoria, recorre espacios y tiempos diversos. Es el delirio de un alucinado, la visión caótica de momentos vividos en el pasado, son los recuerdos martillantes que en un ritmo metálico, constante, entrecortado, se precipitan en imágenes que se atropellan y se presentan en el desorden mental de un moribundo.
En el relato domina la imprecisión que produce un efecto poético de magia y misterio en una zona intermedia entre la realidad y el sueño. Ilusión de realidad, límites difuminados crean una imagen inasible, fantasmal de la realidad. El relato del episodio del padre con el café está penetrado de misterio y poesía. La atmósfera de magia y de sueño se enfatiza con la expresión rítmicamente repetida “nunca supe que fue lo que pasó”. La experiencia vivida con las mujeres en el bar no se sabe si lo soñó, o lo pensó; imprecisión para explicar cómo llega a las aguas del lago, si se arrojó él mismo o fue el mesonero, o fueron las mujeres. “O creía mejor que fueron las palabras de las mujeres o sus propias palabras”.
Pero además existe, la imprecisión temporal que ayuda a crear la atmósfera de sueño e irrealidad, cuando no se sabe con certeza cuánto tiempo transcurre en este viaje de los tres hombres hacia la muerte, “una hora desde que los pescadores lo encontraron tendido en la orilla o quizás hacía más”. El encuentro con las “sirenas” “pudo haber sido hace tiempo o esta misma noche”. La vida es tiempo que se acaba. La vida transcurre entre dos extremos, el nacimiento y la muerte, y después, como dice Rilke, “se enfrenta en silencio ante lo eterno”. En este cuento están presente diversas dimensiones del tiempo, el pasado expresado en imágenes de sueño que dicta la nostalgia; el presente agresivo, violento, opresor; el futuro, impreciso, incierto y la eternidad. En el poema de Rilke que cita Adriano González León, domina el tema del tiempo que conduce inevitablemente a la muerte. El ansia de eternidad unamuniana se refleja en esos versos que expresan muy bien la angustia existencial que procede de la conciencia del paso del tiempo y de la muerte, temas dominantes en este relato.
Así como la imprecisión es un recurso estilístico de significativa eficacia poética, también el uso del contraste es permanente y ayuda a crear esa atmósfera de claro oscuro, de luz y sombra, intensamente poética: la vida apacible, luminosa, del pueblo donde transcurrió la infancia y la adolescencia contrasta con la del campo petrolero de días siempre iguales consumidos en la monotonía del trabajo y del hastío. Los recuerdos se abalanzan mostrando imágenes fieles del campo petrolero, su estructura, los tanques, los mechurrios, los balancines, los oleoductos, las cercas de alambre y el contraste otra vez, entre la casa de los trabajadores y las casas de los Gerentes de la compañía simbolizados en la figura de Mr. Sterling; el contraste entre dos modos de vida, el rural y el capitalista; el contraste entre dos modos de pensar, un pescador soñador, otro pragmático; el contraste entre un lago apacible y otro furioso, destructor, violento y el contraste entre la oscuridad de la noche y la luz de los relámpagos.
El ritmo del relato también va cambiando; al principio, ondulante, cadencioso como olas suaves que van y vienen en rítmico vaivén, notorio no solo en la alternancia de los monólogos sino en la repetición de frases, que como estribillos musicales, se repiten cada cierto tiempo: (lisas y bagres de panza blanca) (nunca supe que fue lo que pasó) (tiene la corbata puesta y está vestido como de domingo, etc.)
El ritmo después se altera, se hace más intenso en una adecuación perfecta con la tormenta que transformó y violentó las aguas del lago. Las imágenes se precipitan, se golpean, chocan unas con otras en un delirio frenético, la biografía estalla en pedazos de recuerdos desarticulados, incongruentes.
En este relato, además del tiempo, el otro gran tema, es la muerte, que el lenguaje va anunciando desde el comienzo; verbos, sustantivos y adjetivos usados con profusión significan oscuridad, misterio, destrucción y muerte; el color negro contrasta con las llamas de los relámpagos que también contienen fuego amenazante y destructor. La muerte se presenta en los peces envenenados, en los muertos del pasado y en la vida muriendo un poco cada día.
El lenguaje crea una atmósfera de muerte y de misterio perturbador. Los malos presagios se anuncian de múltiples maneras y hasta las luces “seguían brillando como cuando alguien va a morir”. La asociación del barco encallado con los piratas, también es un hecho que insiste fuertemente en el tema de la muerte y el misterio. Igualmente, la sangre y el toro son símbolos contundentes de la violencia y de la muerte (el mugido ronco y amenazante de las sombras de los barcos) (los dos toros se trabaron en lucha). Se insiste en un cromatismo de contraste entre el negro y el rojo, colores que connotan muerte y violencia en este relato de gran fuerza sensorial semejante a una pintura, donde dominan las luces y las sombras.
El lago de aguas oscuras se torna amenazante. Los pescadores reman como Caronte en el río Aqueronte y en la Laguna Estigia, transportando las almas de los muertos a su última morada. Navegan las aguas de la muerte en el último viaje y al retornar a las aguas es como retornar a la madre, por eso se dice, que el mar, los océanos, los lagos son la fuente de la vida y el final de la misma; las aguas aluden siempre a la conexión de lo superficial con lo profundo y son factor de transición entre la vida y la muerte. En algunos pueblos como los irlandeses y los bretones se cree que el país de los muertos se halla en el fondo del océano o de los lagos, creencia que puede derivar de su visión del ocaso solar en las aguas. El lago esconde secretos abismales en sus aguas misteriosas; son aguas del origen y son aguas de la muerte. Algo sobrecogedor y misterioso se oculta bajo la superficie de las aguas, algo enigmático como el enigma mismo de la vida y de la muerte y frente a ese enigma, el deseo de eternidad, el ansia de trascendencia, eternidad igualmente simbolizada por las aguas ilimitadas e inmortales.
En cierto momento uno de los pescadores, el pragmático, sintió miedo de morir, de penetrar el espejo de las aguas. El lago, la noche, el viento, convocan a la muerte. Hechiza al náufrago y lo atrae al abismo del lago: “Ven, triste, aburrido bebedor, déjate encantar, que nuestros ojos serán siempre dos gaviotas en cruz para alumbrar tu muerte”. El destino se cumple, el viaje se hace entre relámpagos y delirios. En el final del cuento, una vez más la imprecisión; la ambigüedad da paso al misterio poético aunque la muerte está allí, vigilante, anunciándose, rodeando “al hombre asido a la tabla, confuso bajo la noche, atravesado de visiones mientras el viento sostenía algo como dos gaviotas en cruz para alumbrar la muerte”.

martes, 16 de marzo de 2010

La obra de Andrés Bello (Caracas, 1781- Santiago, 1865) es vasta y múltiple. Dedicó toda su vida al trabajo intelectual interesándose vivamente por los estudios de la lengua y por otras disciplinas humanísticas de cuyo interés, dan testimonio los numerosos ensayos y trabajos recogidos en las obras completas, publicadas, primero en Chile (1881-1893), y años después, en Venezuela. . En el decreto dictado el 29 de febrero de 1948, por el Presidente de la República Don Rómulo Gallegos, se ordenaba la edición revisada de las Obras Completas de Bello, cuyos tomos fueron apareciendo gradualmente desde el año 1951.
Dotado de una sensibilidad muy especial, desde muy joven fue un lector voraz y un acucioso investigador. Estudió latín, en cuya formación tuvo especial importancia Fray Cristóbal de Quesada, mercedario, de la comunidad del Convento de la Merced, en Caracas, cuya influencia fue decisiva en la orientación de los estudios de Bello. Leyó los clásicos latinos y fue un gran conocedor de la literatura universal y de manera particular de la literatura española, basta recordar el estudio minucioso que hizo del Poema del Cid. En sus años juveniles, años de formación, lee y escribe con pasión, da clases y participa en la vida pública.
En 1808 es nombrado Comisario de Guerra y Secretario Político de la Junta de Vacuna y en 1809 es nombrado Oficial Primero de la Capitanía General. El 10 de Junio de 1810, junto con Simón Bolívar y López Méndez, viaja a Londres. Los tres forman la representación que la Junta de Caracas envía ante las autoridades inglesas; cuando Andrés Bello llega como Secretario de dicha Comisión a la capital inglesa, no se imaginaría que iba a permanecer allí durante 19 años, largo período en el que tuvo que enfrentar penalidades y sufrimientos, sumido en terribles situaciones de extrema pobreza.
Bello padece la orfandad y el olvido pero aunque fueron años de estrecheces económicas, fueron también de intensa formación y de viva producción intelectual. Las horas de permanencia en la Biblioteca del Museo Británico dieron sus frutos en una obra de relieve universal. En Londres se casó con María Ana Boyland; enviudó y a los tres hijos iniciales (uno murió en el mismo año de la muerte de su madre, 1821), se suman los trece que tuvo en el segundo matrimonio con Isabel Antonia Dunn (5 nacieron en Londres, 2 murieron al nacer). No parece que éstas, fueran las mejores condiciones para el trabajo intelectual y sin embargo, es cuando Bello aprende y escribe con mayor tesón. Escribe sus mas renombrados poemas como son la Alocución a la Poesía y Silva a la Agricultura a la Zona Tórrida, aunque el ejercicio poético ya se había iniciado en Caracas en donde escribió sonetos, églogas, romances, etc. De ese período caraqueño son sus poemas El Anauco, Venezuela Consolada (Obra de teatro), Égloga (Imitación de Virgilio), A la Nave, Dios me tenga en gloria. En lo que se refiere a prosa escribió el Resumen de la Historia de Venezuela que preparó para el inconcluso calendario Manual y Guía Universal de Forasteros en Venezuela. En cuarenta páginas “está expresa la adscripción espiritual con la tierra, los lugares, las gentes y sus costumbres, entendido el todo como base del ser americano en el trópico. Y en esta comprensión radican a mi juicio, las raíces del nuevo humanismo que alentará para siempre en toda la vida de Bello” .
En lo que se refiere a los estudios lingüísticos, en las que tanto sobresalió, se puede decir, que en este período, su preocupación queda plasmada en la monografía Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación castellana que publicaría mucho tiempo después en 1841.
Las silvas, La Alocución a la Poesía y la Silva a la Agricultura a la Zona Tórrida, las escribió en Londres bajo el recuerdo de la naturaleza pródiga de su patria natal. La exhuberancia, el color desbordado de la vegetación paradisíaca, la luz centelleante que se refleja en los hojas como una revelación divina de la belleza infinita, se plasman en imágenes de color y de emoción, vertidas en versos que fluyen copiosamente como río vertiginoso e incontenible. Situado el escenario natural de la naturaleza pródiga, Bello va enunciando la variedad de plantas y de frutos en una fiesta de imágenes sensoriales: visuales, olfativas, auditivas, tactiles, creando un mundo de belleza tan palpable y visualmente expresivo que es capaz de despertar hondas emociones; el orgullo de ser americano se desborda ante la imponencia y exhuberancia de las bellezas naturales de nuestro continente con “sus varios climas”. El viento se recrea en tan insólita belleza y “bebe” los mil aromas de las “florestas bellas” acariciando con dulzura las múltiples plantas que el poeta va describiendo amorosamente como son la uva, la caña de azúcar, el café, el cacao, el tabaco, el añil, el agave, las palmas, la piña, la yuca, la papa, el algodón, la parcha, el maíz, el banano.
La riqueza imaginativa y lingüística de Bello se plasma en las imágenes y metáforas que recrean poéticamente a la realidad natural. Cuando dice “Tú vistes de jazmines/ el arbusto sabeo” o cuando dice “y para ti el banano/ desmaya al peso de su dulce carga”, la evocación de estas plantas (el café en plena floración y el banano, luciendo sus racimos) nos conduce a las montañas andinas, al clima templado de nuestros campos, donde las plantas de café conviven con las del banano, amorosamente protegidas por cedros centenarios, esbeltos guamos y floridos bucares. Esa primera parte de la Silva, es de exaltación apasionada de la naturaleza tropical; Bello describe esa fértil zona, donde el “labrador sencillo” vive ocupado en el trabajo gratificante en una soledad habitada de luces y voces naturales. La referencia a las bondades de la vida en el campo, ha sido un tema muy frecuente en los escritores españoles del siglo XVI, que escribieron bajo la influencia de los modelos grecolatinos. El Beatus Ille, de Horacio, fue excelentemente traducido por Fray Luis de León (1528-1591), autor de la famosa Oda a la Vida Retirada; y Garcilaso de la Vega (1501- 1536) es el gran poeta de las églogas. En su estilo y en la temática se percibe la influencia de los grandes poetas latinos e italianos desde Petrarca hasta Sannazaro, Bernardo de Tasso y otros autores de la época de Garcilaso. La égloga I que Garcilaso escribió por los años 1534- 1535 fue escrita sumido en el dolor que le produjo la muerte de Isabel Freire, al dar a luz; su fatalismo y vehemencia hacen de ella una de las obras mas conmovedoras de Garcilaso en donde el pastor Salicio se lamenta de la inconsistencia de Galatea que le ha abandonado por otro, y el pastor Nemeroso llora la muerte de Elisa; el poema empieza al amanecer y termina con la llegada de la noche. La naturaleza es el marco de los lamentos de los pastores pero es una naturaleza cuyo curso armonioso se ha alterado por el dolor del amor frustrado. Esta égloga impresionó de manera singular a Bello y bajo su impacto escribió, en sus años juveniles, la no menos hermosa Égloga (Imitación de Virgilio) sobre la que se ha referido ampliamente Pedro Grases en el Prólogo a la Obra Literaria de Andrés Bello en el Tomo Nº 50 de la Biblioteca Ayacucho. Afirma Grases que “Fundamentalmente, el poema sigue la Égloga II de Virgilio, pero la expresión castellana está elaborada a base de la Égloga I de Garcilaso de la Vega, y la Égloga Tirsi de Figueroa, con la influencia menor de otro poema de Figueroa, Las Estancias” . Del modelo clásico y de los poetas castellanos, Bello aprende el uso poético del lenguaje, el ritmo musical, las figuras retóricas.
En la égloga de Bello, Tirsis se lamenta del amor no correspondido por su amada Clori; siguiendo el mejor estilo Garcilasiano, las quejas de amor tienen como escenario a la naturaleza, tan amada por Bello; “el ameno río”, “el bosque entrelazado”, “el césped que tapiza el prado”, los lagartos, los pájaros, el ganado, crean un conjunto de envolvente belleza natural en que se sitúa el monólogo del pastor sufriente. Le ofrece el amor y la máxima belleza, la de la pura naturaleza, así dice:

Ven a vivir conmigo, ninfa hermosa;
¡Ven! Mira las Drïadas, que te ofrecen
en canastos la esencia de la rosa,
y para ti los campos enriquecen
para ti sola guardo la abundosa
copia de frutos que en mi huerto crecen;
para ti sola el verde suelo pinto
con el clavel, la viola y el jacinto


El pastor recuerda, en otras estrofas, el tiempo, en que, siendo niña, venía al cercado “y las tiernas manzanas me pedías/ aún cubiertas del vello delicado” y cómo era admirado y sobresalía “como en la alfombra del ameno prado/ descuella entre las yerbas el tomillo”.
El amor, en íntima relación con la naturaleza amable se torna dolor, y en ese contraste radica la fuerza del poema. En su infortunio le ruega, le muestra sus bienes (“rebaño numeroso”, “fruto sazonado y tierno”); evoca el pasado en que le era agradable, la amenaza con el castigo eterno para concluir aceptando con resignación, que fue un sueño su loco amor y en bellos versos acepta su fracaso cuando dice:

Prender quise la sombra, atar el viento,
seguir el humo y detener el río.

Frente a lo imposible, asume lo absurdo de su lamento porque:

ni encender puedo un corazón de hielo,
ni torcer el influjo de mí estrella

La aceptación del destino oscurece el alma pero lo enfrenta a la verdad con resignación y el lamento cesa cuando el sol se oculta:

Ya baja el sol al occidente frío;
vuelve, vuelve al redil, ganado mío.

En evidente paralelismo, también Garcilaso, en la égloga I, termina diciendo:

Nunca pusieran fin al triste lloro
los pastores, ni fueran acabadas
las canciones que sólo el monte oía,
si mirando las nubes coloradas,
al tramontar del sol bordadas de oro,
no vieran que era ya pasado el día.
La sombra se veía
venir corriendo apriesa
ya por la falda espesa
del altísimo monte, y recordando
ambos como de sueño, y acabando
el fugitivo sol, de luz escaso
su ganado llevando,
se fueron recogiendo paso a paso.

Si la naturaleza es el marco del dolor de los pastores en las églogas, también es el tema fundamental de la Oda a la Vida Retirada o Canción a la vida solitaria de Fray Luis de León, obra juvenil de transición entre la pura imitación horacio-garcilasiana y la elaboración mas original de poesía posterior.
Sin duda, el tema de la vida rústica en contraste con el de la vida urbana ocupa la atención de muchos poetas del siglo XVI que reciben la influencia de los poetas clásicos como Horacio y Virgilio.
La I Oda de Fray Luis o Canción a la vida solitaria aparece en una antigua copia con el título: Después del mundo. Al recogimiento de Carlos V, en el Monasterio de Yuste por lo que la primera redacción debía remontarse a 1556-7. En la obra de Lope de Vega, El Villano en su rincón, hay también presencia del tema del Beatus Ille horaciano.
En Fray Luis se interioriza el tema de la vida rústica en tanto que condición juntamente real y simbólica del alma cristiana. De la inicial soledad horaciana, en la I Oda, de la negación y del disfrute solitario de los bienes naturales, se llega al ideal místico que se revela en la escena pastoril de Cristo en el poema De la Vida del Cielo (la Oda XIII) en el que dice:

Alma región luciente,
prado de bienandanza, que ni al hielo
ni con el rayo ardiente
fallece, fértil suelo,
producidor eterno de consuelo;

El tema de la soledad está presente no sólo en la I Oda sino también en la XVII, XXIII y XIV, de las cuales fueron escritas: la I, antes de la cárcel; la XVII y XXIII, en la cárcel y la XIV, después de la cárcel.
Resuenan con insistencia, en la memoria, los hermosos versos de la I Oda cuando dice:
¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
Tema de la soledad y del retiro enriquecedor se repite en la XVII, En una esperanza que salió vana:
Dichoso el que jamás ni ley ni fuero,
ni el alto tribunal, ni las ciudades,
ni conoció del mundo el trato fiero.
Que por las inocentes soledades,
recoge el pobre cuerpo en vil cabaña,
y el ánimo enriquece con verdades.
Cuando la luz el aire y tierras bañan,
levanta al puro sol las manos puras,
sin que se las aplomen odio y saña.
Sus noches son sabrosas y seguras,
la mesa le bastece alegremente
el campo, que no rompen rejas duras.
Lo justo le acompaña, y la luciente
verdad, la sencillez en pechos de oro,
la fe no colorada falsamente.
En la XIV, Al Apartamiento, insiste en la idea de la paz en el retiro del campo todavía dolido por las injusticias y dolores recibidos que lo llevaron a la prisión, por eso dice:
…sierra que vas al cielo
altísima, y que gozas del sosiego
que no conoce el suelo,
adonde el vulgo ciego
ama el morir, ardiendo en vivo fuego;…
En la XXIII A la salida de la cárcel, la mas breve, dice:

Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
Del sabio que se retira
De aqueste mundo malvado,
Y con pobre mesa y cosa
En el campo deleitoso
Con sólo Dios se compasa
Y a solas su vida pasa,
Ni envidiado ni envidioso

La temática de estas Odas, donde se exalta la vida de soledad rústica, también está presente en la Silva a la Agricultura a la Zona Tórrida, en la que después de las estrofas iniciales, en las que enumera y describe la variedad de frutos del exuberante trópico , Bello se ocupa del tema de la vida retirada llena de bondades en oposición a la vida turbulenta y alienante de las ciudades que engendran “el necio y vano fasto/, el mentado brillo/ el ocio pestilente ciudadano/”… ciudades que cobijan las ambiciones de poder y propician los enfrentamientos y las guerras; ciudades de los vicios y del gusto desmedido por el lujo y la disipación. Su preocupación por la formación y la educación de los ciudadanos que el país necesita se expresa en estos versos de intensa reflexión:

¿Y será que se formen de ese modo
los ánimos heroicos denodados
que me fundan y sustentan los estados?.

Su preocupación es por una juventud bien formada, capaz de enfrentar “al genio altivo del engreído mundo”. Tiene absoluta vigencia su inquietud por la formación adecuada del joven, que antes como ahora, sigue siendo la esperanza para continuar la obra civilizadora de la sociedad de nuestros pueblos latinoamericanos. Frente a los intereses superficiales que animan a buena parte de la población, frente al gusto exagerado por las fiestas, frente a la desmedida preocupación por la moda, frente al juego, la bebida y la lujuria desbocada, hay que pararse a meditar y plantearse como Bello la urgente necesidad de profundizar en los valores fundamentales para el crecimiento moral de la sociedad. En estudios, que constantemente, se hacen del comportamiento de los venezolanos, prevalece la conclusión que somos ciudadanos en los que prevalece, la resistencia acatar las leyes y normas que se establecen para el funcionamiento social; se dice que somos una sociedad anárquica y superficial, en la que se actúa con mucha irresponsabilidad y muy poca seriedad. Los atajos ilegales son más fáciles para conseguir lo que alguien se propone; el abuso y la corrupción parecen ser normas que se repiten en todos nuestros países. Bello parece que estuviese escribiendo estas reflexiones en el siglo XXI. Su preocupación es la de todos actualmente y casi hay unanimidad en considerar a la educación como el medio fundamental para alcanzar una sociedad mas justa y mas civilizada.
Bello alaba al trabajo liberador y constructor de patria y bajo el idealismo romántico heredado de los clásicos latinos y españoles dignifica la vida y el trabajo del campo. La crítica es dura cuando dice:
el mercader que necesario al lujo
al lujo necesita,
los que anhelando van tras el señuelo
del alto cargo y del honor ruidoso,
la grey de aduladores parasita,
gustosos pueblen ese infecto caos;
el campo es vuestra herencia: en él gozaos

El tema de la libertad lo define con absoluta modernidad. ¿Qué es la libertad? La independencia de criterio para estar por encima de la moda, de la acumulación de riqueza, la popularidad y el poder.
Mas bien la libertad está en la opción por la sabiduría, por la cultura, por la paz, el enriquecimiento del alma y la virtud en el retiro, en la “solitaria calma”.
Así como Fray Luis dice en la Oda I:

¡Oh monte, oh fuente, oh río!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
Huyo de aqueste mar tempestuoso

Así también Bello exalta las virtudes de la vida retirada y dice:

Id a gozar la suerte campesina;
la regalada paz, que ni rencores
al labrador, ni envidias acibaran;

El paralelismo es evidente entre ambos poemas; dice Fray Luis:

Un no rompido sueño,
Un día puro, alegre, libre quiero;

Y Bello también dice:

La cama que mullida le prepara
El contento, el trabajo, el aire puro

Tanto Fray Luis como Bello destacan la vida sosegada, el dormir tranquilo, la frugalidad, y la sencillez que contrasta con la falta de libertad en la ciudad, con la prisa desmedida; ambos poetas exaltan la vida en el campo, libre de presiones, sin envidias, sin odios, sin ambiciones de poder, en perfecta conjunción con la naturaleza, viviendo la paz y la armonía de una vida serena, de contemplación, de reflexión y estudio permanente.
En los delicados versos de Fray Luis, la naturaleza es un bálsamo de amor y de frescura. Se elevan los olores del huerto en el que se producen sabrosos frutos. La visión de la “fontana” corriendo entre los árboles en un paisaje de verdura y de flores, remite a cuadros impresionistas de singular belleza. No cesa el viento de menear los árboles con “manso ruido”, no cesa la visión del paisaje en dar sosiego y paz al alma que desea:

Vivir quiero conmigo
Gozar del bien que debo al cielo,
A solas, sin testigo,
Libre de amor, de celo,
De odio, de esperanzas, de recelo

Mientras los demás combaten por él poder y la riqueza, Fray Luis sólo aspira a la vida contemplativa, a la felicidad espiritual.

Tendido y/o a la sombra esté cantando;
a la sombra tendido,
de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
al plectro súbitamente meneado

El poema de Bello es mucho mas largo que la Oda I de Fray Luis, pero el tema de la exaltación de las virtudes del campo en contraste con las miserias y vicios de las ciudades es común en ambas composiciones. Bello, en el resto de las estrofas, igual que Fray Luis, reflexiona sobre la necesidad de la recuperación de los campos y de la agricultura para el progreso de las naciones. Su mensaje civilizador es la exhortación a cerrar “las hondas heridas de la guerra y a preparar las tierras para la siembra provechosa. Con verdadera pasión hace un llamado a sembrar de nuevo y su entusiasmo se desborda en imágenes que concretan su sueño de tierra fecunda, despierta de nuevo, ofreciendo pródiga el caudal desmesurado de sus frutos. La ilusión y el fuego de amor por la patria americana lo lleva a expresar con singular belleza poética su mas profundo deseo de paz y de progreso. En vez de armas, corvas hoces para dar cumplimiento a la esperanza de recuperación de tantos territorios devastados, de tanta muerte, de tanta zozobra, de tanto tumulto.
El poeta acude a Dios y hace su plegaria por la paz de las naciones. Después de las guerras, la de la Conquista y la de la Independencia, es urgente construir la patria nueva con trabajo y en la paz ansiada:

De su triunfo entonces, Patria Mía,
Verá la paz el suspirado día;
La paz a cuya vista el mundo llena
Alma, serenidad y regocijo;
Vuelve alentado el hombre a la faena,
Alza el ancla la nave, a las amigas
auras encomendándose animosa,
Enjambrase el taller, hierve el cortijo,
Y no basta la hoz a las espigas

A pesar de estar ausente de la Patria, o precisamente por esa misma circunstancia, el amor por la tierra se tiñe de melancolía, que se expresa en el deseo por una patria nueva que despierte de las cenizas del pasado y trabaje jubilosa, con ansias renovadas para construir un futuro de paz y de trabajo. Es evidente la modernidad del mensaje de Bello, mensaje civilizador, empeñado en que las naciones americanas transiten caminos de libertad, de allí estos últimos versos de la Silva a la Agricultura, llenos de vehemente emotividad para expresar la urgente necesidad de recuperar el campo, la agricultura trascendente y liberadora. Con un llamado impostergable, arenga a los pueblos y los conmina a asumir la tarea inaplazable de construir la nueva sociedad de paz y de libertad.
Son versos apasionados, son gritos de lucha como un himno final de ritmo marcial y efectiva elocuencia:

¡Oh jóvenes naciones, que ceñida
alzáis sobre el atónito occidente
de tempranos laureles la cabeza!
honrad el campo, honrad la simple vida
del labrador, y su frugal llaneza.
Así tendrán en vos perpetuamente
la libertad morada,
y freno la ambición, y la ley templo.
Las gentes a la senda
de la inmortalidad, ardua y fragosa
se animarán, citando vuestro ejemplo.
Lo emulará celosa
vuestra posteridad; y nuevos nombres
añadiendo la firma
a los que ahora aclama
“hijos son estos, hijos,
(pregonará a los hombres)
de los que vencedores superaron
de los Andes la cima;
de los que en Boyacá, los que la arena
de Maipo, y en Junín, y en la campaña
gloriosa de Apurima
postrar supieron al León de España”

Bello es el intelectual, que comprometido con el futuro americano, hace un llamado a construir la paz desde los triunfos militares y políticos del pasado y convoca a trabajar por el progreso y la transformación de las naciones, a través de la laboriosidad y la honradez, la educación y la cultura.
Toda su extensa y compleja obra, desde los grandes poemas hasta la célebre Gramática, revela el humanismo y el americanismo de Bello. Romántico, idealista, se exilia en el trabajo intelectual y en la poesía, más allá de la distancia, persiguiendo sus sueños de poeta, anhelando la unidad y el progreso para el continente americano.



Lilia Boscán de Lombardi

viernes, 29 de enero de 2010

La luz del amanecer
Como una copa de vida
Los objetos de mi cuarto
Los libros almacenados
La tibieza de mi cama
El amor entre tus brazos.
Basta solo una sonrisa
Que descubres en mi rostro
Asomado hasta la dicha
En el fluir de mi vida.
II
Si sembrara una sonrisa
En cada casa vecina
En la escuela de mi barrio
En la oficina de al lado,
Si no hubiera niños tristes
Ni muertos bajo la luna,
Si los luceros fueran
signos de metal bruñidos
polvo de estrellas tus manos
en mi cuerpo de diamante.

Lilia Boscan de Lombardi

martes, 26 de enero de 2010

Reseñas sobre Cuentos Latinoamericanos.
“Como un escolar sencillo” de Senel Paz.

Este escritor cubano nació en Fomento en 1950. Creció en una familia campesina pobre. La infancia y juventud transcurrieron en Cabaiguan. Su primer libro de cuentos se titula “El niño aquel” (1980) con el que gano el Premio dela Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Publico una novela, “Un rey en el jardín”(1983) Premio de la Critica ese año.”El lobo, el bosque y el nuevo hombre” gano el Premio Juan Rulfo. “Fresa y Chocolate” obtuvo el Premio al mejor guion en el XIV Festival Internacional de Cine Latinoamericano.
Las vivencias y experiencias de la infancia y la adolescencia que transcurrieron en el campo, son la fuente que nutre las historias de estos primeros libros. Es uno de los escritores cubanos más representativos y mas exitosos de la nueva narrativa cubana. Ha incursionado también en el cine y el teatro. Vive en La Habana y es asesor literario en el Instituto Cubano de Cine. Ha vivido el proceso revolucionario y conocido los éxitos y fracasos del gobierno fidelista.
En el cuento que nos ocupa, un joven insatisfecho de si mismo por ser tímido e inseguro, habla de sus penurias existenciales, de las limitaciones que le impiden ser el joven popular admirado y solicitado por todos; habla también, no solo de su propio hogar, sino de la vida cotidiana en Cuba. La madre y las hermanas son milicianas. El despertar revolucionario se transparenta cuando dice: “Antes fueron marchitos, pero de repente despertaron, resucitaron. La primera fue mama que un día regreso con Isabel, ambas vestidas de milicianas y se reían ante el espejo”. La visión del hombre nuevo se traduce en la conversión revolucionaria, en la adhesión al régimen de la madre que “un 26 de Julio se fue para La Habana, en camión y con unas naranjas y unos emparedados en una bolsa de nailon y regreso como a los tres días, en camión, con una boina, dos muñecas y banderitas en la bolsa de nailon.”
La vida cotidiana en la isla, el compromiso militante, las diversas actividades que realizan como alfabetización o cumplir faenas en trabajos productivos, el racionamiento, el uso dela libreta, están dichos en este relato de un escritor también comprometido. Si la nueva Cuba esta simbolizada por la madre y las hermanas, la abuela, en cambio, es la Cuba del pasado, aquella Cuba donde no habían las privaciones de la actual: A mi lo único que no me gusta de este comunismo es que no haya ajos ni cebollas”, aquella Cuba donde no se perseguía a la Iglesia Católica ni se prohibía la religión.
Senel Paz es de origen muy pobre y fue el único de su familia que pudo estudiar una carrera universitaria. En este relato la situación suya y la de tantos otros muchos jóvenes cubanos queda reflejada muy bien ; como si fuera un relato autobiográfico, se cuentan las vicisitudes que tenía que pasar una familia pobre para educar a los hijos, y se habla de la esperanza puesta en una beca que cuando llega significa la la felicidad para la madre y para el joven ,que no solo consigue seguir los estudios, sino que logra con este viaje, alejarse, irse de su lugar de origen, liberarse, buscar su destino.
Fidel, el hombre nuevo, los logros de la Revolución, la conversión posible en militante, el camino a seguir con obediencia y docilidad, todo esta en el texto escrito con la vehemencia del buen escritor que ha preferido quedarse en Cuba y ser testigo de su tiempo en un país y una revolución que en muchos ha dejado un fuerte sabor de desilusión y fracaso.