miércoles, 21 de noviembre de 2012

El Amor Trágico del Joven Werther


Johann Wolfang Goethe (1749 - 1832) es considerado uno de los grandes escritores alemanes, famoso por sus numerosas obras entre las que se destacan Los sufrimientos del joven Werther (1774); sus dramas Ifigenia en Táuride (1787); una colección de novelitas breves , Conversaciones de emigrados alemanes (1795); la obra épica Germán y Dorotea (1797); la tragedia La hija natural (1799). Obras escritas en la madures son: La novela Las afinidades electivas (1809), Los años de peregrinaje de Wilhelm Meister (1821, revisado en 1829); Viajes italianos (1816); Poesía y verdad (autobiografía publicada en varias entregas, 1811-1833); un poemario Diván de Oriente y Occidente (1819) y su gran poema coral Fausto cuya versión final apareció un año después de su muerte que ocurrió en Weimar el 22 de marzo de 1832.
Goethe nació el 28 de agosto de 1749, en Francfort del Meno, Hesse, Alemania. Su gran curiosidad lo impulsó a ser un gran lector y acucioso investigador, no solo en el campo de la literatura y el arte, sino también en varias disciplinas científicas como la geología, la química, la osteología y la óptica concibiendo una teoría de los colores distinta a la de Isaac Newton.
Se puede considerar a Goethe como un enciclopedista cuyo afán de saber lo llevó a incursionar en distintos campos del conocimiento; se distinguió por poseer una vasta cultura y por haber participado activamente en la vida cultural de su época, específicamente en la ciudad de Weimar en la cual dirigió el Teatro Ducal entre 1791 y 1813.
Aunque comenzó a estudiar Derecho en 1765 en Leipzig, no pudo continuar por razones de salud y dos años después, continuó y culminó estos estudios en Estrasburgo. Sin embargo, no fue el ejercicio de esta carrera lo que le entusiasmó en la vida sino el arte, la literatura y la investigación científica, sobre todo la literatura, que fue su verdadera pasión. A los veinticinco años publica su primera obra, Los sufrimientos del joven Werther, obra fundamentalmente romántica.
Esta obra contiene elementos autobiográficos ya que se inspiró en el amor profundo que sintió por Charlotte Buff cuando él hacía prácticas de abogado en Wetzlar. Apenas la conoció se sintió impresionado por su belleza tanto física como espiritual, pero desde el principio supo que era un amor imposible porque era novia y prometida de un colega, el joven Johan Christian Kestner. En la novela, Charlote es Carlota (Lotte) y Johan es Alberto. Este amor sin esperanza es el tema central del Werther, los sufrimientos por amor y el final trágico, son elementos característicos del género romántico. Goethe, en esos años en que empezó a ejercer en Wetzlar, colaboró con Herder, teórico del arte y la literatura, en la redacción del manifiesto fundador del movimiento “Sturm und Drang” (Tempestad e Ímpetu), que fue considerado el preludio del Romanticismo alemán.
Con esta novela, Goethe consiguió un gran éxito como escritor. Fue leída con entusiasmo y avidez porque en ella se expresan las emociones y los sentimientos del amor unido al dolor de la frustración y el desengaño. Dicen que se generó una ola de suicidios entre jóvenes y adolescentes de la época bajo la influencia de esta novela.
Está escrita en primera persona en estilo epistolar, dirigidas las cartas a un amigo muy especial; está estructurada en tres partes: Libro I; Libro II; El editor al lector (III) La primera carta con la que se inicia el Libro I tiene fecha de 4 de mayo de 1771, época del alejamiento de su hogar y de su ciudad natal y del comienzo de la estadía en otra ciudad. Si nos atenemos a su biografía, la ciudad a la que llega es Wetzlar, a donde fue ejercer después de haber terminado sus estudios de Derecho en Estrasburgo en 1771.
Esta novela escrita con lenguaje rebosante de lirismo, es un emblema del romanticismo; además del amor trágico, está presente otro gran tema, el de la naturaleza, escenario vivo de esta historia de amor. La naturaleza es fuente de poesía: “Cada árbol, cada matorral es un ramillete de flores y uno querría volverse abejorro para revolotear por este mar de aromas, encontrando en él todo su alimento”.
Los sentimientos expresados guardan relación con el ambiente que le rodea. Su espíritu de “admirable serenidad” es semejante a una “dulce mañana primaveral”. La naturaleza es descrita con adjetivos que expresan belleza y paz: “ameno valle, alto sol”, “alta hierba”; las imágenes se multiplican para describir una naturaleza que se despliega como un gran lienzo de belleza en el que se enmarcan el amor y el dolor de los amantes; idealiza a la naturaleza y también a la mujer amada dotándola de absoluta perfección: es bella, es abnegada, dulce, honesta, inocente y pura, pero es inalcanzable. Es un amor imposible porque ya está comprometida y el matrimonio es inevitable. Cuando la describe rodeada de las hermanas, de once a seis años, repartiéndoles el pan de la merienda, es una imagen de tal plasticidad que más bien parece la versión literaria de una pintura renacentista.
Sentirse enamorado, no solo de Carlota sino también de la naturaleza y de la paz que prodiga, es bastante para su felicidad: “Vivo unos días tan felices como los que reserva Dios a sus Santos, y ya puede ser de mi lo que sea, que no puedo decir que no haya gustado los gozos, las alegrías mas puros de la vida…. Conoces mi Wahlheim: allí me he establecido del todo, y desde allí estoy solo a media hora de Carlota; allí me siento yo mismo, y siento toda la dicha que se le ha dado al hombre” .

El libro, no solo es el relato de un gran amor, sino es un compendio de sabiduría, en el que se leen una serie de reflexiones del autor que observa todo, que piensa y saca sus propias conclusiones sobre el vivir humano. De las personas que viven en continuo movimiento, en continua búsqueda, muchas veces a ciegas, sin saber qué es lo que quieren, dice al respecto: “Así, el más intranquilo vagabundo vuelve al fin a anhelar su patria, y en su cabaña en el pecho de su esposa, en el círculo de sus niños, en las ocupaciones de la casa, encuentra la delicia que en vano buscó por el ancho mundo”. Valoriza la vida cotidiana, los pequeños placeres domésticos, la paz que provoca la lectura de un buen libro como las obras de Homero, las bondades de la vida patriarcal, la felicidad de plantar unas semillas, ver crecer el árbol y disfrutar sus frutos.
Es sabio cuando reflexiona sobre lo poco agradecidos que somos los seres humanos a pesar de tantos regalos que nos hace Dios a lo largo de nuestra vida y dice “Si siempre tuviéramos el corazón abierto para disfrutar lo bueno que Dios nos depara día tras día, tendríamos también bastante fuerza para soportar el mal cuando llega”. Otra reflexión es con relación a la felicidad del hombre; Werther, después de una conversación con un loco, dice ¡Dios del cielo! ¿has puesto como destino a los hombres que no sean felices sino antes de tener uso de razón o cuando la pierden?.
Los tormentos y al mismo tiempo las esperanzas del amor los vive el joven Werther que se debate entre la fuerza de su pasión y la esperanza de ser correspondido.
El amor de Werther es tierno y apasionado y solo vive para pensar en ella, para disfrutar de antemano la próxima visita: “! La veré! Exclamo por la mañana, cuando me alegro mirando con toda felicidad el hermoso sol: ¡La veré! Y ya no tengo otro deseo durante todo el día. Todo, todo desaparece en esta perspectiva”.
La tragedia se vislumbra porque Carlota tiene dos adoradores: Alberto y Werther; es un triángulo en el que los dos desean el mismo objeto; ambos se llevan bien, tratándose con afecto y respeto pero la presencia de Alberto al lado de Carlota, lo llena de dolor y busca anhelante, los momentos en que ella se encuentre sola. Las dudas lo asaltan y a veces piensa en irse, en alejarse definitivamente de ella. En las cartas a Guillermo, en las conversaciones con Alberto o con Carlota expresa sus pensamientos y sus ideas en torno a diversos temas como el del suicidio.
En el relato están presentes los contrastes: riqueza y pobreza; alegría y tristeza; amor y muerte que son los dos ejes primordiales; la naturaleza, es radiante cuando el espíritu también está radiante pero es gris si el ánimo también es gris; cuando el espíritu está abrumado por la incertidumbre y la tristeza, Werther se debate entre permanecer cerca de Carlota, a pesar de la imposibilidad de su amor o alejarse de ella; hace lo segundo y se va a trabajar como consejero del Embajador en la Corte. Hasta aquí es el Libro I. En el libro II cuenta su estadía en la Corte en el período del 20 de Octubre de 1771 hasta el 5 de Mayo de 1772, fecha en la que renuncia para viajar nuevamente, esta vez a la finca del Príncipe heredero quien lo había invitado amablemente; visita también su ciudad natal en la que evoca a la infancia. Vuelve a encontrarse con el tilo que estaba a un cuarto de hora de la ciudad, meta y límite de sus paseos. Volvió a ver la sierra, los bosques y los valles; en la ciudad, las casitas de las huertas, la vieja casa de la infancia, la escuela ahora transformada en tienda y tantos otros sitios en los que vivió momentos felices. La evocación de la infancia y la consecuente nostalgia es otro rasgo de la literatura romántica, así como el amor a lo propio, a la tierra natal.
En el tiempo de la ausencia, durante su estadía en la Corte, Carlota y Alberto se casaron y el dolor es ahora insoportable; otra vez la naturaleza es término de comparación para el estado de su espíritu: “como la naturaleza se inclina hacia el otoño, así se hace otoño en mí y alrededor de mí: mis hojas amarillean, y ya han caído las hojas de los árboles cercanos”. La naturaleza aunque sea espléndida se presenta yerta y su visión ya no es fuente de ventura. Siente vacía su alma y cada vez el tormento es mayor, por eso afirma que el destino del hombre es siempre soportar su suerte y apurar su cáliz.
El sentimiento religioso, la constante alusión a Dios, es otra constante en este relato romántico. Hay momentos en que se queja del silencio de Dios diciendo: “Solo estoy bien donde estas TÚ, y quiero sufrir y disfrutar ante tu rostro. Y TÚ, amado Padre Celestial, ¿No me has de escuchar?”.
El matrimonio de Carlota es una tortura. Cada día está más desesperado. En este estado de angustia permanente la figura de Carlota lo persigue, y con reflexiones profundas sobre qué es el hombre y el destino, termina la segunda parte del relato.
En la tercera y última parte, Del editor al lector, escrita en primera persona, se narran los últimos días de Werther, insertando cartas y toda la información que el nuevo narrador pudo recibir de todos los conocedores de la historia. Cuenta el desconsuelo y el hastío creciente de Werther y el desequilibrio total de su espíritu; tal infelicidad, tal congoja consumió las fuerzas de su espíritu hasta un grado que la vida se convirtió en una pesada carga y solo ansiaba morir. La relación de amistad entre los tres amigos ha cambiado. Alberto, celoso, ha pedido a Carlota que lo aleje de ella; Carlota estaba firmemente decidida a hacerlo. El drama radica no sólo en la pasión imposible de Werther, sino en la intranquilidad creciente de Carlota. Ante la idea del alejamiento de Werther, su espíritu se ensombrece y empieza a percibir que también ella lo quiere: “Todo lo que ella sentía o pensaba como interesante, se había acostumbrado a compartirlo con él, y su alejamiento amenazaba abrir en el ánimo entero de Carlota un vacio que no podía volverse a llenar”. La pasión se vuelve incontenible y en un arrebato “Él la estrechó entre sus brazos, oprimiéndola contra su pecho, y cubrió sus labios vacilantes y balbucientes con ardientes besos.

La convicción de que es amado lo sume en una gran perturbación porque, a pesar, de esta felicidad, el amor continúa siendo un amor imposible; no quiere causar ningún daño a la pareja y ahora ve, aun más claro, que tiene que morir, que tiene que ir al Padre: “A éste me quejaré, y Él me consolará hasta que tú llegues; y saldré volando a tu encuentro, y te abrazaré, y quedaré contigo en eterno abrazo a la vista del Infinito"
Finalmente, Werther termina con su vida disparándose en la cabeza, dejando escrita en su última carta todo el amor a su amada Carlota. Se produce la tragedia porque no ha sido posible evitar el desenlace de dolor y muerte. Los sentimientos han triunfado por encima de la razón.
El amor y la muerte se han encontrado para dar fin a este relato que contiene todos los elementos del género romántico, expresado con la belleza poética que solo puede hacer un gran escritor. Elementos biográficos están allí pero solo el estilo y la sensibilidad de Goethe la convierten en una obra trascendente y universal.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Puerto de sombras


Palabras de presentación del libro Bosque de Sombras de Lilia Boscán de Lombardi.
Salón Hesnor Rivera. Biblioteca Pública del Estado Zulia.
Maracaibo, 12 de septiembre de 2012

Puerto de Sombras

Leí en alguna parte que Federico García Lorca había dicho que la poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio, pero, de ser así, cuál es ese misterio. Tagore, poeta hindú, entendió que ese misterio no era otra cosa que el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos. Ahora bien, qué eco es ese. Puedo seguir ahondando y ahondando en preguntas, pero llegando a una misma conclusión: la poesía no tiene conclusión puesto que en ella se agolpan todas las posibilidades. De tal manera que, si le pregunto a la poesía ¿Qué es la poesía? ella me dirá lo que es desde la poesía misma. Creo que por eso en algún pasillo de la Universidad del Zulia, el poeta Hesnor Rivera, me dijo: la poesía siempre es otra cosa siempre y se fue arropado por su risa de trueno secreto.
Sea lo que sea la poesía parece estar ligada muy íntimamente a la sensibilidad humana. Quizás por ello Adorno desesperado dijo que después de Auschwitz no podría volverse a escribir poesía. Sin embargo, y pese a que después de Auschwitz vinieron otros Auschwitz disfrazados con otras máscaras, se continuó escribiendo poesía. ¿Cómo ha sido posible que en medio del fango espeso de la oscuridad humana pueda seguirse escribiendo poesía? No lo sé, pero Miguel de Cervantes solía decir que los tiempos en que es más abundante la poesía, suelen también serlo de hambre y la poesía, después de todo es más profunda y filosófica que la historia, dirá por otro lado Aristóteles. Entonces, los tiempos oscuros, los tiempos bárbaros, los tiempos de bajeza, vileza, cobardía y laxitud están condenados a ser cantados y purificados, si quiere verse así, por la poesía. Creo que a eso y no a otra cosa debemos la ocasión de estar aquí reunidos para presentar Puerto de Sombras que, más que una antología, es la vida poética de Lilia Boscán de Lombardi.
Puerto de Sombras reúne toda la poesía de Lilia Boscán de Lombardi. Están acá Voces de la Memoria, Surco de Origen, En el Corazón del Vértigo, Desde el Signo que me Nombra y, un texto inédito hasta ahora llamado Letra Herida. Es esta una antología que también puede leerse como un muy humano tratado acerca de la afectividad doliente tejida desde la cristalina intimidad entre la imaginación y el sentido poético. María Zambrano lo llamaría conocimiento poético que, dirá ella, no es más que el ciego ímpetu de la vida que se arrastra por un cuerpo, por su cuerpo, por sus cuerpos, ya que ninguno le basta. Puerto de Sombras significa, sin temor a equivocarme, la patria de las raíces de Lilia, allí, en sus profundidades arden como soles perennes las fuentes de donde mana la caricia con la cual acaricia la vida: agua, aire, noche y muerte. Cuatro palabras, cuatro instancias donde se fraguan las mismas heridas de Miguel Hernández.

El mar es como un espejo

En Posiciones y Proposiciones (1928) Paul Claudel advierte que todo lo que el corazón desea puede reducirse siempre a la figura del agua. ¿Reducirse?, me pregunto. ¿Cómo siendo el agua el vehículo de la naturaleza, así la contemplaba Da Vinci, podemos hablar de reducción? El agua es principio fecundador y elemento a través del cual transita la fluidez de lo incognoscible. Bachelard entiende que para la imaginación todo lo que corre es agua; todo lo que corre participa de la naturaleza del agua. El agua que a veces es lluvia, dirá Lilia Boscán de Lombardi, borra la imagen reflejada en el espejo y nuestros pasos se deshojan en sus propios círculos. El agua entendida como elemento maternal, como principio femenino, como sustancia de pureza y purificación está presente en la poética de Lilia Boscán de Lombardi. Presente como complejidad esencial de una moral líquida donde busca lavarse el rostro la racionalidad para poder sentir a través de la iluminación de los sentidos.
Las voces de la memoria de la poeta transitan, corren como testigos de su vida y de su palabra. Sacuden las tardes muertas chapoteando en forma de recuerdos para volverse luego raíces perdidas en el agua solitaria. Voces que van cantando el testimonio de la construcción de sí misma cubriendo cada vez los viejos temores, la monotonía de las horas, el miedo de buscar, dirá Lilia, y no encontrar más que imágenes deshechas en el agua. Las voces de la memoria movidas por sus ríos interiores tallan el alma de las cosas que la acosan desde las ansias labradas por los silencios del insomnio. Voces que hurgan en el mar de la memoria y la regresan a su origen. Regresar para olvidar lo que no se olvida. Entonces el agua parece transformarse en la poesía de Lilia en símbolo de la consciencia o, como queda explicado en los cantos védicos, símbolo del océano inconsciente del que debe emerger la Divinidad, pero, qué es esta Divinidad, pues, ya lo hemos dicho con María Zambrano: el conocimiento poético.
Conocimiento poético que parece vislumbrarlo Lilia a través de un mar hecho camino incierto al infinito donde puede respirar la nostalgia y el dolor maravilloso de quedarse sin certezas, de susurrar historias que sólo a ella le pertenecen, de inclinarse para ascender al deseo como ola temblorosa. Palabra ardiente que se derrama en esencias sobre los cuerpos abrazados de aquellos que persisten en amarse pese a la duda que siempre lo arrasa todo. Conocimiento poético que nos abre la razón a una ebriedad sin tiempo donde todo se entiende como cosa nueva, ya que, así lo afirma Lezama Lima, el hombre puede alcanzar por el conocimiento poético un conocimiento absoluto. Un conocimiento total puesto que es asimilado por la totalidad del cuerpo cubierto por la fiebre incandescente de sentir. Sentir desde esa intuición siempre ambiciosa de los hijos de Dionisio que rugen al abismo que desea engullir a quienes quieren descender. Sentir, pero sentir ardorosamente, afectuosamente, gozosamente, desde la totalidad de la experiencia de estar vivo. Estar vivo que es, como ya ha dicho la propia Lilia, buscar nuestro propio rostro en el fondo del patio dentro de las aguas que guarda el viejo tinajero.

En los castillos del aire

Graciela Maturo nos dice que Lilia ama los estados crepusculares, la penumbra del amanecer o el anochecer; prefiere transitar esas zonas de frontera que remiten a la muerte o al sueño. Poemas que parecen haberse fraguado justo en el momento en que nos detenemos para contemplarnos desde el suspiro. Poemas escritos desde el frágil estupor donde el aire suele devolverse y sólo la simplicidad puede dar cuenta de lo respirado. Ese suspiro seguirá, nos dice María Zambrano, seguirá y nadie sabe quién lo podrá recoger, nadie sabe quién lo podrá esperar. En ese suspiro que sigue, que es aire disperso en la trama de la noche, late el secreto del Ser que es, al mismo tiempo, luz y sombra, tierra de bocas, imagen, lugar ilimitado. Suspiro que nos habla de un logos no encontrado y todavía por encontrar.
La palabra de Lilia late, palpita en las entrañas del aire que respira incertidumbre. Aire que golpea dulcemente en la cara limpiando la mirada para poder contemplar la fuga de los alacranes que regresan temblando todavía en la perplejidad del enigma. Aire que se revuelve entre los misterios del toro como una ofrenda a la semilla esencial, al surco de origen. El aire respirado en las palabras de Lilia Boscán de Lombardi viene dando manotazos al vacío para hablarnos de lejanas voces marinas, del amargo sabor de la ausencia, de una herida abierta cautiva en el dolor que balbucea la memoria. Una herida que el mismo aire canta como pájaro escondido que picotea en la sangre que sangra entre la sublime transparencia de una estrella diminuta. Yo conozco ese dolor que no deja de punzar cada noche y que abraza la poca luz que llega a las entrañas.

El día está agonizante

La noche, en Lilia Boscán de Lombardi, es el fondo del silencio sin caricias ni palabras donde solemos besar los escombros de todos los recuerdos. La noche, como la poesía, siempre es otra cosa, es, por ejemplo, reducto de lo divino, espejo invertido de nuestro mundo, fulgor de la Naturaleza, espacio inmutable donde se desnudan los cuerpos solares de lumbres que quiebran el olvido. La noche, espacio vital donde los amantes se lamen las heridas, es, como diría Goethe, la mejor mitad de la vida o quizás sea una puerta muda y fría abierta a mil desiertos como advirtiera Nietzsche. Sin embargo, Lilia insiste en afirmar, con el aroma intacto de las plantas en las manos, que la noche, la noche de su alma, es un mar ansioso donde pescadores morenos lanzan en la oscuridad sus largas redes de esperanza.
Lilia habla de la noche y puedo contemplar, en el fondo de sus palabras, a Novalis tejiendo himnos infinitos sobre el pálido rostro de la amada que lanza besos de fuego desde el corazón de la tierra. Veo a Hölderlin lamiendo misterios en el vientre mismo de la locura. Contemplo a Keats lleno de lunas plateadas resplandeciendo con un brillo distinto, un brillo de fuego demoníaco que soplaba en su frente. Veo a Lilia desde el fondo inquieto de sus palabras sembrando en la penumbra bosques de canto oscuro, sucesiones de instantes que van dando forma a una agonía que persiste ciega de colores y formas. La noche, siempre la noche, de donde partimos para volver siempre.
La noche es un tiempo sin tiempo donde el ser se abandona al vivir sin realidad. Dejarse ir, dirá María Zambrano, entre vida y ser, o entre ser y vida: ser en la vida o vivir bajo el ser como cielo único, como invisible, negro cielo, en la noche del ser. La noche en Lilia Boscán de Lombardi es un sin tiempo visceral que late desde la vida misma en su espesa mundanidad. Mundanidad que permite pro-crear la belleza del sentido, que sublima el sentido mismo de la existencia, que nos vuelve amos y escultores de nosotros mismos. Durante la noche la vida se inmola y, en ese transitar de sombras, Lilia aprovecha para preguntarse si eso que palpita es ella u otra que la habita. Durante la noche, Lilia es círculo que se estrecha y se expande para iluminar los abrumados pasos del amante que la acompaña. Pasos que son testimonios de un largo deambular por la vigilia que contiene las palabras, el misterio ignoto del suspiro detenido. Durante la noche, Lilia se fragmenta y se unifica en una lámpara encendida que despliega sus alas para convocar la llama secreta de los planetas y así, en medio de esa oscura luz secreta, contemplar todas las formas posibles del universo.
El agua y el aire son nombres a través de los cuales se dice la noche en la poesía de Lilia Boscán de Lombardi. Ambos caminos suponen el ascenso al Ser que se debate en la palabra que pronuncia las bocas de una herida abierta. Una herida que guarda Lilia arropada en el cálido fuego del hogar de su alma. Un pequeño cuerpo que es canto de agua, sublime transparencia de gotas derramadas en el candor de la piedra surcada de raíces. Raíces, marcas visibles que le surcan el cuerpo y que esperan el nacimiento del silencio profundo de la noche para crecer hacia dentro, hacia afuera, desde la fragilidad del cuerpo que nace de su cuerpo. Agua, aire y noche confundidos en la encrucijada de un corazón todavía sonriente que a veces es página en blanco, a veces puerto de sombras, otras veces signo que lo nombra todo y otras tantas, deseo ardiente de mantener la casa iluminada hasta el día posterior al encuentro.