martes, 24 de enero de 2017

Adam Dalohul


Trazos fugaces, apenas huellas que se van difuminando en el blanco espacio del papel. Símbolos metálicos de la humanidad o cruces de la vida, líneas que se cruzan en una invitación a la vida y al amor. El origen de la cruz está en el círculo y en su centro, un punto se expande horizontalmente y es el principio femenino; luego lo hace verticalmente y es el principio masculino y en el cruce de ambas líneas nace la cruz que es la vida, el amor. La cruz en el círculo es la expresión de la vida, del amor perfecto; cuando la cruz se aísla y se saca del círculo no significa la vida individual sino toda la humanidad. Cuando Cristo lleva la cruz en el camino del Calvario y muere clavado sobre ella, significa que ha llevado a la humanidad sobre los hombros para redimirla y salvarla, por eso Cristo crucificado es la mejor expresión del amor.
El cristianismo asumió la cruz como símbolo místico del dolor pero su verdadero sentido es de vida y amor. Por eso los trazos artísticos de Adam Dalohul son una manifestación vitalista, un canto de fe y optimismo en el que nos invita a participar asumiendo la cruz no como símbolo de sacrificio y dolor sino como un encuentro de los amantes, trascendente y sagrado.
La sacralidad del círculo se extiende a la cruz que como un árbol de vida se eleva hacia el infinito. El amor vence a la muerte y trasciende el limitado tiempo de la vida. El amor conquista la eternidad. El amor es entrega desinteresada, solidaridad y generosidad sin cálculo, es por ello que de la cruz del amor nace la paz.
La armonía con el propio yo y con los demás es la paz primigenia que nos acerca a Dios. Mientras menos paz individual tengamos, más lejos estaremos de Dios. La conquista más difícil es la de la paz. El afán de dominio de un ser humano sobre otro o de un país más poderoso sobre otro más débil, desencadena la confrontación. Si en vez del entendimiento pacífico prevalecen los sentimientos más turbios del hombre entonces triunfan el dolor y la muerte y la cruz del dolor ennegrece a la tierra y vence a la cruz del amor. La hierba mala nace y crece más rápido que otras plantas beneficiosas para la vida, así también los sentimientos negativos tienden a prevalecer y a dominar sobre los positivos. La lucha entre el bien y el mal nace con la creación de la vida y el combate es permanente.
El hombre es víctima de si mismo, de sus propias pasiones y a veces, arrastra consigo a muchos otros. La crueldad de la guerra hace pensar en lo difícil que es la paz. Se ha definido a la paz como una pausa entre dos guerras lo que nos lleva a la desoladora confirmación de la capacidad humana para provocar destrucción y muerte y del predominio de la oscuridad del mal sobre la luminosidad del bien. Sin embargo, si se toma en cuenta que instintivamente se tiende a la búsqueda de lo placentero, resulta absurdo el enfrentamiento y las luchas humanas que niegan el placer y la tranquilidad de vivir en paz. Si predominara Eros sobre Thánatos, la armonía y la paz dejarían de ser un espejismo y la cruz iluminaría el espacio blanco de la vida.
Lilia Boscán de Lombardi
@liliaboscan
liliaboscan.blogspot.com

La ventana cerrada


Parecía una casa deshabitada aunque conservaba la elegancia y la distinción de una casa importante. El color verde oscuro del portón señorial y de las largas ventanas contrastaba con el blanco de las paredes .Debía ser una casa grande con un bello jardín interior como la mayoría de las casas de ese tipo pero lo curioso es que esta casa siempre estaba cerrada. Muy rara vez se veía abierta una de las ventanas pero con una celosía que no dejaba ver nada hacia adentro aunque alguien, desde allí, podía ver hacia la calle. Yo recordaba historias y leyendas donde doncellas árabes o hermosas castellanas escondían sus amores imposibles o culpables tras la visera de una celosía. Doña Teresa veía el mundo a través de una celosía.
La calle se animaba todos los días con el tráfico incansable de los carros y el caminar apresurado de la gente. Las voces de los buhoneros se mezclaban con la música del bar de la esquina y con los sonidos de las sílabas de las palabras enseñadas a los niños que salían de otra casa: l u lu, n a na, luna. Era la “niña” Jacinta enseñando a leer con su voz gruesa, la palmeta en la mano y el vaso para escupir el chimó, en el suelo.
En otra casa había un pequeño negocio donde vendían estampas de los Santos, de María Lionza con cadenas entre llamas y del Negro Felipe así como también perfumes y esencias diversas. Se comentaba que el dueño era brujo .De esa casa salía todos los días, Aura Emira, vestida toda de blanco como una enfermera y con un maletín de médico en la mano, dispuesta a cumplir el oficio de poner inyecciones a domicilio.
En la casa de la esquina estaba la sastrería de Rafa Rojas que no solo era taller de costura sino lugar de tertulias. Todo el que pasaba, entraba y se quedaba un rato oyendo o participando de la conversación. En esa cuadra todos se conocían, y muchos eran amigos. Las que no salían nunca eran la niña Jacinta y Doña Teresa.
En otra calle, en la siguiente, estaba la panadería de Raymundo que vendía biscochos, acemas, y el pan dulce aliñado. Muchos niños nos reuníamos en la noche, en la casa de la señora Eva a jugar 40 Matas, el juego de las adivinanzas con penitencia o cualquier otro juego. Cuando eran las 8.30 tenía que irme para mi casa pero yo daba un rodeo para no pasar frente a la casa misteriosa de Doña Teresa.
Un día, un movimiento inusual, llamó la atención de los vecinos. De un carro se bajaron varias personas que entraron presurosas al interior de la casa, entre ellas ,un señor con aspecto de médico.
Pasaron varios días y todo volvió a la normalidad pero vimos con extrañeza que la ventana con la celosía estaba abierta todas las tardes. Un señor de mediana edad apareció una tarde en la esquina de la calle y de allí caminaba por toda la cuadra, disminuyendo la marcha cuando estaba frente a la ventana con celosía. Se quedaba parado unos minutos y continuaba caminando hasta llegar a la siguiente esquina. Allí permanecía un corto tiempo y reemprendía la marcha pasando nuevamente por la ventana. Esto lo repetía varias veces hasta que empezaba a anochecer. Vino todos los días durante varias semanas. Algunos días permanecía más tiempo del habitual en la ventana.
El año estaba por terminar, ya se veían los pesebres y los arbolitos en las casas y en los negocios de la ciudad. La gente asistía a las Misas de aguinaldo y compraban juguetes y regalos.
Un día el señor mayor, de pelo blanco, dejó de venir. La ventana con celosía estuvo abierta algún tiempo. Yo pensaba que Doña Teresa estaba allí esperando. Pero él no regresó y la ventana se mantuvo cerrada y no se volvió a abrir nunca más.


Lilia Boscán de Lombardi.
04-06-2006

lunes, 23 de enero de 2017

El color de los sueños - Manuel Ocando

Una noche un niño sueña con un viaje en barco y peces de colores que lo rodean mientras navega. El niño traza el sueño en un papel y su maestra le invita a pintarlo. El niño responde que no lo ha pintado porque no sabe cuál es el color de los sueños.
Este cuento, llamado El color de los sueños, es el que le da nombre a la colección de relatos infantiles de la poeta Lilia Boscán de Lombardi, quien publica, en una hermosa edición, este libro conformado por 15 relatos, más una selección de poemas para niños bajo el título La Ranita Bailarina, magníficamente ilustrado por los miembros más pequeños de su extenso entorno familiar.
El niño del relato se encuentra indeciso sobre el color de sus sueños, pero la dulce respuesta que obtiene de su maestra revela la verdadera naturaleza de estos textos: «El color de los sueños es el mismo de la poesía».
Para quien ha tenido a la poesía como centro de su obra, de su cosmovisión, de su desarrollo profesional y de su vocación materna, la respuesta que pone en boca de la maestra del relato no debe venir como sorpresa. La poesía ha sido el medio de expresión de la autora, quien además se ha destacado como ensayista y docente.
«La poesía aspira, igual que la filosofía, a conocer, sólo que con otras estrategias y recursos» afirmaba el escritor catalán Eugenio Trías, afirmación que entiende bien nuestra poeta, quien en su devenir ha construido una obra poética unida por los temas de la soledad, la melancolía, la memoria y la filosofía, que buscan precisamente conocer, o al menos hacer las preguntas indicadas, como toda buena indagación sobre su experiencia vital.
Este libro de relatos infantiles no debe ser puesto, entonces, en una repisa aparte de la totalidad de su obra, al contrario, es el complemento de lo que ha sido su búsqueda poética, de conocimiento y, ya si se quiere, obteniendo algunas respuestas, porque los cuentos y la poesía incluidos en este libro evocan imágenes, ya no de sombras sino de luces, de colores, de arco iris, del olor a tierra fresca luego de la tormenta; para así encontrarse con un tema recurrente: la persistencia de la memoria. Y que acaso pueda servir esta colección a tal fin: dejar como testamento poético el amor por los afectos y a esperar que todo lo vivido siga vivo en algún lugar.

Manuel Ocando Finol