viernes, 13 de abril de 2012

Cecilio Acosta, un ilustre humanista.

Cecilio Acosta (1818-1881) es uno de los grandes intelectuales venezolanos, digno exponente del humanismo durante la mitad del Siglo XIX. Importante escritor y periodista, formó parte, junto a Juan Germán Roscio, Juan Vicente González, Fermín Toro y Rafael María Baralt, de la generación de la Independencia y la República. Además de sus méritos intelectuales, Cecilio Acosta se destaca por sus valores personales, por la integridad y la honestidad que hicieron de su persona una referencia moral insoslayable. Su inmensa capacidad de servicio lo impulsó a actuar para ser útil, guiado siempre por la fe en ideales superiores y por el compromiso con la transformación del país.
Gran cultura y vastos conocimientos se evidencian en su dilatada obra, en sus múltiples ensayos y artículos periodísticos en los que aborda diferentes temas tal como lo hacían los Ilustrados. El ansia de saber era inagotable lo que lo llevó a ser un lector acucioso y reflexivo de distintas disciplinas siendo su norte fundamental la educación para “hacer hombres”, no solamente cultos, sino virtuosos. Por sus muchas cualidades cívicas, la dedicación al estudio y la vocación de servicio, Cecilio Acosta es admirado y respetado por todos los venezolanos.
Cecilio Acosta nació en San Diego de los Altos el 1º de Febrero de 1.818 siendo el primero de los cinco hijos de Ignacio Acosta y Margarita Revete Martínez. El padre murió prematuramente cuando Cecilio apenas tenía diez años. En seria situación de pobreza, la madre, hizo enormes esfuerzos para educar dignamente a sus hijos logrando que los dos varones obtuvieran títulos universitarios. Además de la influencia materna en su educación, otro personaje importante en su infancia y adolescencia fue el párroco de San Diego de los Altos, el Pbro. Dr. Mariano Fernández Fortique quien fue maestro y guía espiritual de Cecilio y seguramente el que lo animó a seguir la carrera sacerdotal, de allí, que a los once años, alrededor de 1.831, Cecilio ingrese al Seminario Tridentino en el que permaneció nueve años hasta 1.840. Fueron años de intenso y fructífero estudio de los clásicos y del latín. Adquirió conocimientos de Teología, Religión e Historia Sagrada. Lee a grandes pensadores y poetas de la Iglesia: Santo Tomás, Fray Luis de León, Santa Teresa de Jesús, y Fray Luis de Granada. En 1.839 había decidido cursar en la Academia Militar de Matemáticas, fundada y regentada por Juan Manuel Cajigal, donde obtuvo el título de Agrimensor. En ese mismo año inicia estudios superiores de Religión en la Universidad Central de Venezuela y el 1º de Septiembre de 1.840 inicia los estudios de Derecho en la misma Universidad de la que egresará, con el título de Abogado, el 6 de Diciembre de 1.848, a pesar de la estrechez económica y el endeble estado de salud que sufrió durante todos esos años.
Siendo estudiante, publica artículos de temática variada, especialmente sobre la tensa situación del país dividido en Conservadores y Liberales, en La Época (1846) y El Centinela de la Patria (1846-1847). Desde entonces hace del periódico o “libro de pueblo”, el vehículo favorito para propagar sus ideas. También utilizó la epístola como es el caso del famoso ensayo “Cosas sabidas y cosas por saberse” en el que analiza cuatro asuntos de gran actualidad en aquellos días: Federación Grancolombiana, Tolerancia Política, Universidades e Instrucción elemental y la cuestión Holandesa en Venezuela.
En 1848 es nombrado Secretario de la Facultad de Humanidades de la Universidad Central de Venezuela y el 29 de Septiembre de 1.853 es electo por unanimidad para desempeñar las cátedras de Legislación Universal Civil y Criminal y la de Economía Política y Legislación Universal en esta Universidad. Antes de un año se ordena su destitución por mandato del General José Gregorio Monagas, quien acudió a una ley promulgada el 7 de Mayo de 1849, que prohibía la provisión de las cátedras de la Universidad a personas desafectas al gobierno. Al respecto, dice el Profesor Elías Pino Iturrieta en artículo publicado el lunes 9 de Mayo de 2011 en el periódico El Universal: “No existen quejas sobre su desempeño, cumple su trabajo a satisfacción y los alumnos respetan su magisterio, pero el docente no ahorra tinta para criticar al gobierno en los periódicos. No participa en conciliábulos contra la mandonería de turno, ni figura con sus gritos en las aglomeraciones pero escribe lo que le parece sobre la crisis del país.” Era una persona incómoda para el gobierno porque Cecilio Acosta escribía muy bien y sus artículos tenían muchos lectores. Había una insatisfacción general sobre el gobierno y Cecilio Acosta había hecho, de la palabra escrita, el arma más temible. Había que silenciarlo y para eso el Presidente pidió a las autoridades universitarias la destitución del molesto escritor. La Junta Gubernativa de la Universidad Central de Venezuela se reúne el 16 de Agosto de 1854 para complacer a José Gregorio Monagas. “Sin señalar argumentos, sin una sola palabra de justificación, porque no la había, en el acta de la sesión, la Junta declara vacantes las aludidas cátedras y ordena la fijación de un edicto en los portones de la institución para que se entere la comunidad de la expulsión del Licenciado Acosta, a quien se le niega el derecho de argumentar en su favor ante el rectorado”. En todo sistema político de fuerza, los intelectuales son una amenaza, de allí el atropello y el abuso de los gobernantes para acallarlos y marginarlos. Eso lo vivió Cecilio Acosta a quien, no solo se le negó el derecho a seguir siendo profesor universitario, sino que también el gobierno presionó en los talleres de la imprenta para que no publicaran sus escritos. Cecilio Acosta, a pesar de todo, siguió firme haciendo patria, escribiendo y luchando por un país mejor, insistiendo en la importancia de la educación, la industria, la inmigración y considerando fundamentales los inventos de la época como la imprenta, el vapor, la electricidad y el telégrafo.
Cuando el General José Gregorio Monagas es sustituido por su hermano, el General José Tadeo Monagas, Acosta lo visita en representación de la misma Universidad de la que había sido despedido y pronuncia un discurso lleno de sabiduría que contiene ideas políticas progresistas .En 1862 lo llama Mons. Dr. Mariano Fernández Fortique (a la sazón Consejero del General José Antonio Páez) para que sea su Secretario Privado. En 1868 se le encarga, junto con otros tres juristas, revisar el Código civil y proponer las reformas necesarias. El 9 de Septiembre de 1872, antes de enemistarse con Guzmán Blanco, éste lo incluye entre los miembros de la Comisión Codificadora Nacional. Junto con el Dr. Juan Pablo Rojas Paúl, integra la comisión encargada de redactar el Código Penal.
Cecilio Acosta tuvo una vasta cultura en la que figura el dominio del latín y de varios idiomas como inglés, francés, italiano, portugués y alemán. Sus conocimientos abarcan no solo los referidos a materias de Derecho sino que incluyen la Historia, la Economía Política, la Literatura, la Filología.
En el ensayo “Cosas sabidas y Cosas por saberse” (Caracas 08 de mayo de 1856) Cecilio Acosta se refiere, como dijimos antes, a temas como Federación, Tolerancia Política, Universidades, Instrucción elemental y expresa sus ideas sobre la Educación y la cuestión Holandesa en Venezuela.
Escrito en forma de carta, dirigida a un destinatario incógnito, alaba la tranquilidad del campo tal como lo hiciera Horacio en el “Beatus Ille” y “Fray Luís de León, en la “Oda a la Vida Retirada”. Con un estilo impecable de hombre culto que reflexiona y medita sobre múltiples temas de interés nacional, aborda el tema de la unión, en el que tanto insistió Bolívar, recalcando la importancia de la federación “la cual no es otra cosa (si el fin es conciliar la libertad y Los gobiernos) que la unidad en la pluralidad y la pluralidad en la unidad”
Se refiere también a la paz, sin la cual no sería posible el adelanto de los pueblos. Con respecto a la enseñanza dice que “debe ir de abajo para arriba, y no al revés, como se usa entre nosotros, porque no llega a su fin, que es la difusión de las luces”.
En el campo de la educación considera que es necesaria la instrucción elemental, poder leer y escribir. “Pero el talento especulativo, las facultades sintéticas, el genio es de muy pocos: el estadista, el mecánico transcendental, el poeta, el orador el médico de combinaciones, el calculador que ve en los números las relaciones, el naturalista que sorprende en los hechos las leyes, se cuentan con los dedos y puede decirse en cierto modo (por lo que hace a la inspiración e intuición) que nacen ya sabidos. La enseñanza secundaria nada da cuando no hay germen, nada, más bien extravía el sentido común, aunque parezca esto paradoja: cuando lo hay, hace sobre él el efecto de la lluvia, que coopera sin crear.

De todo lo expuesto concluye que las universidades “son los cuerpos para los estudios de la última especie”. A las universidades, las critica abiertamente considerando que aportan pocos trabajos científicos y que podrían definirse como fábricas de académicos: “Figúrate ahora por contraposición, un Cuerpo científico como el nuestro, puramente reglamentario, con mas formalidades que substancias, con preguntas por único sistema, con respuestas por único ejercicio; un Cuerpo en que las cátedras se proveen solo por votos, sin conceder al público una partecita de criterio; en que se recibe el título, y no se deja en cambio nada; en que no quedan, con pocas y honrosas excepciones, trabajos científicos, como cosecha de las lucubraciones, y en que el tiempo mide, y el diploma caracteriza, ¿no te parece una fábrica, más bien que un gimnasio de académicos? Agrega ahora, que de ordinario se aprende lo que fue en lugar de lo que es; que el cuerpo va por un lado, y el mundo va por otro; que una Universidad que no es el reflejo del progreso, es un cadáver que solo se mueve por las andas; agrega, en fin, que las profesiones son sedentarias e improductivas, y tendrás el completo cuadro. El título no da la clientela, la clientela misma, si la hay, es la lámpara del pobre, que sólo sirve para alumbrar la miseria de su cuarto; y de resultas, vienen a salir hombres inútiles para sí, inútiles para la sociedad, y que tal vez la trastornan por despecho o por hambre, o la arruinan, llevados de que les da necesidades y no recursos… ¡Qué de males! ¿Yo dije que se fabricaban académicos? Pues ahora sostengo que se fabrican desgraciados, y apelo a los mismos que lo son. Lo mejor en esto, es que mi testimonio es imparcial.. Et non ignarus mali, etc., y así no se me podrá decir, que me meto a catedrático sin cátedra, o a evangelista sin misión. Si yo no dogmatizo (contestaría); si yo no predico; si yo no hago otra cosa, respecto a mí, que quejarme; respecto a los demás, que señalar. Ahí está: véase el doctorado, ¿qué es? Véanse los doctores, ¿qué comen? Los que se atienen a su profesión, alcanzan, cuando alcanzan, escasa subsistencia; los que aspiran a mejor, recurren a otras artes o ejercicio: y nunca es el granero universitario el que les da pan de año y hartura de abundancia”.
Cecilio Acosta es un pensador de ideas claras y modernas que contrasta con el pensamiento conservador propio de la época. Absoluta validez tienen las afirmaciones que hace en torno a la actitud hacia el pasado: “la antigüedad es un monumento, pero no una regla; y estudia mal quien no estudia el porvenir ¿Qué vale detenerse a echar de menos a otros tiempos, si la humanidad marcha, si el vapor empuja, si en el torbellino de agitación universal, nadie escucha al rezagado? ¿Quién puede declamar con fruto contra el destino, si es inexorable, si es providencial, si no mira nunca para atrás? ¿Qué son los métodos, las instituciones, las costumbres, sino hilos delgadísimos de agua que son arrastrados en la gran corriente de los siglos?. Con extraordinaria lucidez ve el avance del progreso en hechos como el uso del telégrafo, aún en los lugares más atrasados del país y se da cuenta del potencial de la juventud para los cambios necesarios. De los conflictos universitarios dice que tales son expresión de rebeldía juvenil que mejor testimonian “la lucha entre el presente y el pasado, entre las ideas y el sistema, entre la fuerza y el obstáculo, entre la razón y la rutina. Si la juventud quiere algo, es menester atenderla. Hay equivocación en creer que va errada la generación que tiene el encargo de continuar la cadena tradicional del pensamiento. Al fin vence, porque la bandera es suya, el ejercito suyo, y el porvenir su campamento bien guarnido. El engaño es vuestro: con vosotros hablo, apóstoles de una religión que ya no existe, hombres que pretendéis detener a gritos el torrente que salva la montaña. Todos los diccionarios no son el Calepino, el latín no es el idioma de las artes e industrias, ni los aforismos empolvados y la ciencia de alambique lo que sirve a dar la subsistencia; y tal es la causa del combate”.
En esta larga reflexión, Cecilio Acosta es partidario de educar para el trabajo, lo que sea útil y beneficioso para el progreso, de allí la importancia que le da al invento para que se aplique en forma práctica, “en vez de abstracciones del colegio, las realidades del taller.

“El taller, dice, es hoy el palacio del ciudadano. Allí impera el menestral como señor, porque él provee, porque él impone leyes al mercado, porque todos lo necesitan y porque sus escorpias, sus armarios y sus bancos, son el museo diario del trabajo humano. El no lee en in – folios, porque no va a disertar, sino en papeles sin coser, porque busca preciosos instrumentos; y a la hora del descanso, es más feliz él con pan, vino y avisos, que el doctor ayuno, hastiado y con textos. La agricultura, que da granos y materias primas, el comercio, que las trasporta, la mano de obra y las fábricas, que las labran y hacen formas y tamaños, son ramos todos tributarios del taller, adonde llevan sus aguas como al mar. Allí están las creaciones de la inventiva, y los frutos del sudor; el perno de la máquina de gas que va a atravesar el golfo, y las labores de la mesa para el festín del hombre acaudalado: allí hay luciente seda y paño pardo para todos; preparaciones que alimentan y afeites que acicalan; allí está, en conclusión, el orgullo de la sociedad en lo material, porque está la historia de sus progresos”.
Educar, finalmente, para el trabajo fecundo, prepararse hombres de provecho en vez de hombres baldíos que han aprendido tantas materias inútiles cuyos contenidos se han olvidado rápidamente. Opina que hay que descentralizar la enseñanza y ponerla al alcance de todos pero dándole otra orientación, formando individuos con conocimientos prácticos que los preparen para la vida y para que sean factores de progreso para su beneficio personal y del país. La educación debe ser popular y racional; para que se entienda, y que sea útil para que se solicite. “Los medios de ilustración no deben amontonarse como las nubes, para que estén en altas esferas, sino que deben bajar como la lluvia a humedecer todos los campos…. Si es menester penas a los padres para que obliguen a los hijos a aprender, que haya penas; si el inglés y el francés son los idiomas de las artes e industrias, hagámoslo, en lo posible, generales”.
Afirma que “la vida es obra y los pueblos que mas obren, serán los más civilizados” Cecilio Acosta es un abanderado del progreso de los pueblos, de
la civilización para el bienestar común y el elemento efectivo para lograrlo es la educación. En vez de la contemplación o del conocimiento aislado de la realidad es partidario de la acción “que debe ser varia para que sea abundante, cooperativa para que sea eficaz, ilustrada para que sea provechosa. Si el hombre no está en contacto con el hombre, y la humanidad con la naturaleza, su patrimonio y su regalo, la felicidad pública es una esperanza que se sueña, pero no una realidad que se posee. En la sociedad no importa tanto el número que se cuenta, cuanto el número que tiene la capacidad y los medios para el trabajo. Quién sabe, puede, quién puede produce; y si la cosecha es más rica conforme el saber más se difunda, es fuerza ocurrir a la instrucción elemental. Cecilio Acosta es claro y firme al asegurar que de la instrucción “nacen hábitos honestos, se despierta el interés, se abren los ojos de la especulación, se habilitan las manos, como los grandes obreros de la industria, se suscita un espíritu práctico que cunde, como el mejor síntoma del progreso, y se ve un linaje de igualdad social que satisface. La luz va y viene, la vida es derecho, la palabra vínculo de unión, todas las almas se hacen una sola alma, todos los pensamientos un solo pensamiento; y con la facilidad de las comunicaciones, que luego se crean o mejoran, y con la rapidez de los elementos para la difusión de ideas, que se atropellan porque hierven, los recursos corren a donde los llaman las necesidades”.

Igualmente el autor abunda en consideraciones sobre la importancia del periódico, como el medio ideal para la información y la educación. Dice: “los periódicos no dispensan, sino derraman los conocimientos; los periódicos del umbral para fuera, no dejan nada oculto; los periódicos hacen la vida social verdaderamente independiente y de la familia; los periódicos dan valor para decir la verdad; los periódicos proporcionan al público criterio; los periódicos enseñan artes, ciencias, estadística, antigüedades, letras.
En suma: los periódicos son todo: y es una cosa que asombra, ver, que al abrir el carretero o el cerrajero la puerta de su casa por la mañana, vengan a dar a sus pies al favor de esos heraldos de la imprenta, las oleadas del movimiento político, industrial y moral del mundo, después de pasados cortos días, y del movimiento idéntico de su país tras pocos minutos de intermedio. Estos prodigios se deben a la instrucción primaria, no a las universidades, que Dios mantenga en paz, pero en su puesto”
Cecilio acosta es un humanista que abordó no solo el tema educativo, sino que, igualmente, recogidos en sus Obras Completas, están los artículos sobre temas de Historia, Literatura, Filosofía, Economía, Derecho, Política, los artículos necrológicos, las epístolas y las poesías. De las poesías, una de las más famosas, es La Casita Blanca, que se publicó en La Revista (Caracas, abril de 1872).
Es un hermoso poema que responde a su formación clásica; está constituido por 22 estrofas de cuatro versos endecasílabos que riman con rima consonante, el primero con el cuarto y el segundo con el tercero. En estos versos el poeta plasma un paisaje idílico desde el amanecer hasta el anochecer, marco ideal de una hermosa casita blanca, la de su madre, la de su infancia. En este paisaje de envidiable frescura destaca el “perfumado huerto” y así como en los mejores poemas que exaltan la vida retirada, Cecilio Acosta también destaca en este ambiente la felicidad de una vida tranquila, sin insomnios, sin preocupaciones; está dedicada a la madre por la que sintió profunda veneración. El poema es una evocación idílica de los años de su infancia campesina en San Diego de los Altos.
En las primeras estrofas se detiene en la descripción de la naturaleza que enmarca a la casita blanca: “tardes de zafir y grana“, “perfumado huerto”, “auras frescas”, “tersa laguna”, “alfombrada loma”, donde todo el lenguaje crea un ambiente de luz y de color, de paz y de confort. Las metáforas y las imágenes contribuyen a crear esa sensación de belleza sensorial que se percibe por la vista (“tardes de zafir y grana”; “manto de verde y de rocío”; “ánsares níveos de pintados remos”; “argentada linfa”; “alfombrada loma”; “el alba ríe”; etc.

En las estrofas 10 – 11 – 12 – 13, se describen la partida de caza al despuntar el día, la imagen de la jauría atravesando “del valle a la ladera”, el descanso de los cazadores y de todos los habitantes del campo cuando termina el día. Después del trabajo, el descanso en “el hogar libre y seguro”. Después de la tarde, la noche y el cielo estrellado y mientras afuera sopla el viento, en el interior de la abrigada casa, se disfruta de la rústica cena. Los sonidos del campo se confunden gratamente: el viento, el bramido de las vacas, las quejas de “la paloma en hondonada”. También la fragancia del campo es sentida por el habitante de esta naturaleza privilegiada. El olor de la cuajada, de la leche, de la nata, impregna la noche campesina.

En las últimas cinco estrofas se dirige a la madre amada deseando,


“Que el ave matinal tus paso siga,
vuele confiada a tu graciosa mano,
y allí pique atrevida el rubio grano
que tu propia tomaste de la espiga.

Que tengas frutas que en sazón maduren,
y vayas con tu cesta a recogerlas;
que tengas fuentes que salpiquen perlas;
que tengas auras que al pasar murmuren.

Murmuren cantos bellos, celestiales,
que sirvan a borrar fieras congojas,
de esos que forman al temblar las hojas,
o el arroyo al mover de sus cristales.

Ante el altar que en sacras llamas arde,
por tí tu madre su oración eleve,
que grato Dios hasta su trono lleve,
y El mismo en urna misteriosa guarde.

No la mía separes de tu historia;
no mis deseos más te sean ignotos;
no olvides nunca mis fervientes votos,
ni me apartes jamás de tu memoria.”

Cecilio Acosta es un insigne escritor, que se destacó por sus virtudes personales y por sus ideas y su cultura en la segunda mitad del siglo XIX. Su vida, es un ejemplo de honestidad y rectitud para todas las generaciones.
La riqueza y variedad de temas abordados por este ilustre humanista, dejan abierta la posibilidad de múltiples trabajos de investigación para estudiar, como es debido, el aporte de su pensamiento.
En este trabajo nos hemos limitado al ensayo más destacado, Cosas sabidas y Cosas por saberse, con abundantes citas, imprescindibles, porque contienen las ideas fundamentales sobre la educación y las universidades, de un pensador de ideas claras y avanzadas para su tiempo.
Cecilio Acosta además de ser un hombre de gran cultura y profunda sensibilidad, también se destaca por su conducta intachable; actuó siempre apegado a los principios religiosos y a los valores morales que sin duda hacen de él un individuo excepcional. Cecilio Acosta fue profundamente católico practicando con su vida los principios en los que creía. Modesto, humilde, generoso, vivió el dolor de la pobreza y del abandono de sus contemporáneos hasta extremos inadmisibles como el hecho de que su entierro solo fue posible gracias a la caridad pública, a la colecta realizada entre amigos. En una ocasión que quería enviar una carta a Ospino, le dice a su hermano Pablo, en carta fechada el 23 de enero de 1876: “No tengo para pagar el porte de esa carta para Ospino, que pondrás en la estafeta. Dios dará. Tengo el aliento de la esperanza, el valor de la conciencia, la fe en que he de servir; y eso es todo, mañana no es hoy”.

Cecilio Acosta fue un hombre bondadoso y solidario que encontró en la fe en Dios, el camino de la salvación. En un artículo publicado en el “Ángel Guardián” N° 15 (Caracas, 08 de enero de 1881) que tituló “La Iglesia”, afirma que el hombre está siempre inclinado a hacer el mal mientras que la gran verdad, la gran luz para el hombre está en las frases de Jesucristo: “Yo solo soy la verdad, yo solo soy el camino.”


Considera obligante revestirse del espíritu de Cristo dejando a un lado su propio espíritu. Considera que hay que practicar la moral y tener a Jesucristo como guía y como luz para que nos socorra y nos sostenga. Busca, en Dios, la fuerza para vencer al mal porque “nuestra voluntad busca y quiere el bien; pero es arrastrado sin cesar hacia el mal”.
Profundamente religioso es un místico anhelante de Dios y un fiel seguidor de los preceptos establecidos por la Iglesia Católica.
Sus palabras expresan la fe sólida en Dios y en la Iglesia cuando dice: “Mi razón está satisfecha; por todas partes en donde se muestre la Iglesia, se reconoce a Jesucristo. Le oye en la palabra que ha dejado a la Iglesia para ilustrar las inteligencias; le obedece en la ley que ha puesto en manos de la Iglesia para someter los corazones; le sigue en los viajes multiplicadores y constantes que hace la Iglesia para conquistar la tierra; está seguro de que Jesucristo no faltará a la Iglesia ni la Iglesia al hombre, y que mientras haya un corazón que dirigir, una inteligencia que ilustrar, un alma que salvar, la ley tendrá la misma fuerza, la luz el mismo brillo, la fuente de las gracias la misma eficacia, para hacer decir a los más difíciles: La Iglesia es siempre el camino, la verdad y la vida; la Iglesia es Jesucristo”
La primera edición de las Obras de Cecilio Acosta estuvo al cuidado del jurista y político Dr. Juan de Dios Méndez siendo presidente de Venezuela el General Cipriano Castro. Consta de cinco volúmenes editados en Caracas, en la empresa “El Cojo”, durante los años 1908 y 1909.
En 1981, con ocasión del primer centenario de su muerte, se decretó la edición actualizada de las Obras Completas de Cecilio Acosta que se imprimieron en dos tomos en el año 1982, en donde se recogen los escritos de Cecilio Acosta agrupados en ocho secciones: Política, Jurisprudencia, Economía, Historia, Necrologías, Literatura y Filología, Poesía y Epistolario.
Cecilio Acosta fue un hombre ilustre admirado por su honestidad y su cultura. Recibió numerosas distinciones como la designación de Académico Correspondiente (1869) de La Real Academia Española. Igualmente recibe un
homenaje de La Academia de Ciencias Sociales y Bellas Artes de Caracas en el Salón del Senado, el 8 de agosto de 1869. También La Academia de Bellas Letras de Chile y La Academia Colombiana de la Lengua lo nombran su Socio Honorario (1874). La joven generación positivista lo admiró muchísimo, de allí, las palabras de elogio de Lisandro Alvarado y de Gonzalo Picón Febres. La profundidad de su pensamiento y la grandeza de su obra fue valorizada por intelectuales de la talla de Miguel Antonio Caro, Rufino José Cuervo, Rafael Pombo o José María Torres Caicedo en Colombia y Ramón Campoamor y Manuel de los Herreros en España. Son muchos los valiosos escritores que han dedicado ensayos y notas sobre Cecilio Acosta y aún queda mucho por decir.

Cecilio Acosta muere el 8 de Julio de 1881, a los sesenta y tres años de edad, en completa pobreza; sus restos fueron llevados al Panteón Nacional, el 5 de Julio de 1937, honor que quedó establecido en el acuerdo de la Cámara de Senado del 14 de Junio de 1918. El juicio crítico del escritor Oscar Sambrano Urdaneta queda plasmado en las siguientes palabras: “Los sesenta y tres años que alcanza a vivir circunscriben una de las personalidades más admirables y, en alguna medida, más desconcertantes, del siglo diecinueve venezolano.

Habiendo sido de temperamento apacible, de timidez incurable, de trato delicado, pocos lo igualaron, sin embargo, en el arrojo y bizarría con que hizo valer en público aquellos penetrantes principios suyos que juzgó capaces de fortalecer y de orientar la moral y el progreso de la República.

Su debilidad física y su mala salud contrastaron evidentemente con la vigorosa lozanía de su mente excepcional. Su cuerpo magro y acartonado no parecía albergar el acero de un carácter de resistencia diamantina en la prédica y defensa de su pensamiento. Su mansedumbre franciscana podía tornarse en inusitada fiereza si alguien intentaba herirlo en su dignidad.
Lo tildaron de oligarca; pero no cesó de proclamar su filiación liberal y de situarse a la vanguardia de las ideas más progresistas de su siglo. No dudó ni un instante de que se encontraba en la avanzada de los conceptos y de las prácticas más novedosas en materia de educación y de administración pública, ni de que se hallaba delantero como el que más en cuanto a la libre expresión de las ideas y a las más estimulante libertad de industria.

Su fe religiosa lo llevó a buscar una explicación del mundo en la doctrina providencialista; pero no por ello dejó de observar los fenómenos sociales de su tiempo y de su pueblo a la luz de principios que lo acercaban al Positivismo.

Dueño de probado talento práctico, concibió proyectos empresariales de interés colectivo, como bancos de crédito popular inmobiliario o de protección al agricultor, redes ferroviarias y mercados públicos. En cambio, no atesoró para sí riqueza material alguna y jamás de quejó de haber vivido – como efecto vivió – en un estado de pobreza tan agudo que llegó en ocasiones a la indigencia. Su entierro que debió ser costeado por contribución de amigos, es un hecho que habla por sí solo.

Estudió el pasado porque se interesaba en el porvenir. Se apartó de las vaciedades sociales por un claro deseo de acercarse a la esencia del hombre. Pasó la vida ansiando avecindarse en la Tierra Prometida – que no era para él otra cosa que un país en paz, en pleno ejercicio de la justicia social, con un progreso que se repartiese entre todos -. Pero vivió y murió como un peregrino en tránsito hacia su quimera, alimentando y defendiendo con las mejores fuerzas de su espíritu, y con amor de hijo verdadero, el advenimiento de una Venezuela de la que él se sintió profeta y abanderado”.

José Martí escribió una hermosa elegía en prosa en la que dice: “Ya está hueca, y sin lumbre, aquella cabeza altiva, que fue cuna de tanta idea grandiosa; y mudos aquellos labios que hablaron lengua tan varonil y tan gallarda y yerta, junto a la pared del ataúd, aquella mano que fue siempre sostén de pluma honrada, sierva de amor y al mal rebelde. Ha muerto un Justo: Cecilio Acosta ha muerto. Llorarlo fuera poco. Estudiar sus virtudes e imitarlas es el único homenaje grato a las grandes naturalezas y digno de ellas. Trabajó en hacer hombres: se le dará gozo con serlo. ¡Qué desconsuelo, ver morir, en lo más recio de la faena, a tan gran trabajador!”.

Mitos y símbolos en la poesía de Miguel Hernández

Miguel Hernández es el poeta atormentado que expresa los grandes temas universales interpretando al hombre en su contradicción, escindido entre la luz y la sombra, en lucha permanente entre el bien y el mal; expresa al hombre en sus miedos más ocultos y en sus más recónditos deseos, dando origen a una poesía cósmica atemporal y universal.
El caso de Miguel Hernández es muy singular porque, a pesar de su origen humilde y de su corta pasantía escolar, la vocación lo empuja irremisiblemente a cumplir su destino de poeta, vocación y aptitudes naturales en una persona profundamente sensible que se eleva por encima de las dificultades y limitaciones impuestas por el origen social, por la familia, por el trabajo de pastor; a pesar de todos estos obstáculos, la voz del poeta se fue enriqueciendo y madurando hasta convertirse en el poeta de palabra diáfana, de voz intensa y profunda, de canto ardiente y rebelde o en el poeta del dolor contenido, del sufrir amargo y de honda melancolía de su último libro, “Cancionero y Romancero de Ausencias”.
En 1933 publica el primer libro de poesía: Perito en Lunas, libro fundamentalmente barroco en el que imita claramente a Luis de Góngora. No es casual que Miguel Hernández realice este tipo de poesía sino que, por el contrario, responde al descubrimiento y revalorización de que fue objeto el autor de Las Soledades por los poetas de la generación del 27. En efecto, en ese año se conmemora el tricentenario de la muerte de Góngora ocurrida en Córdoba el 20 de mayo de 1627 y los poetas de la generación del 27 se dieron a la tarea de rescatarlo del olvido de dos siglos que tendieron sobre él y su poesía el más oprobioso silencio y la más injusta incomprensión.
Perito en Lunas está constituido por 42 octavas reales singulares, precedidas por un prólogo de Ramón Sijé.
La constante presencia de la luna en estas octavas y en otros poemas de 1933-1934, dan unidad y coherencia a este primer libro rico en metáforas e imágenes sorprendentes y en invenciones lingüísticas de gran efecto estético como en la octava IV cuando dice:

¡Ya te lunaste! Y cuanto más se encona,
más. Y más te hace eje de la rueda
de arena, que desprecia mientras junta
todo tu oro desde punta a punta1.

El motivo lunar va a estar presente no sólo en Perito en Lunas sino en toda la obra del poeta.
Miguel Hernández se define lunicultor, cultivador de la luna, poeta. La luna cobra todo su significado de poesía, luna = poesía, y puesto que la luna connota luz, pero también misterio, vida y muerte, con todas esas y otras significaciones será utilizada por el poeta. La luna por su forma y su color va a ser base de múltiples metáforas en las octavas de Perito en Lunas como en la octava XIX en la que la luna es mujer, es gitana de belleza bronceada “siempre en mudanza”, “siempre dando vueltas”.
En otros poemas, los de 1933 – 1934, así como en el resto de sus obras, la luna tendrá una significación más compleja ligada al mito primitivo de la luna – mujer – fecundidad y asociado al gran tema hernandiano de la angustia existencial, de la búsqueda de lo absoluto y el afán de trascendencia.
La presencia temprana de mitos y símbolos como la higuera, la serpiente, la luna, el toro con los que interpreta a la realidad y expresa su mundo interior, ponen en evidencia la coincidencia de la visión del mundo animista y naturalista de Miguel Hernández con la de los pueblos primitivos. La sacralización de la vida orgánica se presenta como una estructura significativa que da coherencia a toda su obra poética. Así como el hombre primitivo explica el origen de la vida y el misterio de la muerte a través de mitos y símbolos, Miguel Hernández también expresará temas como el amor, la felicidad, la muerte, el erotismo, el afán de trascendencia, con mitos y símbolos reveladores de la dimensión inconsciente del poeta. La naturaleza nunca es exclusivamente “natural”, está siempre cargada de un valor religioso porque el cosmos es una creación divina: salido de las manos de Dios, el mundo queda impregnado de sacralidad.
El rayo que no cesa fue publicado en 1934 en la imprenta del poeta Manuel Altolaguirre y constituye un libro de amor apasionado, inspirado por la novia Josefina Manresa a quien había conocido en un taller de la calle mayor donde ella trabajaba. Son poemas de amor que nacen del conflicto entre la pasión del poeta y la contención y timidez de la novia, amor atormentado íntimamente unido a la muerte.
En muchos poemas de El rayo que no cesa los símbolos dominantes son: hacha, cuchillo, rayos, espada, piedra, estalactitas, símbolos de significado fálico que evidencian el tema del amor erótico y la insatisfacción sexual y tienen un evidente sentido trágico; pero hay otros símbolos como la tierra, el toro, la sangre que aparecen con insistencia.
El mito bíblico de la creación del hombre a partir del barro y la sacralización y el simbolismo de la tierra en los mitos primitivos están presentes en los versos del soneto 15:

Me llamo barro aunque Miguel me llame
barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame2.


En la conmovedora Elegía a Ramón Sijé, el mito de la tierra se hace presente vinculada a la vida y a la muerte. De ella brota la vida y en ella descansan los muertos, es cuna y sepultura. La tierra es diosa de la fecundidad y de la vida porque en ella se cumple el ciclo completo del ser: nacimiento, desarrollo, muerte y resurrección.
La tierra como símbolo va aparecer también en muchos de los últimos poemas del autor con el doble significado de vida y muerte. En muchas culturas primitivas se realiza las síntesis cosmobiológica Tierra - Madre - Luna, figuras típicas de la mitología agraria. La tierra es la mejor expresión de la fecundidad y de la maternidad, es el elemento femenino por excelencia y fecundada produce las plantas, el alimento, la vida pero también recibe a los muertos, los devora, aunque los devuelva transformados en otros seres naturales. La tierra es madre y nodriza universal, imagen ésta que se encuentra por todas partes, bajo formas y variantes innumerables. Es la <> o la <>, bien conocida de las religiones mediterráneas, que da vida a todos los seres. <>
Las Coéforas de Esquilo y muchos mitos indígenas, contienen esta glorificación de la tierra como cuna y como sepultura.
Miguel Hernández anhela fundirse con la tierra en una actitud panteísta profundamente angustiada. Se abraza a la tierra consoladora deseando perpetuarse, venciendo a la muerte aniquiladora. La resurrección a la que aspira no es la misma del ideal cristiano. Su angustia existencial no se resuelve en una esperanza de vida eterna según establece el cristianismo. Miguel Hernández es religioso pero se ha alejado del catolicismo, reconciliándose con la naturaleza, con el Cosmos, que por ser hechura divina, es sagrado. Miguel Hernández es parte de esa naturaleza, una savia de vida natural lo recorre; él es un ser más de ese mundo maravilloso al que pertenece y en él anhela permanecer después de muerto, inmerso en la materia sagrada del Cosmos; unión mística con el Cosmos que se traduce en eternidad.
Miguel Hernández no quiere ser estatua ni quiere ser momificado por el tiempo. Su vitalidad exuberante ahuyenta a la muerte fría de polvo secular; lo que quiere es vida, ser y dar vida reintegrada plenamente a la tierra en amorosa y fecunda unión; la tierra es soñada como una totalidad viva, sagrada. El agua va a constituir otro de los hermosos mitos poéticos de consuelo frente a la muerte elaborados por el poeta y desarrollados en Égloga y El Ahogado del Tajo, dedicados, el primero, a Garcilaso y el segundo, a Bécquer, poetas admirados y con los que coincide en la visión atormentada del amor. Agua es vida y eternidad al mismo tiempo que es muerte, evoca una pérdida, una huida. Garcilaso es como aquellas “corrientes aguas, puras, cristalinas” que recorren plácidamente su poesía. Garcilaso es agua, así como Miguel Hernández es tierra:

Yo que llevo cubierta de montes la memoria
y de tierra vinícola la cara
esta cara de surco articulado4.

El toro es otro símbolo fundamental en la poesía de Miguel Hernández significando amor y muerte, el doble sentimiento que gobierna la vida del poeta: erotismo – amor y conciencia de la muerte, el destino trágico del hombre, nacido para morir. Esta dualidad amor y muerte, define al toro. Del mito clásico arranca la significación toro = erotismo, cuando Júpiter se transforma en toro “color del sol con cuernos de luna creciente” para raptar a Europa. El toro es símbolo de fuerza y virilidad con poder fecundador pero también es símbolo de muerte, de allí, la identificación del poeta con el toro, el destino de muerte los une: el poeta y el toro son victimas impotentes del destino.
La vida trágica del toro se emparenta con la vida trágica de Miguel Hernández, tragicidad reafirmada por otros símbolos como el cuchillo y la sangre.
El tema del destino fatídico y de vida amenazada se vuelve obsesivo delatando la angustia y la crisis existencial del poeta plasmado en las imágenes desgarradas de “Sino Sangriento”:

Criatura hubo que vino
desde la sementera de la nada,
y vino más de una,
bajo el designio de una estrella airada
y en una turbulenta y mala luna5.

Las imágenes de violencia y destrucción se suceden vertiginosamente en un movimiento furioso que expresa el nacimiento del poeta marcado por la desgracia. Una hecatombe universal se produjo y cayó sobre él todo el odio del mundo y todo el furor cósmico. El símbolo del cuchillo heridor del “El rayo que no cesa” vuelve a aparecer en este dramático poema:

Vine con un dolor de cuchillada,
me esperaba un cuchillo a mi venida,
me dieron a mamar leche de tuera,
zumo de espada loca y homicida,
y al sol el ojo abrí por vez primera
y lo que vi primero era una herida
y una desgracia era6.

Con el fatídico cuchillo, símbolo de muerte, va la sangre y la imagen de víctima sangrante del poeta. La sangre, sinónimo de tragedia y muerte lo persigue desde su nacimiento; la sangre define lo humano, cada persona es “otro borbotón de sangre”, “otra cadena”, y la Humanidad es un conjunto de sangres, un río de sangres.
<>, <>, <>, <>, <>, son algunas de las imágenes que conforman un paradigma revelador de la conciencia de destino trágico que tiene el poeta.
Otro poema desarrollado sobre la imagen de la sangre es Mi sangre es un camino, que muestra un tratamiento temático semejante. La sangre es la simplificación del ser humano que se exalta acosado por el deseo; el hombre es cuerpo, es sangre, es deseo de amor, deseo violento, que el poeta expresa plásticamente con imágenes violentas, agresivas, y un lenguaje crispado dominado por la aliteración. Los sustantivos contundentes y duros: martillazos, mordiscos, bramidos, garfios, erizo, uñas, hornos, herrería, y los verbos de movimiento que expresan dolor y tortura como clava, enloquece, rodea, altera, caiga, nos dicen de la pasión atormentada y del deseo furioso que domina al poeta, que una vez más está simbolizado por el toro, apasionados y trágicos los dos.
El diálogo con la amada se hace súplica ardiente y desesperada, y las imágenes del toro y la sangre se suceden con violencia:

Mujer, mira una sangre,
mira una blusa de azafrán en celo,
mira un capote liquido ciñéndose en mis huesos
como descomunales serpientes que me oprimen
acarreando angustia por mis venas7.


La sangre, liquido vital, se agiganta amenazadora como fuerza sagrada que domina al hombre con su dictamen feroz como si estuviera acometido por “herramientas de muerte, rayos, hachas”. La sangre enamorada busca desesperadamente su fusión con la sangre de la amada; el deseo erótico se desborda en imágenes colmadas de pasión; después de haber tenido una crisis y un conflicto entre las llamadas de su cuerpo y el complejo de culpa, Miguel Hernández se libera de “la serpiente de las múltiples cúpulas”, “la serpiente escamada de casulla y cálices”, cuyos “anillos verdugos” / reprimieron y malaventuraron la nudosa sangre de mi corazón/ y libre, acepta sin remordimiento al cuerpo y al deseo, no como pecado, sino como expresión del amor y de la vida, por eso es la expresión cruda y directa de su pasión primitiva con imágenes desenvueltas, de gran espontaneidad y de gran belleza; la naturaleza que es poesía, vive en los versos de Miguel Hernández prodigándose en simplicidad, en sencillez y en pureza:

Ay qué ganas de amarte contra un árbol,
ay que afán de trillarte en una era,
ay qué dolor de verte por la espalda,
y no verte la espalda contra el mundo8!


El poeta sabe que su sangre es un camino que termina en las entrañas de la amada, íntima fusión para perpetuarse eternamente. La sangre es entonces, fuente de vida, del amor, aun cuando también es tragedia, muerte, sangre derramada al cumplirse el destino fatídico que amenaza al hombre y lo empuja a la nada. Cada ser sólo es camino de paso de la sangre, un objeto, un camino hacia la muerte donde desembocan todos los ríos de sangre de la humanidad.
La preocupación existencial de Miguel Hernández sobre la vida y la muerte lo lleva a definir una mística naturalista de la sangre por la cual el hombre se eterniza y perpetúa en el hijo, representación de la Humanidad futura. Sangre-vida, “esbelta y laboriosa”, que no solo lo empuja al amor, sino sangre que lo impulsa a luchar por la patria, por los pobres, por la humanidad; la sangre se suma a otras sangres en un esfuerzo común por liberar al hombre de la opresión y el sufrimiento. En este conjunto de poemas escritos entre 1935 y 1936, domina el tono sombrío, proveniente de la intuición de vida amenazada y de destino trágico.
Temas de amor, vida y muerte se convierten en metáforas obsesivas en la obra de Miguel Hernández, reveladoras de su mito personal. La muerte acechante, el ansia de amor, el terror a la nada, el deseo de trascendencia, el destino asumido como fatalidad, son los componentes de este mito personal que el poeta expresa con una serie de construcciones míticas: mito del agua preservadora, mito de la tierra eternizadora, mito de la sangre, mito de la luna, reveladores de la angustia existencial del poeta.
La proximidad de Miguel Hernández al hombre primitivo se manifiesta en que ambos tienen semejantes preocupaciones existenciales y buscan la explicación a estos fenómenos humanos. Ambos participan de lo sagrado de la naturaleza y recurren a los mitos para salvarse de las fuerzas destructoras que pueblan el mundo misterioso que lo rodea. El amor y la muerte son expresados con numerosos símbolos e imágenes que se integran en un orden que refleja una visión coherente del mundo y del espíritu. Expresar a la naturaleza como un todo sagrado del que forma parte el poeta revela el fondo religioso de Miguel Hernández y su angustia existencial porque la visión del mundo trágica no puede disociarse de su condición animista de la naturaleza, sino que ésta última es expresión de la primera, <>, penetrado de sentido trágico revelador de los fantasmas del poeta y de su “mito personal”.
El mito personal designa primero una imagen compleja que parece habitar lo psíquico del poeta y que consiste en una mutación de la sangre y del cuerpo en savia vegetal. El mito personal se va a manifestar constantemente a lo largo de la obra de Miguel Hernández combatido y vuelto a resurgir al cabo de desarrollos diversos y a veces contradictorios y va a desembocar en el compromiso político y en la participación activa en la Guerra Civil.
Viento del pueblo (1937) es el tercer libro de poesía de Miguel Hernández, producto de la vivencia personal durante la circunstancia más dolorosa de la España Contemporánea: la guerra civil, contienda terrible que enlutó al territorio español sumiéndolo en la más honda tragedia de muerte y destrucción.
Miguel Hernández, con el idealismo del más puro romanticismo, se lanza a la lucha con su voz de poeta y con el fusil de soldado. Pero es una voz diferente porque ha asumido al pueblo, se siente llamado a ser intérprete y guía de esa masa popular que, desde las filas republicanas, lucha por un país mejor, en el que desaparezcan la injusticia y la explotación. La fe en ese ideal y el amor al pueblo marginado, a esos pobres de España de cuyas filas forma parte, lo llevan a asumir ardorosamente el compromiso político y su voz de poeta será la voz del pueblo en lucha. Por eso su poesía cambia al alejarse de la poesía intima que ponía el acento en el canto de amor y en todos aquellos temas individuales y subjetivos; de aquella temática individual, el poeta pasa a una temática de tipo social. Su poesía se transforma en poesía social de clara intención política. En realidad, en la poesía de Miguel Hernández cada etapa corresponde a una formalización diferente del mensaje. El rayo que no cesa tiene un formalismo ultraclásico, a través de moldes tradicionales y con referencia a un yo a la vez sujeto y objeto. Los poemas de guerra marcan un nuevo rumbo formal que apuntan a lo universal con un doble sistema de referencia, el yo y el mundo, la guerra y los hombres, etc. Viento del pueblo así como El pastor de la muerte y el Teatro en la guerra son obras producto del compromiso político de Miguel Hernández y es la expresión del momento histórico que vive el país.
El hombre acecha fue compuesto entre 1937 y 1939, con dedicatoria a Pablo Neruda. Consta de dieciocho poesías, que por su contenido, es la continuación de Viento del pueblo. Sin embargo el tono del poeta ha cambiado y el optimismo anterior se ha trocado en tristeza y amargura.
La guerra ha sido una experiencia esclarecedora de la violencia y la crueldad humana. El hombre es víctima del hombre, el hombre acecha al hombre. Aún cuando hay poesías que continuarán siendo de denuncia social, de propaganda y de llamado al combate, hay otras en que predomina la tristeza, el cansancio y la desilusión, consecuencia de ese tiempo de sangre, de ese camino de sangre que recorre a España.
El último libro de poemas de Miguel Hernández, Cancionero y Romancero de Ausencias, así como la sección titulada Últimos Poemas, corresponden al periodo 1938 – 1941 escrito en la desgracia de la derrota, en la felicidad del matrimonio (9-3-37), el nacimiento del primer hijo (19-12-37), el horror de su pérdida (19-10-38) seguida del nacimiento de otro hijo (4-01-39), escrito, finalmente, en la experiencia cotidiana del condenado y del preso político. Son pues los poemas que, intensamente humanos, van a oscilar entre el canto apasionado de amor a la esposa y el dolor y la pesadumbre por la muerte de su primer niño; cantos iluminados y ensombrecidos por la separación injusta de la esposa y del segundo hijo que como un eco del primero llenó de ilusión y gozo esos sombríos años de cárcel absurda que lo condujeron finalmente a la muerte.
En este poemario, igual que en El Rayo que no cesa, además del tono bajo, melodioso e íntimo, el objeto del canto es el mismo, Josefina. El canto a la novia se transforma en canto a la esposa y a la madre; el canto de amor insatisfecho, de pena de amor, es ahora canto de amor pleno, aunque también es pena de ausencia. Amor y dolor, vida y muerte son los ejes temáticos de esta última parte de la obra de Miguel Hernández, que realmente, son los ejes temáticos de toda la obra, expresión fehaciente de una vida atormentada entre el ansia de vivir y la certeza del destino de muerte que amenaza al hombre. En este libro, el autor maneja gran cantidad de mitos y símbolos de la misma forma como lo hace el hombre primitivo, identificándose con su concepción del mundo sacralizadora de la vida orgánica.
Miguel Hernández sabe entablar un dialogo con el Cosmos y utiliza el lenguaje simbólico. Entre estos símbolos, la luna aparece insistentemente. Ya dijimos antes las variadas significaciones que tiene en Perito en Lunas, asociada sobre todo al misterio de la poesía y al destino poético del autor, aun cuando ya se hacia referencia a la significación de maternidad y fecundidad. A través de los mitos y los símbolos de la luna, el hombre percibe la relación de solidaridad entre tiempo, nacimiento, muerte, resurrección, sexualidad, fertilidad, lluvia, vegetación, etc. Siendo la luna el astro de los ritmos vitales, que <> la luna es entonces, tiempo, vida que nace, crece y muere en el fluir del tiempo.

En el primer poema (Hijo de la Sombra), del tríptico Hijo de la Luz y de la Sombra, la luna está unida a la noche, a lo femenino y a la fecundidad. Los primitivos están convencidos que la luna ejerce una acción sobre la mujer como lo ejerce sobre la vegetación; por eso, la luna es vida, es fecundidad y la esposa es <>. La luna preside el amor de los amantes y la amada es noche, fuente de oscuridad, es sombra, es luna.
Si la esposa es luna, oscuridad, la media noche, el esposo, en cambio, es sol, luz, claridad, fuego, día. El amor convierte a su cuerpo en una llamarada, todo su ser se enciende poseído por el sol, por su fuerza y su poder, amor cósmico que rompe los límites de lo humano, en una identificación con el universo.
El vientre de la esposa se ha hecho <>, recogiendo en <>, y el hijo que está en la sombra como un anhelo como una aspiración brotará como un relámpago de esa unión cósmica hecha de luceros y de luna, de sol y fuego; el hijo está en la esposa – sombra, en la esposa – noche.
La unión astral se cumplió y Miguel Hernández ha recreado el antiguo mito de las bodas del sol y de la luna; la identificación de la esposa con la luna y con la noche proviene del sentido de feminidad que siempre se les ha dado en todas las mitologías; siempre aparecen relacionadas con el principio pasivo, lo femenino y el inconsciente; y el sentido de generadora de vida, coincide con el que le da Hesíodo que llamó a la noche, madre de los dioses, por ser opinión de los griegos que la noche y las tinieblas han precedido la formación de todas las cosas, de allí el significado de fertilidad, de simiente. El hecho de ser esposa – sombra, sugiere que sin ser día, es el estado previo, promete el día y lo prepara.
En el poema II del tríptico (Hijo de la Luz), una vez fecundada, la esposa deja de ser noche para convertirse en alba, hecha de luz difusa, como un tenue amanecer, <> que como un tímido fulgor se convertirá en luminoso esplendor. El sol, el fuego y la luz van a ser los símbolos sobre los que se desenvuelve este segundo poema de la trilogía del Hijo de la Luz y de la Sombra.
El útero materno es centro de claridades; el hijo anhelado es luz, es eje de sus vidas, sobre él asentarán su felicidad.
Igual que la concepción del hijo, el parto se presenta igualmente cósmico y el poeta acude a la hipérbole para significar su grandiosidad:

La gran hora del parto, la más rotunda hora:
estallan los relojes sintiendo tu alarido,
se abren todas las puertas del mundo, de la aurora,
y el sol nace en tu vientre donde encontró su nido9.


El nacimiento del hijo metafóricamente expresado con el nacimiento del sol, se vincula también a aquellos mitos primitivos que explicaban el origen del fuego como producido por el vientre de la mujer; veamos el paralelismo entre el último verso de la estrofa citada y un mito de América del Sur recogido por Frazer en el libro Mitos sobre el Origen del Fuego y que cita Gastón Bachelard en su obra Psicoanálisis del fuego; en este mito el héroe quiere obtener el fuego que es la base del mito de Prometeo, y para ello persigue a una mujer, la atrapa, la sujeta y la amenaza con hacerla prisionera si no le revela el secreto del fuego.

Después de varias tentativas de escape, la mujer consintió en ello. Se sentó sobre el suelo, con las dos piernas muy separadas. Apretando con los puños la parte superior de su vientre, le imprimió una enérgica sacudida y una bola de fuego rodó sobre el suelo fuera de su conducto genital10.

El proceso del parto ha terminado con el nacimiento del fuego, fuego del amor como dice Bachelard, de la misma manera como en la estrofa citada, la esposa ha parido al hijo – sol. La esposa está identificada con el Cosmos, con el Universo y es una deidad generadora del sol, de la aurora, de la vida; por eso, en el nacimiento, <>. Miguel Hernández está recreando el mito de la creación. Las tinieblas prenatales corresponden a la noche anterior a la creación y a las tinieblas de la choza iniciática…La noche de la que cada mañana nace el sol simboliza el caos primordial y la salida del sol es una réplica de la cosmogonía. La esposa es la divinidad de donde procede el sol, el hijo – sol que primero fue sombra. Todas las experiencias religiosas en relación con la fecundidad y el nacimiento tienen una estructura cósmica.
El hijo ha llegado y con él, la eternización de los padres. La corriente de sangre, de vida de los padres no se detiene sino que se continua en la del hijo que será a su vez simiente de otras vidas y los padres vivirán en la memoria del hijo, en la de los hijos de éste y en todos los hijos y será un consuelo ante la muerte porque no se desaparece del todo en esta carrera de relevo que es la vida, por eso el poeta dice:



Hijo del alba eres, hijo del mediodía
y ha de quedar de ti luces en todo impuestas,
mientras tu madre y yo vamos a la agonía,
dormidos y despiertos con el amor a cuestas11.


En el poema III (Hijo de la luz y de la sombra), el entusiasmo y la alegría por el acontecimiento de la llegada del hijo, continúa en unos versos plenos de amor y de ternura a la esposa donde las imágenes hiperbólicas traslucen la magnitud de sus sentimientos y emociones. La lactancia, el hecho tiernísimo de lactar al recién nacido le dicta versos emocionados de una belleza sin límites. El mána, hecho de leche y miel que brota de la madre, alimenta al hijo amado:

Se han desbordado, esposa, lunarmente tus venas,
hasta inundar la casa que tu sabor rezuma.
y es como si brotaras de un pueblo de colmenas,
tú toda una colmena de leche con espuma12.


El amor apasionado a la esposa se traduce en aspiración de unión total permanente, ser el uno en el otro, unidad indivisible y eterna, aspirando el poeta a quedarse para siempre en el vientre materno. La esposa – madre cobra un sentido nuevo al convertirse en anhelo de refugio para el poeta.
El amor eterniza a los amantes y este amor cósmico, eterno, absorbe y asume todo el infinito y todo el tiempo. Los amantes son los protagonistas de un amor sin tiempo y sin espacio; es el amor mítico de los primeros hombres, son el símbolo del amor eterno y son por lo tanto los salvadores del mundo, los salvadores de la humanidad que es trascendida y salvada del olvido gracias al amor:

Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,
seguiremos besándonos en el hijo profundo.
Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
se besan los primeros pobladores del mundo13.


Cada libro de poemas traduce las experiencias, las vivencias y conflictos existenciales del poeta; el despertar sexual, el conflicto entre el amor y el temor al pecado, el alejamiento de la religión católica, el amor por Josefina y los sufrimientos que se derivan del amor insatisfecho; el dolor por la muerte del amigo, la guerra civil, el matrimonio, los hijos, la cárcel, toda su vida recorre esta poesía que como la vida misma es contradictoria, unas veces luminosa, sonriente y optimista y otras, terriblemente triste, ensombrecida por la pena, por la desilusión y la muerte. Es la dialéctica de la vida que se traduce en una poesía igualmente dialéctica, de movimiento pendular entre la luz y la sombra, entre la vida y la muerte. La esencia trágica de la existencia humana queda hermosamente expresada en los siguientes versos:

Llegó con tres heridas,
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor. 

El Amor en la poesía de Miguel Hernández

Miguel Hernández es un poeta universal que ha sabido expresar en su poesía, los grandes temas existenciales del ser humano.
Nació en Orihuela, provincia de Alicante, el 30 de Octubre de 1910. Sus padres fueron muy humildes: Miguel Hernández Sánchez, pastor, que sabía apenas leer y escribir y Concepción Gilabert Giner quien tendría una vida muy dura de sometimiento al esposo y quien trataría con extrema severidad a sus hijos. Miguel igual que su hermano Vicente, van a ser pastores también, mientras que sus hermanas hacían las tareas domésticas. Su hermana Josefina muere cuando Miguel tenía 9 años. Ese doloroso recuerdo está presente en el poema Hermanita Muerta que aparece en los poemas de adolescencia.
Miguel Hernández es poeta por vocación. No tuvo la oportunidad de hacer estudios sistemáticos que significara formación humanística y literaria. Se fue haciendo en el tiempo nutriéndose de lecturas diversas bajo la dirección de Ramón Sijé, su entrañable amigo, quien junto a Luis Almarcha, cura de la Catedral de Orihuela y vecino del poeta orientaron y estimularon su temprana vocación poética. Primero fueron las tertulias con los amigos de adolescencia, en las que se discute sobre poesía, se leen textos de diversos autores, se conocen y discute sobre lo que cada quien escribe, unidos todos por un mismo entusiasmo por la poesía. Miguel Hernández se deslumbrará por la obra de los clásicos españoles. Leerá con pasión a Garsilaso y San Juan de la Cruz, a Lope de Vega y Cervantes, a Góngora y Calderón de la Barca. Descubrirá los poetas románticos y modernistas y a los escritores de la generación del 98. Influido por esas lecturas, escribe sus primeros poemas en los que, además, se revela la presencia de la naturaleza con la cual está en permanente contacto por su condición de pastor. Las luciérnagas, los grillos, los saltamontes, la escarcha, los pájaros o los árboles, todo es susceptible de convertirse en poesía. A los 16 años ya ha escrito numerosos poemas donde quedan plasmados el paisaje levantino, la vida pastoril, la naturaleza que lo rodea.
Por la necesidad de conocer otro ambiente y de probar fortuna en las letras, va a Madrid en 1931, sin que tal viaje colmara sus expectativas aunque conoció las nuevas tendencias literarias y se beneficio del ambiente creado por el centenario de Góngora y de la influencia que ejerce en la restauración de las formas clásicas.
En el segundo viaje a Madrid la suerte le sonríe. Ya ha publicado Perito en Lunas y terminado el Auto Sacramental Quien te ha visto y quién te ve y Sombra de los que eres (1934); también las prosas, algunos Silbos y los poemas iniciales de Imagen de tu huella, primer título de El silbo vulnerado y El rayo que no cesa, que son en verdad, un solo libro. Recibe una cordial acogida de los poetas del momento. José Bergamín publica en la Revista Cruz y Raya, el Auto sacramental, recibiendo elogiosos comentarios. Se relaciona con Alberti, Neruda, García Lorca María Zambrano, Vivanco, Altolaguire y Vicente Aleixandre con quien entablará una hermosa amistad. La nueva poesía de estos escritores del 27 le abre nuevas posibilidades y nuevos caminos para la suya, alejándose del estilo y la temática de aquellos primeros poemas de adolescente.
El caso de Miguel Hernández es muy singular porque, a presar de su origen humilde y de su corta pasantía escolar, dos años en el Colegio de los Jesuitas de Santo Domingo en Orihuela, la vocación lo empuja irremisiblemente a cumplir su destino de poeta, vocación y actitudes naturales en una persona profundamente sensible que se eleva por encima de las dificultades y limitaciones impuestas por el origen social, por la familia, por el trabajo de pastor; a pesar de todos estos obstáculos la voz del poeta se fue enriqueciendo y madurando hasta convertirse en el poeta de palabra diáfana, de voz intensa y profunda, de canto ardiente y rebelde o en el poeta del dolor contenido, del sufrir amargo y de honda melancolía de su último libro, Cancionero y Romancero de Ausencias . En carta que le envía a Juan Ramón Jiménez a Fines de 1931, antes de su primer viaje a Madrid dice:
“… Como le he dicho, creo ser un poco poeta. En los prados, porque yerro con el cabrío, ostenta natura su mayor grado de hermosura y pompa: Muchas flores, muchos ruiseñores y verdores, muchos cielos y muy azul, algunas majestuosas montañas y unas colinas y lomas tras las cuales rueda la gran era azul del Mediterráneo…..Por fuerza he tenido que cantar… Inculto, tosco, se que escribiendo poesía profano el divino Arte… No tengo culpa de llevar en mi alma una chispa de la hoguera que arde en la suya… ” .
El contacto con el campo, con la naturaleza es la experiencia mas sostenida y más temprana y por lo tanto su presencia será una constante en toda la obra de Miguel Hernández. El contacto directo con la naturaleza le revela grandes misterios: La hora de salida de la luna y los luceros, las propiedades de ciertas hierbas, el tiempo más propicio para ayuntar el rebaño etc. Miguel contempla maravillado el rito nupcial de las ovejas o el nacimiento de un cordero. En toda su obra veremos la huella profunda de esta visión pura e inocente de lo sexual. Esta sexualidad que descubre en la naturaleza y en si mismo va a impregnar fuertemente su poesía que desde muy temprano también va mostrar la sombra de la muerte.
El descubrimiento de su cuerpo y de los impulsos sexuales, los cambios físicos que va experimentando, serán temas permanentes en los primeros poemas juveniles, expresados libremente, con naturalidad y espontaneidad, utilizando un lenguaje metafórico en el que “el sexo-imagen se transparenta bajo el objeto más inocente” y donde variados símbolos, de clara connotación erótica, ponen en evidencia el interés de Miguel Hernández por el cuerpo y el despertar de la sexualidad.
En el poema Adolescente aparecen, dando cuenta de ese despertar sexual dos símbolos que al estar juntos, nos hacen evocar el mito bíblico de Adán y Eva: La higuera y la culebra.

Crece
bajo la higuera
verde
que almidona la siesta,
que le escuece.
Oye mudarse
de camisa
la culebra
fundada
en su silbido
crece
hasta
almidonarse también
bajo los negros higos.(O.C.p.36)

La higuera y el higo tienen una clara connotación sexual; de hojas de higuera fue el taparrabo con que se cubrieron Adán y Eva cuando se percataron de su desnudez, una vez que comieron del fruto prohibido por insinuación de la serpiente: “Entonces se les abrieron los ojos y se dieron cuenta que estaban desnudos y se hicieron unos taparrabos cosiendo unas hojas de higuera” (Génesis 3). La higuera y el higo van a aparecer repetidamente en poemas de este periodo como en Oda a la higuera y en Diario de Junio. El mito bíblico vuelve a aparecer en el poema Culebra. Estos poemas juveniles son todos de idéntica frescura como el poema Olores o el poema Niña al Final en el que el poeta se refiere al interés que la joven presta a los cambios de su cuerpo en la adolescencia y también a la importancia que va teniendo el sexo opuesto:
Me empino para ser
mujer, pero
no llego.

Ya me subo
medias y ligas,
ya me bajo la falda
a la misma cintura de la rodilla (O.C.p.38).

En 1933 publica el primer libro de poesía: Perito en Lunas, libro fundamentalmente barroco en el que imita claramente a Luis de Góngora. No es casual que Miguel Hernández escriba este tipo de poesía, sino que por el contrario, responde al descubrimiento y revalorización de que fue objeto el autor de Las Soledades por los poetas de la generación del 27.

En efecto, en ese año se conmemora el tricentenario de la muerte de Góngora ocurrida en Córdoba el 20 de mayo de 1627 y los poetas de la generación del 27 se dieron a la tarea de rescatarlo del olvido de dos siglos, que tendieron sobre él y su poesía, el más oprobioso silencio y la más injusta incomprensión.

Perito en Lunas está constituido por 42 octavas reales singulares, precedida por un prólogo de Ramón Sijé. La constante presencia de la luna en estas octavas y en otros poemas de 1933-1934, dan unidad y coherencia a este primer libro, rico en metáforas e imágenes sorprendentes y en invenciones lingüísticas de gran efecto estético. El motivo lunar va estar presente en toda la obra del poeta y tendrá una significación más compleja ligada al mito primitivo de la luna-mujer-fecundidad y asociados al gran tema hernándiano de la angustia existencial, de la búsqueda de lo absoluto y el afán de transcendencia.

La presencia temprana de mitos y símbolos como la higuera, la serpiente, la luna, el toro, la sangre, con los que interpreta a la realidad y expresa su mundo interior, pone en evidencia la coincidencia de la visión del mundo animista y naturalista de Miguel Hernández con la de los pueblos primitivos. La sacralización de la vida orgánica se presenta como una estructura significativa que da coherencia a toda su obra poética. Así como el hombre primitivo explica el origen de la vida y el misterio de la muerte a través de mitos y símbolos, Miguel Hernández también expresará temas como el amor, la felicidad, la muerte, el erotismo, el afán de trascendencia, con mitos y símbolos reveladores de la dimensión inconsciente del poeta. La naturaleza nunca es exclusivamente “natural”, esta siempre cargada de un valor religioso porque el cosmos es una creación divina: salido de las manos de Dios, el mundo queda impregnado de sacralidad.

En 1934 publica el libro El Rayo que no Cesa que es un libro de amor apasionado, inspirado por la novia Josefina Manresa a quien había conocido en un taller de la calle Mayor donde ella trabajaba. Son poemas de amor que nacen del conflicto entre la pasión del poeta y la contención y timidez de la novia, amor atormentado íntimamente unido a la muerte.

En muchos poemas de este libro los símbolos dominantes son: hacha, cuchillo, rayos, espada, piedra, estalactitas, símbolos de significado fálico que evidencian el tema del amor erótico y la insatisfacción sexual.

El toro es un símbolo fundamental en la poesía de Miguel Hernández significando amor y muerte, el doble sentimiento que gobierna la vida del poeta: erotismo-amor y conciencia de la muerte, el destino trágico del hombre, nacido para morir. Esta dualidad amor y muerte, define al toro. Del mito clásico arranca la significación toro-erotismo, cuando Júpiter se transforma en toro “color del sol con cuernos de luna creciente” para raptar a Europa. El toro es símbolo de muerte, de allí, la identificación del poeta con el toro, el destino de muerte los une: el poeta y el toro son victimas impotentes del destino. La vida trágica del toro se emparenta con la vida trágica de Miguel Hernández, tragicidad reafirmada por otros símbolos como el cuchillo y la sangre.

La preocupación existencial de Miguel Hernández sobre la vida y la muerte lo lleva a definir una mística naturalista de la sangre por la cual el hombre se eterniza y perpetúa en el hijo, representación de la humanidad futura. Sangre-vida, “esbelta y laboriosa” que no sólo lo empuja al amor sino sangre que lo impulsa a luchar por la patria, por los pobres, por la humanidad; la sangre se suma a otras sangres en un esfuerzo común por liberar al hombre de la opresión y el sufrimiento. Temas de amor vida y muerte se convierten en metáforas obsesivas en la obra de Miguel Hernández, reveladoras de su mito personal. La muerte acechante, el ansia de amor, el terror a la nada, el deseo de transcendencia, el destino asumido como fatalidad, son los componentes de este mito personal que el poeta expresa con una serie de construcciones míticas: mito del agua preservadora, mito de la tierra eternizadora, mito de la sangre, mito de la luna, reveladores de la angustia existencial del poeta.

La proximidad de Miguel Hernández al hombre primitivo se manifiesta en que ambos tienen semejantes preocupaciones existenciales y buscan la explicación a estos fenómenos humanos. Ambos participan de lo sagrado de la naturaleza y recurren a los mitos para salvarse de las fuerza destructoras que pueblan el mundo misterioso que lo rodea. El amor y la muerte son expresados con numerosos símbolos e imágenes que se integran en un orden que refleja una visión coherente del mundo y del espíritu. Expresar a la naturaleza como un todo sagrado del que forma parte el poeta revela el fondo religioso de Miguel Hernández y su angustia existencial porque la visión del mundo trágica no puede disociarse de su condición animista de la naturaleza, sino que ésta última es expresión de la primera: “materialismo místico”, penetrado de sentido trágico revelador de los fantasmas del poeta y de su “mito personal”.

Viento del pueblo (1937) es el tercer libro de poesía de Miguel Hernández, producto de la vivencia personal durante la circunstancia más dolorosa de la España contemporánea: la guerra civil, contienda terrible que enlutó al territorio español sumiéndolo en la más honda tragedia de muerte y destrucción. Miguel Hernández, con el idealismo del más puro romanticismo, se lanza a la lucha con su voz de poeta y con el fusil de soldado. Pero es una voz diferente porque ha asumido al pueblo, se siente llamado a ser intérprete y guía de esa masa popular que, desde las filas republicanas lucha por un país mejor, en el que desaparezcan la injusticia y la explotación. La fe en ese ideal y el amor al pueblo marginado, a esos pobres de España de cuyas filas forma parte, lo llevan a asumir ardorosamente el compromiso político, y su voz de poeta será la voz del pueblo en lucha. El Rayo que no Cesa tiene un formalismo ultra clásico a través de moldes tradicionales y con referencia a un yo a la vez sujeto y objeto. Los poemas de guerra marcan un nuevo rumbo formal que apuntan a lo universal con un doble sistema de referencia, el yo y el mundo, la guerra y los hombres, etc. Viento del pueblo así como El pastor de la muerte y El teatro en la guerra son obras producto del compromiso político de Miguel Hernández y son la expresión del momento histórico que vive el país.

El hombre acecha fue compuesto entre 1937 y 1939, con dedicatoria a Pablo Neruda; consta de dieciocho poesías, que por su contenido, es la continuación de Viento del pueblo. Sin embargo el tono del poeta ha cambiado y el optimismo anterior se trocado en tristeza y amargura.

La guerra ha sido una experiencia esclarecedora de la violencia y de la crueldad humana. El hombre es víctima del hombre, el hombre acecha al hombre.

El último libro de poemas de Miguel Hernández, Cancionero y Romancero de ausencias, así como la sección titulada últimos poemas, corresponden al periodo 1937-1941 escrito en la desgracia de la derrota, la muerte de su hijo (19/10/38) seguida del nacimiento de otro hijo (04/01/39) , escrito finalmente en la experiencia cotidiana del condenado y del preso político. Son pues los poemas que intensamente humanos van a oscilar entre el canto apasionado del amor a la esposa y el dolor y la pesadumbre por la muerte de su primer niño; cantos iluminados y ensombrecidos por la separación injusta de la esposa y del segundo hijo que como un eco del primero, llenó de ilusión y gozo esos sombríos años de cárcel absurda que lo condujeron finalmente a la muerte.

En este poemario, igual que El Rayo que no cesa, además del tono bajo, melodioso e intimo, el objeto del canto es el mismo, Josefina. El canto a la novia se transforma en canto a la esposa y a la madre, el canto de amor insatisfecho de pena de amor, es ahora canto de amor pleno, aunque también es pena de ausencia. Amor y dolor, vida y muerte son los ejes temáticos de la obra de Miguel Hernández, que realmente, son los ejes temáticos de toda la obra, expresión fehaciente de una vida atormentada entre el ansia de vivir y la certeza del destino de muerte que amenaza al hombre. En este libro, el autor maneja gran cantidad de mirtos y símbolos de la misma forma como lo hace el hombre primitivo, identificándose con su concepción del mundo sacralizado de la vida orgánica. Miguel Hernández sabe entablar un diálogo con el Cosmos y utiliza el leguaje simbólico. A través de los mitos y el simbolismo de la luna, el hombre percibe la relación de solidaridad entre tiempo, muerte, resurrección, sexualidad, fertilidad, lluvia, vegetación etc. Siendo la luna el astro de los ritmos vitales, que “crece, decrece, nace y muere” la luna es entonces, tiempo, vida que nace, crece y muere en el fluir del tiempo.

Miguel Hernández escribe el Tríptico Hijo de la Luz y de la Sombra. En el primer poema de este tríptico (Hijo de la Sombra) la luna está unida a la noche, a lo femenino y a la fecundidad. Los primitivos están convencidos que la luna ejerce una acción sobre la mujer como lo ejerce sobre la vegetación, por eso la luna es vida, es fecundidad y la esposa es “la noche en el instante/mayor de su potencia lunar y femenina”. La luna preside el amor de los amantes y la amada es noche fuente de oscuridad, es sombra, es luna.

Si la esposa es luna, oscuridad, la media noche, el esposo en cambio, es sol, luz claridad, fuego, día. El amor convierte a su cuerpo en una llamarada, todo su ser se enciende poseído por el sol, por su fuerza y su poder, amor cósmico que rompe los límites de lo humano, en una identificación con el universo.

El vientre de la esposa se ha hecho “nido cerrado incandescente” recogiendo en “sus cuevas cuanto la luz derrama” y el hijo que está en la sombra como un anhelo, como una aspiración, brotará como un relámpago de esa unión cósmica hecha de luceros y de luna, de sol y fuego; el hijo está en la esposa-sombra, en la esposa-noche.

La unión astral se cumplió y Miguel Hernández ha recreado el antiguo mito de las bodas del sol y de la luna; la identificación de la esposa con la luna y con la noche proviene del sentido de feminidad que siempre se les ha dado en todas las mitologías; siempre aparecen relacionadas con el principio pasivo, lo femenino y el inconsciente; y el sentido de generadora de vida coincide con el que le da Hesíodo que llamó a la noche, madre de los dioses por ser opinión de los griegos, que las noches y las tinieblas han precedido la formación de todas las cosas, de allí, el significado de fertilidad, de simiente. El hecho de ser esposa-sombra sugiere que sin ser día, es el estado previo, promete el día y lo prepara.

En el poema II del tríptico (Hijo de la Luz), una vez fecundada, la esposa deja de ser noche para convertirse en alba, hecha de luz difusa, como un tenue amanecer, <> que como un tímido fulgor se convertirá en luminoso esplendor. El sol, el fuego y la luz van a ser los símbolos sobre los que se desenvuelve este segundo poema de la trilogía del Hijo de la Luz y de la Sombra.
El útero materno es centro de claridades; el hijo anhelado es luz, es eje de sus vidas, sobre él asentarán su felicidad.
Igual que la concepción del hijo, el parto se presenta igualmente cósmico y el poeta acude a la hipérbole para significar su grandiosidad:

La gran hora del parto, la más rotunda hora:
estallan los relojes sintiendo tu alarido,
se abren todas las puertas del mundo, de la aurora,
y el sol nace en tu vientre donde encontró su nido.


El nacimiento del hijo metafóricamente expresado con el nacimiento del sol, se vincula también a aquellos mitos primitivos que explicaban el origen del fuego como producido por el vientre de la mujer; veamos el paralelismo entre el último verso de la estrofa citada y un mito de América del Sur recogido por Frazer en el libro Mitos sobre el Origen del Fuego y que cita Gastón Bachelard en su obra Psicoanálisis del fuego; en este mito el héroe quiere obtener el fuego que es la base del mito de Prometeo, y para ello persigue a una mujer, la atrapa, la sujeta y la amenaza con hacerla prisionera si no le revela el secreto del fuego.

Después de varias tentativas de escape, la mujer consintió en ello. Se sentó sobre el suelo, con las dos piernas muy separadas. Apretando con los puños la parte superior de su vientre, le imprimió una enérgica sacudida y una bola de fuego rodó sobre el suelo fuera de su conducto genital.
El proceso del parto ha terminado con el nacimiento del fuego, fuego del amor como dice Bachelard, de la misma manera como en la estrofa citada, la esposa ha parido al hijo – sol. La esposa está identificada con el Cosmos, con el Universo y es una deidad generadora del sol, de la aurora, de la vida; por eso, en el nacimiento, <>. Miguel Hernández está recreando el mito de la creación. Las tinieblas prenatales corresponden a la noche anterior a la creación y a las tinieblas de la choza iniciática…La noche de la que cada mañana nace el sol simboliza el caos primordial y la salida del sol es una réplica de la cosmogonía. La esposa es la divinidad de donde procede el sol, el hijo – sol que primero fue sombra. Todas las experiencias religiosas en relación con la fecundidad y el nacimiento tienen una estructura cósmica.
El hijo ha llegado y con él, la eternización de los padres. La corriente de sangre, de vida de los padres no se detiene sino que se continua en la del hijo que será a su vez simiente de otras vidas y los padres vivirán en la memoria del hijo, en la de los hijos de éste y en todos los hijos y será un consuelo ante la muerte porque no se desaparece del todo en esta carrera de relevo que es la vida, por eso el poeta dice:


Hijo del alba eres, hijo del mediodía
y ha de quedar de ti luces en todo impuestas,
mientras tu madre y yo vamos a la agonía,
dormidos y despiertos con el amor a cuestas.


En el poema III (Hijo de la luz y de la sombra), el entusiasmo y la alegría por el acontecimiento de la llegada del hijo, continúa en unos versos plenos de amor y de ternura a la esposa donde las imágenes hiperbólicas traslucen la magnitud de sus sentimientos y emociones. La lactancia, el hecho tiernísimo de lactar al recién nacido le dicta versos emocionados de una belleza sin límites. El mána, hecho de leche y miel que brota de la madre, alimenta al hijo amado:

Se han desbordado, esposa, lunarmente tus venas,
hasta inundar la casa que tu sabor rezuma.
y es como si brotaras de un pueblo de colmenas,
tú toda una colmena de leche con espuma.


El amor apasionado a la esposa se traduce en aspiración de unión total permanente, ser el uno en el otro, unidad indivisible y eterna, aspirando el poeta a quedarse para siempre en el vientre materno. La esposa – madre cobra un sentido nuevo al convertirse en anhelo de refugio para el poeta.
El amor eterniza a los amantes y este amor cósmico, eterno, absorbe y asume todo el infinito y todo el tiempo. Los amantes son los protagonistas de un amor sin tiempo y sin espacio; es el amor mítico de los primeros hombres, son el símbolo del amor eterno y son por lo tanto los salvadores del mundo, los salvadores de la humanidad que es trascendida y salvada del olvido gracias al amor:

Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,
seguiremos besándonos en el hijo profundo.
Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
se besan los primeros pobladores del mundo.


Cada libro de poemas traduce las experiencias, las vivencias y conflictos existenciales del poeta; el despertar sexual, el conflicto entre el amor y el temor al pecado, el alejamiento de la religión católica, el amor por Josefina y los sufrimientos que se derivan del amor insatisfecho; el dolor por la muerte del amigo, la guerra civil, el matrimonio, los hijos, la cárcel, toda su vida recorre esta poesía que como la vida misma es contradictoria, unas veces luminosa, sonriente y optimista y otras, terriblemente triste, ensombrecida por la pena, por la desilusión y la muerte. Es la dialéctica de la vida que se traduce en una poesía igualmente dialéctica, de movimiento pendular entre la luz y la sombra, entre la vida y la muerte. La esencia trágica de la existencia humana queda hermosamente expresada en los siguientes versos:

Llegó con tres heridas,
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.





Lilia Boscán de Lombardi