martes, 6 de abril de 2010

“EN EL LAGO”: TIEMPO Y POESÍA

Adriano González León (1931), es un escritor de acendrada vocación literaria que contribuye con su obra al enriquecimiento de la literatura venezolana y a su proyección más allá de las fronteras nacionales. En efecto, en 1968, hace 35 años, se hizo acreedor al premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral con la novela “País Portátil”. Nació en Valera, ciudad de la infancia de viva presencia en la memoria y en la obra de Adriano. Participó en los grupos literarios Sardio (1958) y el Techo de la Ballena (1962). Formó parte del Consejo de Redacción del periódico En Letra Roja (Caracas 1962) y se ha desempeñado como profesor de literatura en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Es Doctor “Honoris Causa”, título otorgado por la Universidad Católica Cecilio Acosta (octubre 2003).
Adriano González León ha escrito cuentos extraordinarios, esencialmente poéticos, que han sido publicados en “Las Hogueras mas altas” (1957) y “Hombre que daba sed” (1967), relatos en los que ya están presentes las técnicas narrativas renovadoras que después utilizará con maestría en la novela “País Portátil”, publicada en 1969.
En “Las Hogueras más altas” está recogido el trabajo intelectual de los años de adolescencia y juventud en los que el autor escribe con pasión historias de ficción vinculadas con experiencias y personajes de significativa importancia en la historia personal del autor. Algunos de esos primeros relatos estuvieron en los periódicos murales del Liceo Rafael Rangel de Valera; fueron los primeros intentos literarios; de esos cuentos hay uno, “En el lago”, que según confesión del autor, es realmente su primer cuento porque la estructura narrativa es más compleja y muestra mayor dominio en el uso del lenguaje. Es un cuento tan bien escrito que ganó el premio del concurso del diario El Nacional en 1956 cuando Adriano González León tenía apenas veinte y cinco años. Resulta curioso que ese primer cuento de un hombre nacido en Valera, entre nieblas y lluvias, “en el campo verde de días frescos y lejanos”, sea una historia que se desarrolla en el Lago de Maracaibo; pero es que el poeta sentía la magia de lo desconocido, se sentía atraído por el lago misterioso; por eso este cuento nace del sueño constante de un joven asomado a las montañas andinas para descubrir el lago. Sueños de adolescente, anhelos repetidos; desde Escuque escrutaba el horizonte con la esperanza de verlo.
En límpidos amaneceres, más brillantes y más azules, seguramente se confundirían los colores del cielo con los del lago y la línea azul flotaría mágicamente ante los asombrados ojos, hundidos jubilosos en aquella marea de sueños que lo empujaban a las riberas del lago de Maracaibo.
El lago mítico crece en la imaginación del poeta y bajo su hechizo, las palabras tejen una historia zigzagueante hundida en el misterio de la noche.
En medio del silencio, turbado solo por el ruido del agua sobre los remos, dos pescadores, encuentran en la Isla de Pájaros, a un náufrago acostado sobre una tabla. Comprobando que aun vive deciden salvarlo y se lo llevan con ellos arrastrando la tabla amarrada al bote. Emprenden el viaje hundido cada uno en sus pensamientos. Con gran destreza el autor va narrando en movimientos ondulantes, como los del mismo lago, los pensamientos de cada hombre, en monólogos interiores pendulares en los que quedan al descubierto rasgos y características personales. Uno, soñador, piensa, a la vista de un barco encallado, en la época de los piratas y las leyendas que inspiraron. El otro, más pragmático, piensa en el riesgo asumido, no quiere problemas y como un ritornello repite “yo vine fue a pescar”. Cada uno tiene una hipótesis diferente para explicar la presencia de aquel desconocido. Uno cree que venía de una fiesta porque “Tiene la corbata puesta y está vestido de domingo”; el otro se imagina que venía de un naufragio, piensa en los náufragos piratas de otros tiempos; el hombre sobre la tabla, el náufrago, semiconsciente, regresa de un sueño y asume cada palabra de los otros para intentar comprender la realidad de lo que está pasando: “Quién vino a pescar? Quién es el ahogado?... ¿Quién se va a morir?” En forma zigzagueante la memoria va revelando la vida de ese hombre en tiempos diversos, desde el pasado remoto en las tierras andinas de sus orígenes y sus antepasados hasta los años del presente de trabajo alienante en los campos petroleros. Son dos tiempos que se conjugan, son dos modos de vida. El mundo campesino y el mundo del campo petrolero se anudan con el presente narrativo del bote de pescadores que arrastra al náufrago.
A través de los monólogos se visualiza el proceso de cambio de un país rural, agrícola, a otro capitalista. En imágenes de sueño, emerge la figura del padre arruinado, muriéndose de rabia y desilusión, igual como se murieron tantos pueblos, abandonados por sus habitantes, que se fueron atraídos por el petróleo y la posibilidad de tener empleo y riqueza. Aquella Venezuela rural, apacible y provinciana fue sacudida violentamente con la irrupción del petróleo y el éxodo masivo no se hizo esperar. Venezuela comenzó un proceso de transformación hacia la modernidad y el desarrollo, tránsito del feudalismo al capitalismo que provocó la muerte de casas y pueblos como bien lo expresa Miguel Otero Silva en su novela Casas Muertas y como lo expresa el náufrago en medio del lago preguntándose “¿Quién se va a morir? Seré yo, porque en casa todos murieron hace tiempo, en aquel pueblo de la montaña”.
La muerte del padre expresa simbólicamente la muerte de la Venezuela del café, sobre el que se asentaba buena parte de la economía del país. La memoria registra aquellos hechos dramáticos en que el padre igual que el café recién comprado, se consume en el silencio y el abandono hasta que lo alcanzó la muerte, “Los granos se quedaron entonces como olvidados en los patios y nadie se preocupó de ponerles palmas cuando caía la lluvia”. En medio del lago el náufrago se enfrenta a sí mismo y a sus verdades, a sus miedos y humillaciones. Frente al estereotipo del macho, contrasta la imagen del muchacho débil y miedoso que después de un tiempo termina en las aguas del lago en un oscuro suceso donde se involucran mujeres y alcohol. El encantamiento de las “sirenas” se operó desde las palabras: “Envenénate hoy, tu día libre, iluminado de la semana… piérdete y mata la tristeza… déjate morir… déjate morir… déjate encantar… nuestros ojos serán siempre dos gaviotas en cruz para alumbrar tu muerte”. Al borde de la muerte los pensamientos se escapan en las aguas de ese lago amenazante y los relámpagos iluminan fragmentos de una vida llena de frustraciones e inconformidades. La vida en el campo petrolero monótono, asfixiante conduce al alcohol y a la locura.
Adriano González León con excepcional capacidad de narrador, diestro en el manejo de planos espaciales y temporales, expresa la nueva realidad social del país. El campo petrolero irrumpe con todo su realismo entre las brumas del sueño del náufrago. La marea de pitos, de gases, de oleoductos, de casas de madera, de gringos, de injusticias, de explotación, de vacío existencial y frustraciones, invade e inunda este relato con angustia creciente y trepidante, con las expresiones de un lenguaje delirante y agónico.
El viaje hacia la muerte continúa en un tiempo indetenible. Las olas se encrespan y la tormenta se abate sobre la vida de los hombres indefensos. Uno piensa que encallarán y el bote se pudrirá; otro piensa que no llegará a la casa y el náufrago, poseído por la tormenta de la memoria, recorre espacios y tiempos diversos. Es el delirio de un alucinado, la visión caótica de momentos vividos en el pasado, son los recuerdos martillantes que en un ritmo metálico, constante, entrecortado, se precipitan en imágenes que se atropellan y se presentan en el desorden mental de un moribundo.
En el relato domina la imprecisión que produce un efecto poético de magia y misterio en una zona intermedia entre la realidad y el sueño. Ilusión de realidad, límites difuminados crean una imagen inasible, fantasmal de la realidad. El relato del episodio del padre con el café está penetrado de misterio y poesía. La atmósfera de magia y de sueño se enfatiza con la expresión rítmicamente repetida “nunca supe que fue lo que pasó”. La experiencia vivida con las mujeres en el bar no se sabe si lo soñó, o lo pensó; imprecisión para explicar cómo llega a las aguas del lago, si se arrojó él mismo o fue el mesonero, o fueron las mujeres. “O creía mejor que fueron las palabras de las mujeres o sus propias palabras”.
Pero además existe, la imprecisión temporal que ayuda a crear la atmósfera de sueño e irrealidad, cuando no se sabe con certeza cuánto tiempo transcurre en este viaje de los tres hombres hacia la muerte, “una hora desde que los pescadores lo encontraron tendido en la orilla o quizás hacía más”. El encuentro con las “sirenas” “pudo haber sido hace tiempo o esta misma noche”. La vida es tiempo que se acaba. La vida transcurre entre dos extremos, el nacimiento y la muerte, y después, como dice Rilke, “se enfrenta en silencio ante lo eterno”. En este cuento están presente diversas dimensiones del tiempo, el pasado expresado en imágenes de sueño que dicta la nostalgia; el presente agresivo, violento, opresor; el futuro, impreciso, incierto y la eternidad. En el poema de Rilke que cita Adriano González León, domina el tema del tiempo que conduce inevitablemente a la muerte. El ansia de eternidad unamuniana se refleja en esos versos que expresan muy bien la angustia existencial que procede de la conciencia del paso del tiempo y de la muerte, temas dominantes en este relato.
Así como la imprecisión es un recurso estilístico de significativa eficacia poética, también el uso del contraste es permanente y ayuda a crear esa atmósfera de claro oscuro, de luz y sombra, intensamente poética: la vida apacible, luminosa, del pueblo donde transcurrió la infancia y la adolescencia contrasta con la del campo petrolero de días siempre iguales consumidos en la monotonía del trabajo y del hastío. Los recuerdos se abalanzan mostrando imágenes fieles del campo petrolero, su estructura, los tanques, los mechurrios, los balancines, los oleoductos, las cercas de alambre y el contraste otra vez, entre la casa de los trabajadores y las casas de los Gerentes de la compañía simbolizados en la figura de Mr. Sterling; el contraste entre dos modos de vida, el rural y el capitalista; el contraste entre dos modos de pensar, un pescador soñador, otro pragmático; el contraste entre un lago apacible y otro furioso, destructor, violento y el contraste entre la oscuridad de la noche y la luz de los relámpagos.
El ritmo del relato también va cambiando; al principio, ondulante, cadencioso como olas suaves que van y vienen en rítmico vaivén, notorio no solo en la alternancia de los monólogos sino en la repetición de frases, que como estribillos musicales, se repiten cada cierto tiempo: (lisas y bagres de panza blanca) (nunca supe que fue lo que pasó) (tiene la corbata puesta y está vestido como de domingo, etc.)
El ritmo después se altera, se hace más intenso en una adecuación perfecta con la tormenta que transformó y violentó las aguas del lago. Las imágenes se precipitan, se golpean, chocan unas con otras en un delirio frenético, la biografía estalla en pedazos de recuerdos desarticulados, incongruentes.
En este relato, además del tiempo, el otro gran tema, es la muerte, que el lenguaje va anunciando desde el comienzo; verbos, sustantivos y adjetivos usados con profusión significan oscuridad, misterio, destrucción y muerte; el color negro contrasta con las llamas de los relámpagos que también contienen fuego amenazante y destructor. La muerte se presenta en los peces envenenados, en los muertos del pasado y en la vida muriendo un poco cada día.
El lenguaje crea una atmósfera de muerte y de misterio perturbador. Los malos presagios se anuncian de múltiples maneras y hasta las luces “seguían brillando como cuando alguien va a morir”. La asociación del barco encallado con los piratas, también es un hecho que insiste fuertemente en el tema de la muerte y el misterio. Igualmente, la sangre y el toro son símbolos contundentes de la violencia y de la muerte (el mugido ronco y amenazante de las sombras de los barcos) (los dos toros se trabaron en lucha). Se insiste en un cromatismo de contraste entre el negro y el rojo, colores que connotan muerte y violencia en este relato de gran fuerza sensorial semejante a una pintura, donde dominan las luces y las sombras.
El lago de aguas oscuras se torna amenazante. Los pescadores reman como Caronte en el río Aqueronte y en la Laguna Estigia, transportando las almas de los muertos a su última morada. Navegan las aguas de la muerte en el último viaje y al retornar a las aguas es como retornar a la madre, por eso se dice, que el mar, los océanos, los lagos son la fuente de la vida y el final de la misma; las aguas aluden siempre a la conexión de lo superficial con lo profundo y son factor de transición entre la vida y la muerte. En algunos pueblos como los irlandeses y los bretones se cree que el país de los muertos se halla en el fondo del océano o de los lagos, creencia que puede derivar de su visión del ocaso solar en las aguas. El lago esconde secretos abismales en sus aguas misteriosas; son aguas del origen y son aguas de la muerte. Algo sobrecogedor y misterioso se oculta bajo la superficie de las aguas, algo enigmático como el enigma mismo de la vida y de la muerte y frente a ese enigma, el deseo de eternidad, el ansia de trascendencia, eternidad igualmente simbolizada por las aguas ilimitadas e inmortales.
En cierto momento uno de los pescadores, el pragmático, sintió miedo de morir, de penetrar el espejo de las aguas. El lago, la noche, el viento, convocan a la muerte. Hechiza al náufrago y lo atrae al abismo del lago: “Ven, triste, aburrido bebedor, déjate encantar, que nuestros ojos serán siempre dos gaviotas en cruz para alumbrar tu muerte”. El destino se cumple, el viaje se hace entre relámpagos y delirios. En el final del cuento, una vez más la imprecisión; la ambigüedad da paso al misterio poético aunque la muerte está allí, vigilante, anunciándose, rodeando “al hombre asido a la tabla, confuso bajo la noche, atravesado de visiones mientras el viento sostenía algo como dos gaviotas en cruz para alumbrar la muerte”.