martes, 29 de noviembre de 2016

La memoria infinita


Mis padres miraban las fotografías del álbum familiar. Estaban sentados en unas cómodas butacas en la terraza del hotel. Resultaba agradable estar allí, sintiendo la brisa fresca que venía del mar.
Yo solo miraba la cara inexpresiva de mi madre que no denotaba ninguna emoción, ni alegría ni quebranto. Siempre es así. Es muy callada y jamás dice lo que siente. Nunca la he visto reir, creo que debe arrastrar un dolor profundo que le impide ser feliz .Pero tras esa máscara dura y fría se esconde otra persona que se muestra en la ternura con que trata a los niños y también cuando escucha música. Sola, callada, puede permanecer mucho tiempo escuchando un disco tras otro de sus cantantes y orquestas preferidos: Glenn Miller, Damirón, Rafael Muñoz, Aldemaro Romero, Ray Coniff, Lucho Gatica, y tantos otros. Su afición a la música la convirtió en una coleccionista de discos de toda clase de música, no solo popular, sino también sinfónica. Me sobresalto y salgo de mi meditación cuando empiezo a ver a mucha gente entrando en este hotel de playa donde va a ser la boda de mi sobrina. Me doy cuenta que la hora de la ceremonia está próxima y yo no me he vestido todavía.
Empiezo a caminar rápido por el lobby del hotel y trato de abrirme paso entre la gente para llegar al ascensor. Señoras y señores elegantemente vestidos, conversan animadamente. En una esquina, en medio de un grupo, un joven muy alegre, levanta el brazo brindando y dándole las gracias a la persona equivocada porque no fue nadie sino yo quien le consiguió la invitación.
Los pasillos estaban llenos de arreglos florales muy decorativos. La música se empezaba a oir y yo como pude, abriéndome paso entre la gente, llegué por fin a mi habitación. Me arreglé rápidamente y cuando estuve lista iba a salir pero sentí que algo me faltaba y no sabía que era. Me miré en el espejo para comprobar que todo estaba bien pero una angustia indescriptible me dominaba y no sabía la causa. Sin embargo , me decidí a salir. Estando en el pasillo no sabía que hacer. Estaba desorientada. Llegué frente a una puerta y la empujé; se abrió sin problema y entré a una habitación donde parecía que me estuvieran esperando.
Yo los miraba a todos sin reconocer a nadie. Me quise ir, pero no conseguía moverme. Les pedí que me ayudaran a salir porque sino llegaría tarde a la ceremonia del matrimonio. Se rieron y siguieron allí sin hacer nada. Recordé que mis padres estaban solos y tenía que acompañarlos, pero ellos continuaron riendo diciendo que ya todos se habían ido, que la fiesta había terminado y no quedaba nadie en el hotel. La angustia fue desapareciendo y finalmente, estando ya tranquila, me fui con ellos.


Lilia Boscán de Lombardi