viernes, 13 de abril de 2012

El Amor en la poesía de Miguel Hernández

Miguel Hernández es un poeta universal que ha sabido expresar en su poesía, los grandes temas existenciales del ser humano.
Nació en Orihuela, provincia de Alicante, el 30 de Octubre de 1910. Sus padres fueron muy humildes: Miguel Hernández Sánchez, pastor, que sabía apenas leer y escribir y Concepción Gilabert Giner quien tendría una vida muy dura de sometimiento al esposo y quien trataría con extrema severidad a sus hijos. Miguel igual que su hermano Vicente, van a ser pastores también, mientras que sus hermanas hacían las tareas domésticas. Su hermana Josefina muere cuando Miguel tenía 9 años. Ese doloroso recuerdo está presente en el poema Hermanita Muerta que aparece en los poemas de adolescencia.
Miguel Hernández es poeta por vocación. No tuvo la oportunidad de hacer estudios sistemáticos que significara formación humanística y literaria. Se fue haciendo en el tiempo nutriéndose de lecturas diversas bajo la dirección de Ramón Sijé, su entrañable amigo, quien junto a Luis Almarcha, cura de la Catedral de Orihuela y vecino del poeta orientaron y estimularon su temprana vocación poética. Primero fueron las tertulias con los amigos de adolescencia, en las que se discute sobre poesía, se leen textos de diversos autores, se conocen y discute sobre lo que cada quien escribe, unidos todos por un mismo entusiasmo por la poesía. Miguel Hernández se deslumbrará por la obra de los clásicos españoles. Leerá con pasión a Garsilaso y San Juan de la Cruz, a Lope de Vega y Cervantes, a Góngora y Calderón de la Barca. Descubrirá los poetas románticos y modernistas y a los escritores de la generación del 98. Influido por esas lecturas, escribe sus primeros poemas en los que, además, se revela la presencia de la naturaleza con la cual está en permanente contacto por su condición de pastor. Las luciérnagas, los grillos, los saltamontes, la escarcha, los pájaros o los árboles, todo es susceptible de convertirse en poesía. A los 16 años ya ha escrito numerosos poemas donde quedan plasmados el paisaje levantino, la vida pastoril, la naturaleza que lo rodea.
Por la necesidad de conocer otro ambiente y de probar fortuna en las letras, va a Madrid en 1931, sin que tal viaje colmara sus expectativas aunque conoció las nuevas tendencias literarias y se beneficio del ambiente creado por el centenario de Góngora y de la influencia que ejerce en la restauración de las formas clásicas.
En el segundo viaje a Madrid la suerte le sonríe. Ya ha publicado Perito en Lunas y terminado el Auto Sacramental Quien te ha visto y quién te ve y Sombra de los que eres (1934); también las prosas, algunos Silbos y los poemas iniciales de Imagen de tu huella, primer título de El silbo vulnerado y El rayo que no cesa, que son en verdad, un solo libro. Recibe una cordial acogida de los poetas del momento. José Bergamín publica en la Revista Cruz y Raya, el Auto sacramental, recibiendo elogiosos comentarios. Se relaciona con Alberti, Neruda, García Lorca María Zambrano, Vivanco, Altolaguire y Vicente Aleixandre con quien entablará una hermosa amistad. La nueva poesía de estos escritores del 27 le abre nuevas posibilidades y nuevos caminos para la suya, alejándose del estilo y la temática de aquellos primeros poemas de adolescente.
El caso de Miguel Hernández es muy singular porque, a presar de su origen humilde y de su corta pasantía escolar, dos años en el Colegio de los Jesuitas de Santo Domingo en Orihuela, la vocación lo empuja irremisiblemente a cumplir su destino de poeta, vocación y actitudes naturales en una persona profundamente sensible que se eleva por encima de las dificultades y limitaciones impuestas por el origen social, por la familia, por el trabajo de pastor; a pesar de todos estos obstáculos la voz del poeta se fue enriqueciendo y madurando hasta convertirse en el poeta de palabra diáfana, de voz intensa y profunda, de canto ardiente y rebelde o en el poeta del dolor contenido, del sufrir amargo y de honda melancolía de su último libro, Cancionero y Romancero de Ausencias . En carta que le envía a Juan Ramón Jiménez a Fines de 1931, antes de su primer viaje a Madrid dice:
“… Como le he dicho, creo ser un poco poeta. En los prados, porque yerro con el cabrío, ostenta natura su mayor grado de hermosura y pompa: Muchas flores, muchos ruiseñores y verdores, muchos cielos y muy azul, algunas majestuosas montañas y unas colinas y lomas tras las cuales rueda la gran era azul del Mediterráneo…..Por fuerza he tenido que cantar… Inculto, tosco, se que escribiendo poesía profano el divino Arte… No tengo culpa de llevar en mi alma una chispa de la hoguera que arde en la suya… ” .
El contacto con el campo, con la naturaleza es la experiencia mas sostenida y más temprana y por lo tanto su presencia será una constante en toda la obra de Miguel Hernández. El contacto directo con la naturaleza le revela grandes misterios: La hora de salida de la luna y los luceros, las propiedades de ciertas hierbas, el tiempo más propicio para ayuntar el rebaño etc. Miguel contempla maravillado el rito nupcial de las ovejas o el nacimiento de un cordero. En toda su obra veremos la huella profunda de esta visión pura e inocente de lo sexual. Esta sexualidad que descubre en la naturaleza y en si mismo va a impregnar fuertemente su poesía que desde muy temprano también va mostrar la sombra de la muerte.
El descubrimiento de su cuerpo y de los impulsos sexuales, los cambios físicos que va experimentando, serán temas permanentes en los primeros poemas juveniles, expresados libremente, con naturalidad y espontaneidad, utilizando un lenguaje metafórico en el que “el sexo-imagen se transparenta bajo el objeto más inocente” y donde variados símbolos, de clara connotación erótica, ponen en evidencia el interés de Miguel Hernández por el cuerpo y el despertar de la sexualidad.
En el poema Adolescente aparecen, dando cuenta de ese despertar sexual dos símbolos que al estar juntos, nos hacen evocar el mito bíblico de Adán y Eva: La higuera y la culebra.

Crece
bajo la higuera
verde
que almidona la siesta,
que le escuece.
Oye mudarse
de camisa
la culebra
fundada
en su silbido
crece
hasta
almidonarse también
bajo los negros higos.(O.C.p.36)

La higuera y el higo tienen una clara connotación sexual; de hojas de higuera fue el taparrabo con que se cubrieron Adán y Eva cuando se percataron de su desnudez, una vez que comieron del fruto prohibido por insinuación de la serpiente: “Entonces se les abrieron los ojos y se dieron cuenta que estaban desnudos y se hicieron unos taparrabos cosiendo unas hojas de higuera” (Génesis 3). La higuera y el higo van a aparecer repetidamente en poemas de este periodo como en Oda a la higuera y en Diario de Junio. El mito bíblico vuelve a aparecer en el poema Culebra. Estos poemas juveniles son todos de idéntica frescura como el poema Olores o el poema Niña al Final en el que el poeta se refiere al interés que la joven presta a los cambios de su cuerpo en la adolescencia y también a la importancia que va teniendo el sexo opuesto:
Me empino para ser
mujer, pero
no llego.

Ya me subo
medias y ligas,
ya me bajo la falda
a la misma cintura de la rodilla (O.C.p.38).

En 1933 publica el primer libro de poesía: Perito en Lunas, libro fundamentalmente barroco en el que imita claramente a Luis de Góngora. No es casual que Miguel Hernández escriba este tipo de poesía, sino que por el contrario, responde al descubrimiento y revalorización de que fue objeto el autor de Las Soledades por los poetas de la generación del 27.

En efecto, en ese año se conmemora el tricentenario de la muerte de Góngora ocurrida en Córdoba el 20 de mayo de 1627 y los poetas de la generación del 27 se dieron a la tarea de rescatarlo del olvido de dos siglos, que tendieron sobre él y su poesía, el más oprobioso silencio y la más injusta incomprensión.

Perito en Lunas está constituido por 42 octavas reales singulares, precedida por un prólogo de Ramón Sijé. La constante presencia de la luna en estas octavas y en otros poemas de 1933-1934, dan unidad y coherencia a este primer libro, rico en metáforas e imágenes sorprendentes y en invenciones lingüísticas de gran efecto estético. El motivo lunar va estar presente en toda la obra del poeta y tendrá una significación más compleja ligada al mito primitivo de la luna-mujer-fecundidad y asociados al gran tema hernándiano de la angustia existencial, de la búsqueda de lo absoluto y el afán de transcendencia.

La presencia temprana de mitos y símbolos como la higuera, la serpiente, la luna, el toro, la sangre, con los que interpreta a la realidad y expresa su mundo interior, pone en evidencia la coincidencia de la visión del mundo animista y naturalista de Miguel Hernández con la de los pueblos primitivos. La sacralización de la vida orgánica se presenta como una estructura significativa que da coherencia a toda su obra poética. Así como el hombre primitivo explica el origen de la vida y el misterio de la muerte a través de mitos y símbolos, Miguel Hernández también expresará temas como el amor, la felicidad, la muerte, el erotismo, el afán de trascendencia, con mitos y símbolos reveladores de la dimensión inconsciente del poeta. La naturaleza nunca es exclusivamente “natural”, esta siempre cargada de un valor religioso porque el cosmos es una creación divina: salido de las manos de Dios, el mundo queda impregnado de sacralidad.

En 1934 publica el libro El Rayo que no Cesa que es un libro de amor apasionado, inspirado por la novia Josefina Manresa a quien había conocido en un taller de la calle Mayor donde ella trabajaba. Son poemas de amor que nacen del conflicto entre la pasión del poeta y la contención y timidez de la novia, amor atormentado íntimamente unido a la muerte.

En muchos poemas de este libro los símbolos dominantes son: hacha, cuchillo, rayos, espada, piedra, estalactitas, símbolos de significado fálico que evidencian el tema del amor erótico y la insatisfacción sexual.

El toro es un símbolo fundamental en la poesía de Miguel Hernández significando amor y muerte, el doble sentimiento que gobierna la vida del poeta: erotismo-amor y conciencia de la muerte, el destino trágico del hombre, nacido para morir. Esta dualidad amor y muerte, define al toro. Del mito clásico arranca la significación toro-erotismo, cuando Júpiter se transforma en toro “color del sol con cuernos de luna creciente” para raptar a Europa. El toro es símbolo de muerte, de allí, la identificación del poeta con el toro, el destino de muerte los une: el poeta y el toro son victimas impotentes del destino. La vida trágica del toro se emparenta con la vida trágica de Miguel Hernández, tragicidad reafirmada por otros símbolos como el cuchillo y la sangre.

La preocupación existencial de Miguel Hernández sobre la vida y la muerte lo lleva a definir una mística naturalista de la sangre por la cual el hombre se eterniza y perpetúa en el hijo, representación de la humanidad futura. Sangre-vida, “esbelta y laboriosa” que no sólo lo empuja al amor sino sangre que lo impulsa a luchar por la patria, por los pobres, por la humanidad; la sangre se suma a otras sangres en un esfuerzo común por liberar al hombre de la opresión y el sufrimiento. Temas de amor vida y muerte se convierten en metáforas obsesivas en la obra de Miguel Hernández, reveladoras de su mito personal. La muerte acechante, el ansia de amor, el terror a la nada, el deseo de transcendencia, el destino asumido como fatalidad, son los componentes de este mito personal que el poeta expresa con una serie de construcciones míticas: mito del agua preservadora, mito de la tierra eternizadora, mito de la sangre, mito de la luna, reveladores de la angustia existencial del poeta.

La proximidad de Miguel Hernández al hombre primitivo se manifiesta en que ambos tienen semejantes preocupaciones existenciales y buscan la explicación a estos fenómenos humanos. Ambos participan de lo sagrado de la naturaleza y recurren a los mitos para salvarse de las fuerza destructoras que pueblan el mundo misterioso que lo rodea. El amor y la muerte son expresados con numerosos símbolos e imágenes que se integran en un orden que refleja una visión coherente del mundo y del espíritu. Expresar a la naturaleza como un todo sagrado del que forma parte el poeta revela el fondo religioso de Miguel Hernández y su angustia existencial porque la visión del mundo trágica no puede disociarse de su condición animista de la naturaleza, sino que ésta última es expresión de la primera: “materialismo místico”, penetrado de sentido trágico revelador de los fantasmas del poeta y de su “mito personal”.

Viento del pueblo (1937) es el tercer libro de poesía de Miguel Hernández, producto de la vivencia personal durante la circunstancia más dolorosa de la España contemporánea: la guerra civil, contienda terrible que enlutó al territorio español sumiéndolo en la más honda tragedia de muerte y destrucción. Miguel Hernández, con el idealismo del más puro romanticismo, se lanza a la lucha con su voz de poeta y con el fusil de soldado. Pero es una voz diferente porque ha asumido al pueblo, se siente llamado a ser intérprete y guía de esa masa popular que, desde las filas republicanas lucha por un país mejor, en el que desaparezcan la injusticia y la explotación. La fe en ese ideal y el amor al pueblo marginado, a esos pobres de España de cuyas filas forma parte, lo llevan a asumir ardorosamente el compromiso político, y su voz de poeta será la voz del pueblo en lucha. El Rayo que no Cesa tiene un formalismo ultra clásico a través de moldes tradicionales y con referencia a un yo a la vez sujeto y objeto. Los poemas de guerra marcan un nuevo rumbo formal que apuntan a lo universal con un doble sistema de referencia, el yo y el mundo, la guerra y los hombres, etc. Viento del pueblo así como El pastor de la muerte y El teatro en la guerra son obras producto del compromiso político de Miguel Hernández y son la expresión del momento histórico que vive el país.

El hombre acecha fue compuesto entre 1937 y 1939, con dedicatoria a Pablo Neruda; consta de dieciocho poesías, que por su contenido, es la continuación de Viento del pueblo. Sin embargo el tono del poeta ha cambiado y el optimismo anterior se trocado en tristeza y amargura.

La guerra ha sido una experiencia esclarecedora de la violencia y de la crueldad humana. El hombre es víctima del hombre, el hombre acecha al hombre.

El último libro de poemas de Miguel Hernández, Cancionero y Romancero de ausencias, así como la sección titulada últimos poemas, corresponden al periodo 1937-1941 escrito en la desgracia de la derrota, la muerte de su hijo (19/10/38) seguida del nacimiento de otro hijo (04/01/39) , escrito finalmente en la experiencia cotidiana del condenado y del preso político. Son pues los poemas que intensamente humanos van a oscilar entre el canto apasionado del amor a la esposa y el dolor y la pesadumbre por la muerte de su primer niño; cantos iluminados y ensombrecidos por la separación injusta de la esposa y del segundo hijo que como un eco del primero, llenó de ilusión y gozo esos sombríos años de cárcel absurda que lo condujeron finalmente a la muerte.

En este poemario, igual que El Rayo que no cesa, además del tono bajo, melodioso e intimo, el objeto del canto es el mismo, Josefina. El canto a la novia se transforma en canto a la esposa y a la madre, el canto de amor insatisfecho de pena de amor, es ahora canto de amor pleno, aunque también es pena de ausencia. Amor y dolor, vida y muerte son los ejes temáticos de la obra de Miguel Hernández, que realmente, son los ejes temáticos de toda la obra, expresión fehaciente de una vida atormentada entre el ansia de vivir y la certeza del destino de muerte que amenaza al hombre. En este libro, el autor maneja gran cantidad de mirtos y símbolos de la misma forma como lo hace el hombre primitivo, identificándose con su concepción del mundo sacralizado de la vida orgánica. Miguel Hernández sabe entablar un diálogo con el Cosmos y utiliza el leguaje simbólico. A través de los mitos y el simbolismo de la luna, el hombre percibe la relación de solidaridad entre tiempo, muerte, resurrección, sexualidad, fertilidad, lluvia, vegetación etc. Siendo la luna el astro de los ritmos vitales, que “crece, decrece, nace y muere” la luna es entonces, tiempo, vida que nace, crece y muere en el fluir del tiempo.

Miguel Hernández escribe el Tríptico Hijo de la Luz y de la Sombra. En el primer poema de este tríptico (Hijo de la Sombra) la luna está unida a la noche, a lo femenino y a la fecundidad. Los primitivos están convencidos que la luna ejerce una acción sobre la mujer como lo ejerce sobre la vegetación, por eso la luna es vida, es fecundidad y la esposa es “la noche en el instante/mayor de su potencia lunar y femenina”. La luna preside el amor de los amantes y la amada es noche fuente de oscuridad, es sombra, es luna.

Si la esposa es luna, oscuridad, la media noche, el esposo en cambio, es sol, luz claridad, fuego, día. El amor convierte a su cuerpo en una llamarada, todo su ser se enciende poseído por el sol, por su fuerza y su poder, amor cósmico que rompe los límites de lo humano, en una identificación con el universo.

El vientre de la esposa se ha hecho “nido cerrado incandescente” recogiendo en “sus cuevas cuanto la luz derrama” y el hijo que está en la sombra como un anhelo, como una aspiración, brotará como un relámpago de esa unión cósmica hecha de luceros y de luna, de sol y fuego; el hijo está en la esposa-sombra, en la esposa-noche.

La unión astral se cumplió y Miguel Hernández ha recreado el antiguo mito de las bodas del sol y de la luna; la identificación de la esposa con la luna y con la noche proviene del sentido de feminidad que siempre se les ha dado en todas las mitologías; siempre aparecen relacionadas con el principio pasivo, lo femenino y el inconsciente; y el sentido de generadora de vida coincide con el que le da Hesíodo que llamó a la noche, madre de los dioses por ser opinión de los griegos, que las noches y las tinieblas han precedido la formación de todas las cosas, de allí, el significado de fertilidad, de simiente. El hecho de ser esposa-sombra sugiere que sin ser día, es el estado previo, promete el día y lo prepara.

En el poema II del tríptico (Hijo de la Luz), una vez fecundada, la esposa deja de ser noche para convertirse en alba, hecha de luz difusa, como un tenue amanecer, <> que como un tímido fulgor se convertirá en luminoso esplendor. El sol, el fuego y la luz van a ser los símbolos sobre los que se desenvuelve este segundo poema de la trilogía del Hijo de la Luz y de la Sombra.
El útero materno es centro de claridades; el hijo anhelado es luz, es eje de sus vidas, sobre él asentarán su felicidad.
Igual que la concepción del hijo, el parto se presenta igualmente cósmico y el poeta acude a la hipérbole para significar su grandiosidad:

La gran hora del parto, la más rotunda hora:
estallan los relojes sintiendo tu alarido,
se abren todas las puertas del mundo, de la aurora,
y el sol nace en tu vientre donde encontró su nido.


El nacimiento del hijo metafóricamente expresado con el nacimiento del sol, se vincula también a aquellos mitos primitivos que explicaban el origen del fuego como producido por el vientre de la mujer; veamos el paralelismo entre el último verso de la estrofa citada y un mito de América del Sur recogido por Frazer en el libro Mitos sobre el Origen del Fuego y que cita Gastón Bachelard en su obra Psicoanálisis del fuego; en este mito el héroe quiere obtener el fuego que es la base del mito de Prometeo, y para ello persigue a una mujer, la atrapa, la sujeta y la amenaza con hacerla prisionera si no le revela el secreto del fuego.

Después de varias tentativas de escape, la mujer consintió en ello. Se sentó sobre el suelo, con las dos piernas muy separadas. Apretando con los puños la parte superior de su vientre, le imprimió una enérgica sacudida y una bola de fuego rodó sobre el suelo fuera de su conducto genital.
El proceso del parto ha terminado con el nacimiento del fuego, fuego del amor como dice Bachelard, de la misma manera como en la estrofa citada, la esposa ha parido al hijo – sol. La esposa está identificada con el Cosmos, con el Universo y es una deidad generadora del sol, de la aurora, de la vida; por eso, en el nacimiento, <>. Miguel Hernández está recreando el mito de la creación. Las tinieblas prenatales corresponden a la noche anterior a la creación y a las tinieblas de la choza iniciática…La noche de la que cada mañana nace el sol simboliza el caos primordial y la salida del sol es una réplica de la cosmogonía. La esposa es la divinidad de donde procede el sol, el hijo – sol que primero fue sombra. Todas las experiencias religiosas en relación con la fecundidad y el nacimiento tienen una estructura cósmica.
El hijo ha llegado y con él, la eternización de los padres. La corriente de sangre, de vida de los padres no se detiene sino que se continua en la del hijo que será a su vez simiente de otras vidas y los padres vivirán en la memoria del hijo, en la de los hijos de éste y en todos los hijos y será un consuelo ante la muerte porque no se desaparece del todo en esta carrera de relevo que es la vida, por eso el poeta dice:


Hijo del alba eres, hijo del mediodía
y ha de quedar de ti luces en todo impuestas,
mientras tu madre y yo vamos a la agonía,
dormidos y despiertos con el amor a cuestas.


En el poema III (Hijo de la luz y de la sombra), el entusiasmo y la alegría por el acontecimiento de la llegada del hijo, continúa en unos versos plenos de amor y de ternura a la esposa donde las imágenes hiperbólicas traslucen la magnitud de sus sentimientos y emociones. La lactancia, el hecho tiernísimo de lactar al recién nacido le dicta versos emocionados de una belleza sin límites. El mána, hecho de leche y miel que brota de la madre, alimenta al hijo amado:

Se han desbordado, esposa, lunarmente tus venas,
hasta inundar la casa que tu sabor rezuma.
y es como si brotaras de un pueblo de colmenas,
tú toda una colmena de leche con espuma.


El amor apasionado a la esposa se traduce en aspiración de unión total permanente, ser el uno en el otro, unidad indivisible y eterna, aspirando el poeta a quedarse para siempre en el vientre materno. La esposa – madre cobra un sentido nuevo al convertirse en anhelo de refugio para el poeta.
El amor eterniza a los amantes y este amor cósmico, eterno, absorbe y asume todo el infinito y todo el tiempo. Los amantes son los protagonistas de un amor sin tiempo y sin espacio; es el amor mítico de los primeros hombres, son el símbolo del amor eterno y son por lo tanto los salvadores del mundo, los salvadores de la humanidad que es trascendida y salvada del olvido gracias al amor:

Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,
seguiremos besándonos en el hijo profundo.
Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
se besan los primeros pobladores del mundo.


Cada libro de poemas traduce las experiencias, las vivencias y conflictos existenciales del poeta; el despertar sexual, el conflicto entre el amor y el temor al pecado, el alejamiento de la religión católica, el amor por Josefina y los sufrimientos que se derivan del amor insatisfecho; el dolor por la muerte del amigo, la guerra civil, el matrimonio, los hijos, la cárcel, toda su vida recorre esta poesía que como la vida misma es contradictoria, unas veces luminosa, sonriente y optimista y otras, terriblemente triste, ensombrecida por la pena, por la desilusión y la muerte. Es la dialéctica de la vida que se traduce en una poesía igualmente dialéctica, de movimiento pendular entre la luz y la sombra, entre la vida y la muerte. La esencia trágica de la existencia humana queda hermosamente expresada en los siguientes versos:

Llegó con tres heridas,
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.





Lilia Boscán de Lombardi

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