Mis padres
miraban las fotografías del álbum familiar. Estaban sentados en
unas cómodas butacas en la terraza del hotel. Resultaba agradable
estar allí, sintiendo la brisa fresca que venía del mar.
Yo
solo miraba la cara inexpresiva de mi madre que no denotaba ninguna
emoción, ni alegría ni quebranto. Siempre es así. Es muy callada y
jamás dice lo que siente. Nunca la he visto reir, creo que debe
arrastrar un dolor profundo que le impide ser feliz .Pero tras esa
máscara dura y fría se esconde otra persona que se muestra en la
ternura con que trata a los niños y también cuando escucha música.
Sola, callada, puede permanecer mucho tiempo escuchando un disco tras
otro de sus cantantes y orquestas preferidos: Glenn Miller, Damirón,
Rafael Muñoz, Aldemaro Romero, Ray Coniff, Lucho Gatica, y tantos
otros. Su afición a la música la convirtió en una coleccionista
de discos de toda clase de música, no solo popular, sino también
sinfónica. Me sobresalto y salgo de mi meditación cuando empiezo a
ver a mucha gente entrando en este hotel de playa donde va a ser la
boda de mi sobrina. Me doy cuenta que la hora de la ceremonia está
próxima y yo no me he vestido todavía.
Empiezo
a caminar rápido por el lobby del hotel y trato de abrirme paso
entre la gente para llegar al ascensor. Señoras y señores
elegantemente vestidos, conversan animadamente. En una esquina, en
medio de un grupo, un joven muy alegre, levanta el brazo brindando y
dándole las gracias a la persona equivocada porque no fue nadie sino
yo quien le consiguió la invitación.
Los
pasillos estaban llenos de arreglos florales muy decorativos. La
música se empezaba a oir y yo como pude, abriéndome paso entre la
gente, llegué por fin a mi habitación. Me arreglé rápidamente y
cuando estuve lista iba a salir pero sentí que algo me faltaba y no
sabía que era. Me miré en el espejo para comprobar que todo estaba
bien pero una angustia indescriptible me dominaba y no sabía la
causa. Sin embargo , me decidí a salir. Estando en el pasillo no
sabía que hacer. Estaba desorientada. Llegué frente a una puerta y
la empujé; se abrió sin problema y entré a una habitación donde
parecía que me estuvieran esperando.
Yo los miraba a todos sin reconocer a nadie. Me quise ir, pero no
conseguía moverme. Les pedí que me ayudaran a salir porque sino
llegaría tarde a la ceremonia del matrimonio. Se rieron y siguieron
allí sin hacer nada. Recordé que mis padres estaban solos y tenía
que acompañarlos, pero ellos continuaron riendo diciendo que ya
todos se habían ido, que la fiesta había terminado y no quedaba
nadie en el hotel. La angustia fue desapareciendo y finalmente,
estando ya tranquila, me fui con ellos.
Lilia
Boscán de Lombardi
No hay comentarios:
Publicar un comentario