En el centro de
una amplia habitación, me siento extraña, rodeada de múltiples
espejos: unos inofensivos, otros acechándome como animales salvajes
sedientos de venganza. En algunos espejos se perciben miradas de
odio, gestos amenazantes; en otros, se refleja la soledad que me
rodea y los últimos, no reflejan ninguna imagen, no reflejan nada,
son opacos, sin brillo.
No quiero seguir
aquí. Me atemorizan los espejos y la turbulencia del silencio que
cubre las paredes. Parece que no hay salida posible. Quiero salir y
el aire me aprisiona con brazos poderosos. Estoy inmóvil. Hago un
gran esfuerzo y consigo mover una sola mano; sigo intentando soltarme
y logro mover la otra mano, repitiéndome que estoy viva todavía.
La risa de los
espejos no me ayuda a serenarme. Repito el esfuerzo sobrehumano y, al
fin, logro mover todo el cuerpo y despertarme.
Salgo de la
habitación. Es de noche todavía. Camino y no veo ningún árbol,
ninguna casa, solo la inmensa soledad de la llanura. Siento que
alguien me ha seguido. Volteo y allí está un anciano, demasiado
viejo, doblado por el peso de los años. – “¿Quién es Usted ¿
-De dónde viene?” le pregunté al desconocido.- “No se quién
soy ni se de dónde vengo .Ya lo he olvidado. Hubo una época lejana
en que sonreía feliz con la luz de un nuevo día. Tenía
aspiraciones y muchas ilusiones. Perseguía y me enredaba en los
hilos de los sueños. Alegrías y dolores dejaron hondas huellas en
mi vida. Siempre tuve fuerza y esperanza para salir adelante en todos
los momentos difíciles que tuve que enfrentar. Pero poco a poco se
ha ido apagando una luz interior que me hacía vivir con entusiasmo,
cada día me siento como un sol apagado que ha ido muriendo cada
instante. Así también, poco a poco, empezaron a morir las muchas
esperanzas que permanecían vigorosas en el fondo de mi espíritu.
Una a una se fueron apagando y se hundieron, finalmente, en un mar de
pesadumbre y ya no queda ninguna. Todas mis esperanzas se han muerto,
por eso estoy aquí, porque hace mucho la espero a usted y como
pasaba el tiempo y no llegaba, decidí salir a buscarla porque solo
usted conoce el camino de la huida”. Ante estas palabras del
anciano, yo le pregunté con bastante curiosidad;
“-Cuál camino,
cuál huida”- pregunté. “-El camino de la huida de la vida”-
contestó el anciano con una voz de terrible cansancio.
En ese momento
recordé mi identidad y la inútil pretensión que tuve un instante
de rebelarme, de ocultarme para no seguir haciendo el trabajo de la
Muerte.
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