Regreso
del exilio
de
tu ausencia,
mi
dolor está cautivo
en
la memoria,
es
mi dolor
y
no quiero que se vaya.
¿Cómo
quieren
que
escriba diferente
si
mi alma
está
rota,
si
tengo una herida abierta
y
sangra
sangra
como
el primer día?
Pájaro
escondido
en
las redes del recuerdo,
cálido
refugio
la
simiente de tus días,
tu
corazón latiendo
junto
al mío,
mi
cuerpo
la
morada de tu cuerpo.
Eres
canto de agua,
sublime
transparencia
de
gotas derramadas
en
el candor de la piedra
surcada
de raíces.
Lejos
queda el frío del invierno
y
tú llegas
como
estrella diminuta,
como
una luz
que
vive en mis entrañas,
como
rocío
en
el surco de mi cuerpo,
como
una mariposa
que
vuela en mi sueño,
cada
noche.
Tengo
por ti
el
alma rota
de
tanto llorar
tu
huida silenciosa.
Un
certero golpe
quebró
toda mi dicha,
solo
quedó la lluvia
de
pálidos fragmentos
del
mar de mi inocencia,
solos
quedamos los dos,
mirándonos
atónitos,
sin
comprender a Dios
ni
a sus designios.
Las
raíces de mis hijos,
las
hebras del pasado,
los
sueños de niña
desatados
por el viento.
El
último juguete
duerme
en un armario,
es
el último retazo
de
mi infancia
a
galope de los reyes
que
se fueron.
Si
de niña
me
rodeaban las muñecas,
si
del baúl nacían
historias
irreales,
juguetes
sorprendidos,
manos
enredadas en los sueños,
si
de niña
mi
mundo de cristal
se
iluminaba
es
porque yo era madre
siendo
niña.
Atravieso
el tiempo,
paredes
que brillan
en
la blancura del cuarto,
diez
veces soy feliz
con
mi hijo entre los brazos,
luz
que crece en mi regazo,
cuerpo
frágil
que
nace de mi cuerpo.
Un
haz de luz,
regalo
de Dios indescriptible,
diez
rayos
en
un ángulo perfecto,
líneas
transparentes
que
confluyen
en
un vértice inefable
donde
estamos los dos
gozosos,
expectantes,
tú
conmigo
yo
contigo
para
siempre.
Como
un ciervo herido
que
corre en la espesura
quise
alejarme
con
el corazón sangrante.
Oscuro
sinsabor
de
la derrota,
sin
ganas de luchar
me
quedo en la intemperie
sin
merecer el castigo
de
los días inútiles,
de
farsa,
de
comedia.
En
silencio
te
miro
y
me quedo
en
tus ojos
para
siempre.
Ramos
de hinojo
en
la senda del destino,
aroma
fresco
de
tierra cultivada,
manos
sudorosas
en
delgados pinos
retienen
la fragancia
de
los años transcurridos.
Tiempo
de esperanza,
eterno
renacer,
semillas
dispersas,
cristales
de sueños.
Solos
tú y yo
en
esta encrucijada
con
el corazón sonriente,
con
páginas en blanco,
con
el deseo ardiente
de
seguir en tu morada.
Solos
tú y yo,
cielo
de enamorados,
estrellas
diminutas
prendidas
en mi pecho,
brillantes
talismanes
en
la andadura del tiempo.
Espejo
de la vida
reflejos
fragmentados,
río
de sombras,
el
dolor a cada lado.
Libre
entra la luz
por
las heridas del tiempo,
el
corazón se yergue
en
el bosque de los días,
árbol
de neblina,
blanco
centinela
del
mar que se desborda.
El
sabor de la miel
envuelve
las entrañas,
lluvia
de semillas,
en
surco de abundancia.
Días
irrepetibles,
las
ventanas abiertas,
la
casa iluminada.
Escucho
al viento
como
a una sinfonía,
nombres
en el aire
eco
de los días.
Tomo
tu mano
para
andar sin miedo
en
el campo de sol
que
va menguando.
Los
hijos nos miran
en
la quietud del día.
El
campo de trigo
reposa
en la memoria,
el
hombre de la ruana
conversa
entre la niebla.
Entre
sueños mi madre
con
el avio del día,
el
autobús asciende
atravesando
el tiempo.
El
caballo espera
tranquilo,
como ausente,
la
ruta de las nubes
se
cubre de nostalgia.
En
la iglesia de piedra
la
Virgen me sonríe,
parece
que esperaba
el
viaje de mi infancia.
Sombras
de nubes,
aleteo
de mariposas,
conozco
tu presencia
de
pájaro cautivo.
Siento
el roce
de
tus alas
en
penumbra.
Me
persigues,
se
que estas ahí
mirándome
sin
saber
como
abrazarme.
En
el andén del tiempo,
enigma
de cielos devastados,
rayos
del ocaso,
murmullos
de los ríos
sin
memoria.
Gimen
los oprimidos
sin
reposo,
una
tormenta
estremece
los rincones
del
silencio.
Árbol
de sombra,
la
noche en cada hoja
refleja
el interior
de
la desdicha.
Fragmentos
de la vida
en
círculos constantes,
encuentros
simultáneos,
espejos
del destino.
Pasa
la vida
con
rumores de hojarasca,
segundo
nacimiento
en
un bosque de palabras,
en
los cantos desmedidos
de
las sirenas del viento.
Creen
que no viene nadie,
solo
el eco de los pasos
me
delata.
Simulacros
sin sentido,
destellos
de las máscaras
entre
signos de oropel.
Se
desata la tormenta,
ríos
de lentejuelas
en
el camino del llanto.
La
línea desaparece,
los
giros se repliegan
en
la búsqueda inconsciente.
Cuando
el sol disminuye,
cuando
el sol es menos sol
si
se oculta tras las nubes,
el
alma se refugia
en
el último silencio.
Con
mi cuerpo te abrigué
con
mis ojos te cuidé,
eres
mi dolor eterno,
en
cada estrella te veo,
en
cada niña te encuentro.
Esperamos
en
la fila de los condenados
espiando
el rostro de Dios
oculto
entre las sombras.
Me
regaló Dios
fragmentos
de cielo
que
se anidan
en
mi cuerpo.
Luz
que navega
ciega
en el espacio,
cirios
de los días
que
se apagan.
No
huyo,
permanezco
en
la ventana
esperando
en la vigilia.
Solo
el cielo permanece
azul
como al principio,
solo
el mar se eleva
interrogante.
Un
hombre contempla
las
grietas en la tierra,
son
las grietas de tiempo
que
cubre sus mejillas.
Todo
pasa
silente,
sin
borrasca.
Una
equis marca la partida.
Recuerdo
apenas
el
camino recorrido,
nubes
de lluvia
se
ciernen a mi paso.
Porque
encuentro el amor en tu reproche
busco
la línea azul en la penumbra,
sin
decir nada
me
aproximo
a
la sorpresa de tu rostro,
al
abrazo diferido.
Se
deslizan las palabras
en
armónica secuencia.
Rosa
roja,
luz
brillante,
aurora
derretida,
sinopsis
de la vida
en
los versos que te escribo.
Soplaba
el viento mas fuerte,
se
inclinaban los cipreses,
gente
extraña saludaba
como
si me conociera.
Yo
no pensaba en nada,
creo
que no me di cuenta
que
mi corazón sangraba,
que
mi cuerpo se moría.
En
mi memoria te guardo
como
una brisa de otoño,
como
un sol recién nacido,
y
en el último silencio
tus
manos me llevarán
y
seré una madre eterna
con
un bebé entre los brazos.
El
azar nos incluye,
alegre
el sol se anima a la aventura,
se
aproxima al círculo fecundo,
al
barco anclado
en
un jardín de flores
cuando
los niños se alborozan
y
las palabras quedan
impresas
en la noche.
Se
fragmentan
las
líneas del destino.
Si
extiendo la mano,
imágenes
de sueño
descifra
la adivina.
Es
solo una pausa
todo
continúa.
Te
cubre mi mirada,
mi
cielo te ilumina.
Rayos
de angustia
se
cruzan en la mente,
la
duda se agiganta,
un
tren avanza
en
la niebla de la noche
como
un sonámbulo perdido
en
las redes del destino.
En
la aridez inútil del retorno
el
viento traza figuras de jinetes,
recorro
la distancia de los días
como
un ave en la intemperie,
la
luz cabalga en mis orillas,
pétalos
de sombra
se
anidan en mi pecho.
Las
voces del silencio,
la
lumbre de tu piel,
las
palabras escritas
con
trazos incompletos
cuando
la angustia corroe
la
superficie de la espera.
Fluye
el río
más
allá de la memoria,
a
veces se detiene,
círculos
del tiempo
se
amenazan,
se
destruyen,
el
caos advierte
mi
presencia.
Espejismos
de la noche
sacuden
las arenas del recuerdo,
se
vuelve turbia
el
agua del origen,
continúan
las preguntas
en
el aire del abismo.
Se
encuentran los extremos de la duda
en
la misma decisión atormentada,
una
red oculta
asciende
a la altura de mi pecho
penetra
por las venas
se
sumerge en los recodos de la mente,
me
atrapa indefensa.
El
sol derrite las orillas
solo
la luz quiebra el silencio,
el
patio brilla
un
hilo de agua
dibuja
los bordes de la vida.
Latidos
de la noche
en
los pasillos de luna,
una
gota intermitente
derrumba
las paredes,
crujen
las ataduras,
la
vida se desliza
como
un río de llamas
que
nace en la penumbra.
Una
lluvia de pétalos
rojos
de sangre amada,
una
sinfonía de notas
mas
allá de la distancia,
una
mujer solitaria
mira
por la ventana
con
el corazón en llamas.
Todo
encaja
en
la misma incertidumbre,
las
agujas del reloj
predicen
la hecatombe,
los
pájaros desterrados,
los
ojos solitarios
en
el centro de la mesa,
la
esquivez del retrato,
las
imágenes dispersas,
disfraces
simultáneos
en
los aleros del tiempo.
Máscara
de salitre
escindida
entre
dos fuegos,
subterránea
demolición
de las quimeras,
sueños
que se ensartan
en
silente mansedumbre
sin
atisbos
de
señales desmedidas,
sin
asomo de ternura
en
las manos dolientes,
hambrientas
de infinito.
Solo
los prados,
los
sinuosos ríos,
los
caballos de la noche cabalgando
en
la luz roja de las llamas.
El
silencio se aproxima
como
un ave solitaria
que
escudriña
el
infinito.
Voces
extrañas
susurran
historias
que
me pertenecen.
Una
imagen
se
inclina
en
el borde del recuerdo,
los
ojos
reflejan
los ancestros,
la
sonrisa
no
anticipa el desenlace
ni
la huída apresurada.
El
cielo se oscurece,
la
noche avanza
como
una despedida.
Cuando
regresan los pájaros
en
tu mirada se agita
un
canto de agua y de piedra
y
el bosque es como un santuario
en
la noche que me besas.
Como
una huella
la
gota derramada
desnuda
imborrable.
Raíces
de los nombres
giran
en el viento,
imágenes
de pueblos
se
repiten en los sueños,
casas
cerradas
convocan
a la nostalgia.
Allá
lejos
se
oye tu voz
como
un eco de los días.
Charlas
de enamorados,
encuentros
clandestinos,
una
copa abandonada.
Asciendo
a tu deseo
como
ola temblorosa
derramada
por el viento.
Sacerdotisa
de la noche
derrama
esencias
en
los cuerpos abrazados.
Frágil
textura,
distinta
forma de sentir
en
la simiente de la duda,
la
hierba se humedece
al
contacto con los astros,
yo
avanzo cautelosa
antes
de convertirme
en
ola pasajera
que
se funde con la arena.
Vibran
las palabras
en
el cuarto vacío,
la
hoguera se aviva,
murmullos
del viento
se
escuchan ocultos
en
las líneas rotas
de
pálidas hojas.
Huellas
del pasado
gravitan
en mi mente,
no
hay un solo día
que
no agonice
por
tu ausencia,
sólo
espero encontrarte,
después
de tanto tiempo,
en
los ojos de otros niños
sabiendo
que me miras
sin
mirarte.
Una
sombra
atravesó
el instante,
una
sombra
devoradora
que
acrecienta el dolor
de
no tenerte.
Subió
el aroma de la hierba
hasta
mi cuarto,
tus
manos
se
enredaban con el viento
que
acariciaba
mi
rostro
lentamente.
Conozco
el lugar,
el
sitio distante
de
tus huidas insensatas,
conozco
el más allá
de
la quimera
y
el ala efímera
de
tu costado.
Imágenes
abstractas,
cuerpos
irreales,
los
muros de las casas
se
han caído,
sólo
el círculo persiste
en
las piedras húmedas
cubiertas
de raíces.
El
río se devuelve
en
el sentido de mi cuerpo,
busca
la orilla circular
de
la simiente,
húmeda
quietud,
arena
y musgo
en
el lecho oscuro
del
fondo del abismo.
Ofrendo
el
humo del incienso,
imploro
al sol recién nacido,
mas
todo es inútil
las
trampas del tiempo
borran
la memoria
y
en una noche larga
se
consume la vida.
Los
hilos se despliegan
y
se enredan con el viento,
tu
rostro se repite
en
esferas de humo,
busco
tu mirada
que
se funde con las nubes.
Hilos
de agua
empujan
las tinieblas,
inciertas
puertas
permanecen
cerradas,
los
rostros
se
burlan de los sueños,
las
piezas de nácar
se
desploman
y
sólo hacen ruido
en
el corazón del hombre.
Venganza
de los espejos,
rostros
de arena,
máscaras
de espuma,
un
látigo cruza la noche
y
deshace los encantos,
miro
la soledad
en
el bosque iluminado,
en
un río verde
salpicado
con
flores amarillas.
Desafía
al viento
como
si no pensara,
húmedo
de lluvia
agita
los brazos
y
los pájaros vuelan
en
nubes de silencio.
Desde
mi balcón
oigo
los pasos de la lluvia
y
contemplo al árbol
que
me mira.
Gotas
de amanecer
en
los ojos cerrados,
las
nubes
se
alejan descalzas
como
un cortejo
de
flores azules.
Un
rayo de luz
dibuja
mi rostro dormido.
En
la neblina del tiempo
el
viento pule
la
piedra de los astros,
continúan
los hombres
indefensos,
ciegos,
con
la muerte a su lado
cabalgando.
Dejan
sus huellas
los
árboles
en
los caminos de niebla,
en
el bosque del silencio.
Vasijas
de barro,
tierra
de pergaminos,
el
viento arrastra
el
lamento de los muertos,
frente
a la montaña herida
el
mar continúa llorando.
En
el bosque de pinos
el
viento continúa
alisando
piedras,
extendiendo
cuerdas,
agitando
los cabellos,
doblando
mi cuerpo
sin
ningún acuerdo establecido.
Abre
el cielo
las
ventanas
con
el canto de los pájaros
en
columpios de la tarde.
Torbellino
de alegría
en
el cuerpo estremecido,
nubes
de silencio
se
congregan en el patio.
Avanza
el miedo
hasta
el borde del grito.
La
montaña
es
una puerta cerrada
que
la angustia golpea,
los
pies se hunden
en
el círculo del agua,
la
lluvia continúa
como
una oración
de
los tallos sepultados.
Piedras
talladas
por el viento,
ondulante
la luz
en
cada arista.
Piedras
húmedas
de lluvia
abandonadas
en la orilla
de
los días sin retorno.
Alguna
vez
las
recojo del camino
cuando
el fuego de la tarde
es
una llamarada.
Piedras
que navegan
con
cuerpos de sirenas,
piedras
sembradas
en
círculos sagrados,
altares
de piedra,
ofrendas
a los dioses,
zarzas
encendidas,
murmullos
de la sangre
de
amantes abrazados.
Flores
moradas
dispersas
en la tierra,
piedras
solitarias
con
despojos del mar
en
sus orillas.
El
árbol de la vida
permanece
en el centro de la casa,
me
inclino
por
el borde de las hojas
y
contemplo el paso de los días.
Nuevos
ramos
se
confunden con el viento,
nuevos
rostros se reflejan
en
espejos de su tallo.
Una
imagen se desata
en
oscuro laberinto,
gira
el eje de la antorcha
en
los círculos del tiempo.
Los
pasos se devuelven
en
caminos de orfandad,
chocan
los pensamientos
con
la fuerza del destino,
ráfagas
de viento
los
condenan
a
las aguas pantanosas
del
abismo.
Cuando
la furia del viento
aniquila
las palabras
en
sombras como cuchillos
todo
desaparece.
Solo
queda una muchacha
asomada
a la ventana
mirando
al mar como a un lienzo
donde
las olas se mueren.
Busco
huellas de los nombres
en
las ruinas del pasado,
sólo
quedan los espejos,
el
reflejo de los sueños,
cenizas
en la mirada.
Me
volveré un rostro
sumido
en el recuerdo,
me
volveré arena
y
nave de silencio,
me
volveré sombra
en
los caminos inciertos.
Corona
efímera
brillante
del pasado,
espejismos
de amor
hundido
en las burbujas
del
agua de la gruta.
Delirio
persistente,
sólo
tu voz no languidece,
sólo
tú eres río
que
alcanza mis orillas.
Grandiosa
unidad
de
las mareas,
desmesurado
esfuerzo
de
los astros,
la
luz claudica
y
se arroja en el vacío.
Quédate
así
pensando
que si existes
en
la curva encrespada
de
la ola.
Te
ofrezco mis palabras,
la
voz de la conciencia,
la
arcilla palpitante
que
los astros humedecen,
el
rostro de los días,
el
agua de este río
que
corre entre las piedras
sin
tristeza ni alegría.
Florece
el árbol
en
tierra bendecida,
iluminan
los cirios
la
noche del recuerdo,
vive
el amor
descalzo,
sin ofrendas,
sólo
el hombre permanece
en
la vigilia,
huésped
del tiempo
se
mira en los espejos.
Naufraga
el sol
en
las orillas de la tarde,
hilos
de luz
penetran
en los árboles.
Angustiados
caminantes
deambulan
sin sentido
abrumados
por el peso de los días.
El
círculo se estrecha,
los
rostros nos afligen,
los
pasos continúan
sin
salir del laberinto.
Mi
rostro,
lámpara
encendida
hundida
en las tinieblas,
convoca
las llamas de los astros.
Me
vuelco toda
en
alas desplegadas,
contemplo
el universo,
te
encuentro más allá
del
misterio de la nada.
Sólo
el amor contiene mi silencio.
Traición
de las palabras,
diálogo
imposible.
Oscuro
ángulo
para
la pequeñez desmesurada.
Los
minutos de la huída
hasta
el fondo del silencio
se
alargan como un puente
para
llegar a la orilla.
Estaré
a salvo
en
los confines del sueño.
No
me reconozco
en
el fondo del espejo,
ojos
enigmáticos,
círculos
extraños.
No
sé si soy yo
o
la sombra
que
me sigue.
En
cascadas de luz
se
derrumba la tarde.
El
rostro es un enigma,
grises
sombras
se
descuelgan de los árboles,
grises
sombras
se
anidan en el pecho.
Silencio
de pájaros dormidos
penetra
hasta el fondo de los huesos,
la
tristeza es un lago
de
sombras y silencios.
Lilia
Boscán de Lombardi
Decana
de Investigación y Postgrado en la Universidad Católica Cecilio
Acosta, Maracaibo Estado Zulia-Venezuela.
He
publicado los siguientes libros:
Aproximaciones
críticas a la narrativa
de
Ernesto Sábato
(1978).
Huellas
en el Tiempo.
La
poesía de Miguel Hernández
(1993).
El
Fracaso de la Libertad. García Lorca y la tragedia griega
(1994) (Primera Edición), (2000 Segunda Edición).
Voces
de la memoria (poesía,
1995).
Surco
de origen
(poesía 2000).
En
el corazón del vértigo
(poesía 2002).
Correo
electrónico:
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