Prólogo
a la Antología Poética
Puerto
de sombras de Lilia Boscán de Lombardi, por Graciela Maturo
La soledad, signo de la
vida interior, acompaña a Lilia Boscán desde los inicios de su
escritura poética. He conocido sus libros antes de verlos reunidos
en esta obra que pone de manifiesto la singularidad de su voz
poética, tocada por la melancolía. Según ella misma nos ha
contado, publicó sus poemas en diversas revistas hasta reunir su
primer libro, Voces de la memoria, en 1995.
Siguieron a éste Surco de origen (2000), En
el corazón del vértigo (2002) y Desde el signo
que me nombra (2008), reeditados recientemente y
reunidos en esta antología juntamente con Letra herida,
un libro hasta ahora inédito. Todo lector advertirá la continuidad
y unidad profunda de esas obras.
De la primera a la última
página se percibe la presencia de un yo en vigilia, consciente de
sí, tratando de dominar su afectividad doliente. Un yo que asume una
actitud estoica sumando su dolor al dolor del mundo, pero confiando a
la vez en el poder redentor del sueño, la imaginación, la palabra.
Esa fidelidad al destino poético es vía de salvación e iluminación
que se comunica al lector por la vía indirecta de la belleza.
“Dibujos en la
arena”, “pasos fríos en la noche,” forman el itinerario de
esta vida marcada por el sufrimiento y la incomprensibilidad del
estar vivo. Duelos y ausencias intensifican al menos en dos momentos
ese dolor persistente: la ausencia del padre y la madre, en el primer
libro, la pérdida de la hija pequeña - Lilia Carolina - en los
últimos.
Lilia elige un tono
apagado, alejado del brillo y el énfasis. En el suelto discurso de
su habla poética se marcan a veces los ritmos del romance octosílabo
o heptasílabo, como asimismo algunos aires de fuga que repiten un
pie rítmico de cuatro sílabas, o endecasílabos sueltos. El
resultado es un decir de cierta musicalidad suavemente señalada.
Su léxico es amplio, y
frecuenta la gama de los tonos oscuros prefiriendo voces como lluvia,
neblina, abismo, noche, sombra, nube, viento, que configuran un
paisaje nocturnal acorde con un temple de ánimo inclinado a la
soledad, el silencio y el recogimiento. La creadora apela a las
imágenes elementales del aire y el agua, buscando la levedad de lo
inconsútil, la fluidez de lo inasible.
La pregunta se instala a
menudo en este decir poético como el reclamo lírico del ser
arrojado en el mundo, que busca afanosamente el sentido del todo.
La rememoración irrumpe
en el presente con su carga de afectividad, deteniendo hasta cierto
punto al tiempo que transcurre con monotonía. Siente la autora el
peso espiritual de la reminiscencia y la aplica al rescate de los
seres amados, de lugares y momentos vividos. Valora la palabra como
cauce de la interioridad y también como arcano que se abre en el
fluir de los días, guiando los pasos del solitario.
Algo de plegaria se
instala en este discurso sensitivo y tenaz que lucha contra el olvido
y el sinsentido. Los leves poemas de Lilia Boscán descubren las
inflexiones del ánimo en espera, habitado por el miedo, el ansia de
inmortalidad, los nidos o refugios de la memoria que se constituyen
en baluartes frente a la implacable entropía que destruye los
cuerpos. La muerte se torna omnipresente.
Tanta muerte
grabada
en las piedras, en
el agua
El alma solitaria penetra
en un bosque con peldaños de acero. Su
visión del entorno se halla traspasada por la subjetividad anhelante
y dolida. Se trata de una poesía que sugiere más que
describir; podemos hallar en ella continuas referencias a casas
deshabitadas, árboles que se deshojan, aguas cansadas, con gestos
que acompañan la caída y otros que intentan de algún modo la
reordenación, el rescate.
Prevalecen las imágenes
del vacío y la desolación, ante los cuales el alma despliega con
heroísmo su batalla silenciosa. Por momentos percibimos cierto clima
onírico en que se borran los límites de vida y muerte.
El tiempo se
deshoja lentamente
y nadie sabe el
camino de los muertos.
El hilo desplegado
une los fragmentos
y encuentras el
origen.
La muerte se muestra como
realidad cotidiana y acaso como perfección del mundo corruptible.
Lilia ama los estados crepusculares, la penumbra del amanecer o el
anochecer; prefiere transitar esas zonas de frontera que remiten a la
muerte o el sueño. Registra instantes fugaces, que parecen cargarse
de significación a través de la afectividad que los traspasa.
Nubes amarillas se
alejan lentamente
arrastrando los
fragmentos de mi vida
La presencia del yo y sus
derivaciones asegura la continuidad subjetiva del discurso y le
confiere unidad. Nos es dado asistir a los avatares de un alma
ansiosa de sentido y origen, tocada por una vocación metafísica
irrenunciable. Ella, perdida en el laberinto, intenta coordinar vida
y muerte, vida y sueño, en una búsqueda que adquiere tonos
universales.
Agua del origen
surco de origen
misterio del
hombre.
Mi aliento deja su
huella
en los castillos
del aire.
Camino sola
sobre restos de
caracol
sobre ruinas de
recuerdos.
Se perfila en los poemas
de Lilia Boscán un camino de introspección conducente al
conocimiento profundo del ser. Busca su propio rostro… Porque
mi rostro es apenas una huella deshojada en los círculos del agua.
Reconoce los hitos iniciáticos de su “andadura
solitaria”, los signos del vivir, el morir y el
renacer, en suma el sello de la inmortalidad impreso en la criatura
humana, sin que esto alcance a borrar su fragilidad y desamparo:
con ganas de vivir
un poco más
con los muertos
de la tierra.
……….
nacer varias veces
de la misma herida
……….
Amantes en una roca
como dioses
inmortales.
…………..
Signos milenarios
grabados por los
dioses
en el altar del
viento y la ceniza.
Se ve “extraña
de oficio”, naciendo entre las manos del amante,
reinventando su propio rostro. Esa búsqueda del propio rostro, que
es signo del descubrimiento del ser como núcleo de la persona,
conduce a la extra-posición, la mirada desde afuera: “observo
mi cuerpo ajeno”. Desde esa mirada se es capaz de
asistir al derrumbe de la propia vida, tomando conciencia de la
disolución de lo aparente. Tomo algunos ejemplos:
…Y yo, un
náufrago en medio de la nada…
……..
Se inmola la vida
en altares de
hierba
¿Soy yo
o es la otra
que me habita?
…….
Me llamo
me nombro
abrazo mi dolor
de semilla
desterrada
La idea de exilio en el
mundo, que es una idea gnóstica, ha penetrado también en la
tradición cristiana, y lo ha hecho especialmente a través de los
poetas, como puede verse en autores de diversas épocas. En Lilia
Boscán, como en el argentino Ricardo E. Molinari, aparece esta idea
del hombre en orfandad, exiliado del Reino.
Asoma en la poeta la
conciencia del propio error y errar mundano. Las palabras respiran
incertidumbre. Vuelve una y otra vez la nota de la palabra herida, el
sol cansado, mostrando una situación de naufragio.
El viento, imagen
simbólica del espíritu, es una constante del mundo imaginario de
Lilia Boscán. Es una presencia fuerte que remite a lo numinoso y
oculto, pero también se revela como implacable y cruel.
el viento arrastra
el lamento de los
muertos
el viento continúa
alisando piedras
doblando mi cuerpo
sin ningún acuerdo
establecido.
La poesía, entendida
como rito y ceremonia, nombra lo apenas entrevisto o presentido, el
lado oculto de la realidad. Golpean las palabras en el corazón
del sueño… ..El mundo es una hoguera,
una tumba que espera…., como si un velo de
neblina cubriera la realidad de los objetos.
Desfilan las nubes
vestidas de luto
y los rostros
lloran
frente a la ventana
…………
El mar es un camino
incierto al
infinito
Todo desaparece
…………
el sol se eclipsa
en un campo de
sombras.
La ausencia infinita
marca la poesía de Lilia Boscán y le confiere un tono fuertemente
elegíaco. Poesía eminentemente subjetiva, animiza la naturaleza,
extiende lo concreto hacia lo invisible. Llora el devenir del tiempo
irrecuperable; sólo en ciertos momentos la intuición de eternidad
logra calmar los tonos de la angustia, y alcanzar la serenidad de lo
bello:
Vigilia de los
astros,
raíces de luna
en la simiente del
la noche,
cristal tallado por
los días,
penumbra de pájaro
dormido
en las aguas del
origen.
pétalos de sombra
se anidan en mi
pecho.
La autora describe
situaciones reales y a la vez metafísicas, que entrecruzan redes de
sentido en el mundo real, aparentemente indiferente. Comunica la
sensación de sentirse atrapada en una red oculta. Su palabra, que
adquiere tonalidades proféticas, da cuenta de un mundo que declina e
instala revelaciones apocalípticas. Se ve a sí misma en ese mundo
tocado por la irreversible caída de la materia. Voces, visiones
vagas, escenas de amor miradas desde afuera, desfilan en sus poemas
finales. El dolor, las pérdidas personales, se suman a esta
percepción de la ausencia, pero no se trata tan sólo de un dolor
personal, trasciende de él un reclamo existencial por la condición
humana.
En muchos casos el yo
resulta elidido, reemplazado por un modo presentativo aparentemente
impersonal, nominal. Así se presentan paisajes irreales, oníricos,
lunares, y la mirada percibe la circularidad del tiempo, río que
vuelve. La imaginación y el sentimiento se apoderan a menudo del
discurso. La crueldad del mundo, que condena a los hombres, justifica
el recogimiento, la intimidad con el río, la lluvia, el árbol.
los hombres,
ciegos, indefensos
con la muerte a su
lado, cabalgando
……………
la fila de los
condenados
…………….
El poetizar de Lilia
Boscán recoge momentos fugaces de esplendor. Vive el acto de la
palabra como ofrenda y rito, acaso un rito salvaje y escondido que va
dejando un surco en el alma, transformando el caos en cosmos, dando
lugar a un ser dolorosamente renovado. El sueño es la frontera del
tiempo, los espejos-rostros son guías hacia el misterio.
Grandiosa unidad
de las mareas,
desmesurado
esfuerzo
de los astros
……….
En cascadas de luz
/
se derrumba
la tarde
…….
niebla, bosque de
silencio
montaña herida
mar llorando.
El dolor de la pérdida
la remonta a su destino total, su infancia, su vocación materna. Se
imponen las imágenes del ciervo herido, el
árbol de neblina. Frente al núcleo sagrado de la
infancia se perfilan escenarios de simulacro, máscaras ante las
cuales
el alma se refugia
en el último
silencio
La autora va imponiendo
delicadamente una imagen de sí misma, la de una mujer en la ventana
mirando el cielo, las nubes. Esa mujer heroica, asomada al mundo,
registra sus remembranzas, conoce los peligros y la alegría del
abismo, intuye su realización metafísica. Su palabra, que parece
surgida de un pacto con el silencio, quiere ser apenas audible,
guardar la riqueza de las horas calladas.
Podría hallarse en estos
poemas cierta marca surrealista constatable en su inclinación a la
imagen, su atención al sueño y el azar, su entrega a una realidad
sin límites. Pero prefiero considerarlos ajenos a las modas de la
época y atribuir ese “superrealismo” a cierto cristianismo
gnóstico, ciertamente redescubierto por varios surrealistas. En ese
decir hay un culto de la imagen que aparece esporádicamente como
cuando dice, en un perfecto endecasílabo: un barco anclado en
un jardín de flores. … o en este otro
ejemplo: Nubes como un cortejo de flores azules…
La voz profética
adelanta su convicción de la caducidad de lo visible, su fe en la
palabra, su afirmación de la nocturnidad salvífica, que se expresa
de diversos modos.
El cielo se
oscurece,
la noche avanza.
………
me volveré arena
y nave de silencio
………
Estaré a salvo
En los confines del
sueño.
…….
Segundo nacimiento
en un bosque de
palabras
La poesía de Lilia
Boscán es un canto solitario que se contrapone al ruido del mundo;
una ofrenda que incendia las palabras para transformar el dolor en
belleza. Podríamos decirlo con una de sus bellas imágenes:
Un bosque
navegando en la
intemperie
Graciela Maturo
Buenos Aires, 23 de
noviembre de 2009.
Supongo que publicar un comentario sobre este trabajo intimida. Me dejo influir por los poemas más luminosos y me recreo en “Un bosque navegando en la intemperie” que me resulta útil para aliviar la nostalgia del arraigo...Sanadora eternidad a la profesora Lilia
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