viernes, 13 de abril de 2012

Mitos y símbolos en la poesía de Miguel Hernández

Miguel Hernández es el poeta atormentado que expresa los grandes temas universales interpretando al hombre en su contradicción, escindido entre la luz y la sombra, en lucha permanente entre el bien y el mal; expresa al hombre en sus miedos más ocultos y en sus más recónditos deseos, dando origen a una poesía cósmica atemporal y universal.
El caso de Miguel Hernández es muy singular porque, a pesar de su origen humilde y de su corta pasantía escolar, la vocación lo empuja irremisiblemente a cumplir su destino de poeta, vocación y aptitudes naturales en una persona profundamente sensible que se eleva por encima de las dificultades y limitaciones impuestas por el origen social, por la familia, por el trabajo de pastor; a pesar de todos estos obstáculos, la voz del poeta se fue enriqueciendo y madurando hasta convertirse en el poeta de palabra diáfana, de voz intensa y profunda, de canto ardiente y rebelde o en el poeta del dolor contenido, del sufrir amargo y de honda melancolía de su último libro, “Cancionero y Romancero de Ausencias”.
En 1933 publica el primer libro de poesía: Perito en Lunas, libro fundamentalmente barroco en el que imita claramente a Luis de Góngora. No es casual que Miguel Hernández realice este tipo de poesía sino que, por el contrario, responde al descubrimiento y revalorización de que fue objeto el autor de Las Soledades por los poetas de la generación del 27. En efecto, en ese año se conmemora el tricentenario de la muerte de Góngora ocurrida en Córdoba el 20 de mayo de 1627 y los poetas de la generación del 27 se dieron a la tarea de rescatarlo del olvido de dos siglos que tendieron sobre él y su poesía el más oprobioso silencio y la más injusta incomprensión.
Perito en Lunas está constituido por 42 octavas reales singulares, precedidas por un prólogo de Ramón Sijé.
La constante presencia de la luna en estas octavas y en otros poemas de 1933-1934, dan unidad y coherencia a este primer libro rico en metáforas e imágenes sorprendentes y en invenciones lingüísticas de gran efecto estético como en la octava IV cuando dice:

¡Ya te lunaste! Y cuanto más se encona,
más. Y más te hace eje de la rueda
de arena, que desprecia mientras junta
todo tu oro desde punta a punta1.

El motivo lunar va a estar presente no sólo en Perito en Lunas sino en toda la obra del poeta.
Miguel Hernández se define lunicultor, cultivador de la luna, poeta. La luna cobra todo su significado de poesía, luna = poesía, y puesto que la luna connota luz, pero también misterio, vida y muerte, con todas esas y otras significaciones será utilizada por el poeta. La luna por su forma y su color va a ser base de múltiples metáforas en las octavas de Perito en Lunas como en la octava XIX en la que la luna es mujer, es gitana de belleza bronceada “siempre en mudanza”, “siempre dando vueltas”.
En otros poemas, los de 1933 – 1934, así como en el resto de sus obras, la luna tendrá una significación más compleja ligada al mito primitivo de la luna – mujer – fecundidad y asociado al gran tema hernandiano de la angustia existencial, de la búsqueda de lo absoluto y el afán de trascendencia.
La presencia temprana de mitos y símbolos como la higuera, la serpiente, la luna, el toro con los que interpreta a la realidad y expresa su mundo interior, ponen en evidencia la coincidencia de la visión del mundo animista y naturalista de Miguel Hernández con la de los pueblos primitivos. La sacralización de la vida orgánica se presenta como una estructura significativa que da coherencia a toda su obra poética. Así como el hombre primitivo explica el origen de la vida y el misterio de la muerte a través de mitos y símbolos, Miguel Hernández también expresará temas como el amor, la felicidad, la muerte, el erotismo, el afán de trascendencia, con mitos y símbolos reveladores de la dimensión inconsciente del poeta. La naturaleza nunca es exclusivamente “natural”, está siempre cargada de un valor religioso porque el cosmos es una creación divina: salido de las manos de Dios, el mundo queda impregnado de sacralidad.
El rayo que no cesa fue publicado en 1934 en la imprenta del poeta Manuel Altolaguirre y constituye un libro de amor apasionado, inspirado por la novia Josefina Manresa a quien había conocido en un taller de la calle mayor donde ella trabajaba. Son poemas de amor que nacen del conflicto entre la pasión del poeta y la contención y timidez de la novia, amor atormentado íntimamente unido a la muerte.
En muchos poemas de El rayo que no cesa los símbolos dominantes son: hacha, cuchillo, rayos, espada, piedra, estalactitas, símbolos de significado fálico que evidencian el tema del amor erótico y la insatisfacción sexual y tienen un evidente sentido trágico; pero hay otros símbolos como la tierra, el toro, la sangre que aparecen con insistencia.
El mito bíblico de la creación del hombre a partir del barro y la sacralización y el simbolismo de la tierra en los mitos primitivos están presentes en los versos del soneto 15:

Me llamo barro aunque Miguel me llame
barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame2.


En la conmovedora Elegía a Ramón Sijé, el mito de la tierra se hace presente vinculada a la vida y a la muerte. De ella brota la vida y en ella descansan los muertos, es cuna y sepultura. La tierra es diosa de la fecundidad y de la vida porque en ella se cumple el ciclo completo del ser: nacimiento, desarrollo, muerte y resurrección.
La tierra como símbolo va aparecer también en muchos de los últimos poemas del autor con el doble significado de vida y muerte. En muchas culturas primitivas se realiza las síntesis cosmobiológica Tierra - Madre - Luna, figuras típicas de la mitología agraria. La tierra es la mejor expresión de la fecundidad y de la maternidad, es el elemento femenino por excelencia y fecundada produce las plantas, el alimento, la vida pero también recibe a los muertos, los devora, aunque los devuelva transformados en otros seres naturales. La tierra es madre y nodriza universal, imagen ésta que se encuentra por todas partes, bajo formas y variantes innumerables. Es la <> o la <>, bien conocida de las religiones mediterráneas, que da vida a todos los seres. <>
Las Coéforas de Esquilo y muchos mitos indígenas, contienen esta glorificación de la tierra como cuna y como sepultura.
Miguel Hernández anhela fundirse con la tierra en una actitud panteísta profundamente angustiada. Se abraza a la tierra consoladora deseando perpetuarse, venciendo a la muerte aniquiladora. La resurrección a la que aspira no es la misma del ideal cristiano. Su angustia existencial no se resuelve en una esperanza de vida eterna según establece el cristianismo. Miguel Hernández es religioso pero se ha alejado del catolicismo, reconciliándose con la naturaleza, con el Cosmos, que por ser hechura divina, es sagrado. Miguel Hernández es parte de esa naturaleza, una savia de vida natural lo recorre; él es un ser más de ese mundo maravilloso al que pertenece y en él anhela permanecer después de muerto, inmerso en la materia sagrada del Cosmos; unión mística con el Cosmos que se traduce en eternidad.
Miguel Hernández no quiere ser estatua ni quiere ser momificado por el tiempo. Su vitalidad exuberante ahuyenta a la muerte fría de polvo secular; lo que quiere es vida, ser y dar vida reintegrada plenamente a la tierra en amorosa y fecunda unión; la tierra es soñada como una totalidad viva, sagrada. El agua va a constituir otro de los hermosos mitos poéticos de consuelo frente a la muerte elaborados por el poeta y desarrollados en Égloga y El Ahogado del Tajo, dedicados, el primero, a Garcilaso y el segundo, a Bécquer, poetas admirados y con los que coincide en la visión atormentada del amor. Agua es vida y eternidad al mismo tiempo que es muerte, evoca una pérdida, una huida. Garcilaso es como aquellas “corrientes aguas, puras, cristalinas” que recorren plácidamente su poesía. Garcilaso es agua, así como Miguel Hernández es tierra:

Yo que llevo cubierta de montes la memoria
y de tierra vinícola la cara
esta cara de surco articulado4.

El toro es otro símbolo fundamental en la poesía de Miguel Hernández significando amor y muerte, el doble sentimiento que gobierna la vida del poeta: erotismo – amor y conciencia de la muerte, el destino trágico del hombre, nacido para morir. Esta dualidad amor y muerte, define al toro. Del mito clásico arranca la significación toro = erotismo, cuando Júpiter se transforma en toro “color del sol con cuernos de luna creciente” para raptar a Europa. El toro es símbolo de fuerza y virilidad con poder fecundador pero también es símbolo de muerte, de allí, la identificación del poeta con el toro, el destino de muerte los une: el poeta y el toro son victimas impotentes del destino.
La vida trágica del toro se emparenta con la vida trágica de Miguel Hernández, tragicidad reafirmada por otros símbolos como el cuchillo y la sangre.
El tema del destino fatídico y de vida amenazada se vuelve obsesivo delatando la angustia y la crisis existencial del poeta plasmado en las imágenes desgarradas de “Sino Sangriento”:

Criatura hubo que vino
desde la sementera de la nada,
y vino más de una,
bajo el designio de una estrella airada
y en una turbulenta y mala luna5.

Las imágenes de violencia y destrucción se suceden vertiginosamente en un movimiento furioso que expresa el nacimiento del poeta marcado por la desgracia. Una hecatombe universal se produjo y cayó sobre él todo el odio del mundo y todo el furor cósmico. El símbolo del cuchillo heridor del “El rayo que no cesa” vuelve a aparecer en este dramático poema:

Vine con un dolor de cuchillada,
me esperaba un cuchillo a mi venida,
me dieron a mamar leche de tuera,
zumo de espada loca y homicida,
y al sol el ojo abrí por vez primera
y lo que vi primero era una herida
y una desgracia era6.

Con el fatídico cuchillo, símbolo de muerte, va la sangre y la imagen de víctima sangrante del poeta. La sangre, sinónimo de tragedia y muerte lo persigue desde su nacimiento; la sangre define lo humano, cada persona es “otro borbotón de sangre”, “otra cadena”, y la Humanidad es un conjunto de sangres, un río de sangres.
<>, <>, <>, <>, <>, son algunas de las imágenes que conforman un paradigma revelador de la conciencia de destino trágico que tiene el poeta.
Otro poema desarrollado sobre la imagen de la sangre es Mi sangre es un camino, que muestra un tratamiento temático semejante. La sangre es la simplificación del ser humano que se exalta acosado por el deseo; el hombre es cuerpo, es sangre, es deseo de amor, deseo violento, que el poeta expresa plásticamente con imágenes violentas, agresivas, y un lenguaje crispado dominado por la aliteración. Los sustantivos contundentes y duros: martillazos, mordiscos, bramidos, garfios, erizo, uñas, hornos, herrería, y los verbos de movimiento que expresan dolor y tortura como clava, enloquece, rodea, altera, caiga, nos dicen de la pasión atormentada y del deseo furioso que domina al poeta, que una vez más está simbolizado por el toro, apasionados y trágicos los dos.
El diálogo con la amada se hace súplica ardiente y desesperada, y las imágenes del toro y la sangre se suceden con violencia:

Mujer, mira una sangre,
mira una blusa de azafrán en celo,
mira un capote liquido ciñéndose en mis huesos
como descomunales serpientes que me oprimen
acarreando angustia por mis venas7.


La sangre, liquido vital, se agiganta amenazadora como fuerza sagrada que domina al hombre con su dictamen feroz como si estuviera acometido por “herramientas de muerte, rayos, hachas”. La sangre enamorada busca desesperadamente su fusión con la sangre de la amada; el deseo erótico se desborda en imágenes colmadas de pasión; después de haber tenido una crisis y un conflicto entre las llamadas de su cuerpo y el complejo de culpa, Miguel Hernández se libera de “la serpiente de las múltiples cúpulas”, “la serpiente escamada de casulla y cálices”, cuyos “anillos verdugos” / reprimieron y malaventuraron la nudosa sangre de mi corazón/ y libre, acepta sin remordimiento al cuerpo y al deseo, no como pecado, sino como expresión del amor y de la vida, por eso es la expresión cruda y directa de su pasión primitiva con imágenes desenvueltas, de gran espontaneidad y de gran belleza; la naturaleza que es poesía, vive en los versos de Miguel Hernández prodigándose en simplicidad, en sencillez y en pureza:

Ay qué ganas de amarte contra un árbol,
ay que afán de trillarte en una era,
ay qué dolor de verte por la espalda,
y no verte la espalda contra el mundo8!


El poeta sabe que su sangre es un camino que termina en las entrañas de la amada, íntima fusión para perpetuarse eternamente. La sangre es entonces, fuente de vida, del amor, aun cuando también es tragedia, muerte, sangre derramada al cumplirse el destino fatídico que amenaza al hombre y lo empuja a la nada. Cada ser sólo es camino de paso de la sangre, un objeto, un camino hacia la muerte donde desembocan todos los ríos de sangre de la humanidad.
La preocupación existencial de Miguel Hernández sobre la vida y la muerte lo lleva a definir una mística naturalista de la sangre por la cual el hombre se eterniza y perpetúa en el hijo, representación de la Humanidad futura. Sangre-vida, “esbelta y laboriosa”, que no solo lo empuja al amor, sino sangre que lo impulsa a luchar por la patria, por los pobres, por la humanidad; la sangre se suma a otras sangres en un esfuerzo común por liberar al hombre de la opresión y el sufrimiento. En este conjunto de poemas escritos entre 1935 y 1936, domina el tono sombrío, proveniente de la intuición de vida amenazada y de destino trágico.
Temas de amor, vida y muerte se convierten en metáforas obsesivas en la obra de Miguel Hernández, reveladoras de su mito personal. La muerte acechante, el ansia de amor, el terror a la nada, el deseo de trascendencia, el destino asumido como fatalidad, son los componentes de este mito personal que el poeta expresa con una serie de construcciones míticas: mito del agua preservadora, mito de la tierra eternizadora, mito de la sangre, mito de la luna, reveladores de la angustia existencial del poeta.
La proximidad de Miguel Hernández al hombre primitivo se manifiesta en que ambos tienen semejantes preocupaciones existenciales y buscan la explicación a estos fenómenos humanos. Ambos participan de lo sagrado de la naturaleza y recurren a los mitos para salvarse de las fuerzas destructoras que pueblan el mundo misterioso que lo rodea. El amor y la muerte son expresados con numerosos símbolos e imágenes que se integran en un orden que refleja una visión coherente del mundo y del espíritu. Expresar a la naturaleza como un todo sagrado del que forma parte el poeta revela el fondo religioso de Miguel Hernández y su angustia existencial porque la visión del mundo trágica no puede disociarse de su condición animista de la naturaleza, sino que ésta última es expresión de la primera, <>, penetrado de sentido trágico revelador de los fantasmas del poeta y de su “mito personal”.
El mito personal designa primero una imagen compleja que parece habitar lo psíquico del poeta y que consiste en una mutación de la sangre y del cuerpo en savia vegetal. El mito personal se va a manifestar constantemente a lo largo de la obra de Miguel Hernández combatido y vuelto a resurgir al cabo de desarrollos diversos y a veces contradictorios y va a desembocar en el compromiso político y en la participación activa en la Guerra Civil.
Viento del pueblo (1937) es el tercer libro de poesía de Miguel Hernández, producto de la vivencia personal durante la circunstancia más dolorosa de la España Contemporánea: la guerra civil, contienda terrible que enlutó al territorio español sumiéndolo en la más honda tragedia de muerte y destrucción.
Miguel Hernández, con el idealismo del más puro romanticismo, se lanza a la lucha con su voz de poeta y con el fusil de soldado. Pero es una voz diferente porque ha asumido al pueblo, se siente llamado a ser intérprete y guía de esa masa popular que, desde las filas republicanas, lucha por un país mejor, en el que desaparezcan la injusticia y la explotación. La fe en ese ideal y el amor al pueblo marginado, a esos pobres de España de cuyas filas forma parte, lo llevan a asumir ardorosamente el compromiso político y su voz de poeta será la voz del pueblo en lucha. Por eso su poesía cambia al alejarse de la poesía intima que ponía el acento en el canto de amor y en todos aquellos temas individuales y subjetivos; de aquella temática individual, el poeta pasa a una temática de tipo social. Su poesía se transforma en poesía social de clara intención política. En realidad, en la poesía de Miguel Hernández cada etapa corresponde a una formalización diferente del mensaje. El rayo que no cesa tiene un formalismo ultraclásico, a través de moldes tradicionales y con referencia a un yo a la vez sujeto y objeto. Los poemas de guerra marcan un nuevo rumbo formal que apuntan a lo universal con un doble sistema de referencia, el yo y el mundo, la guerra y los hombres, etc. Viento del pueblo así como El pastor de la muerte y el Teatro en la guerra son obras producto del compromiso político de Miguel Hernández y es la expresión del momento histórico que vive el país.
El hombre acecha fue compuesto entre 1937 y 1939, con dedicatoria a Pablo Neruda. Consta de dieciocho poesías, que por su contenido, es la continuación de Viento del pueblo. Sin embargo el tono del poeta ha cambiado y el optimismo anterior se ha trocado en tristeza y amargura.
La guerra ha sido una experiencia esclarecedora de la violencia y la crueldad humana. El hombre es víctima del hombre, el hombre acecha al hombre. Aún cuando hay poesías que continuarán siendo de denuncia social, de propaganda y de llamado al combate, hay otras en que predomina la tristeza, el cansancio y la desilusión, consecuencia de ese tiempo de sangre, de ese camino de sangre que recorre a España.
El último libro de poemas de Miguel Hernández, Cancionero y Romancero de Ausencias, así como la sección titulada Últimos Poemas, corresponden al periodo 1938 – 1941 escrito en la desgracia de la derrota, en la felicidad del matrimonio (9-3-37), el nacimiento del primer hijo (19-12-37), el horror de su pérdida (19-10-38) seguida del nacimiento de otro hijo (4-01-39), escrito, finalmente, en la experiencia cotidiana del condenado y del preso político. Son pues los poemas que, intensamente humanos, van a oscilar entre el canto apasionado de amor a la esposa y el dolor y la pesadumbre por la muerte de su primer niño; cantos iluminados y ensombrecidos por la separación injusta de la esposa y del segundo hijo que como un eco del primero llenó de ilusión y gozo esos sombríos años de cárcel absurda que lo condujeron finalmente a la muerte.
En este poemario, igual que en El Rayo que no cesa, además del tono bajo, melodioso e íntimo, el objeto del canto es el mismo, Josefina. El canto a la novia se transforma en canto a la esposa y a la madre; el canto de amor insatisfecho, de pena de amor, es ahora canto de amor pleno, aunque también es pena de ausencia. Amor y dolor, vida y muerte son los ejes temáticos de esta última parte de la obra de Miguel Hernández, que realmente, son los ejes temáticos de toda la obra, expresión fehaciente de una vida atormentada entre el ansia de vivir y la certeza del destino de muerte que amenaza al hombre. En este libro, el autor maneja gran cantidad de mitos y símbolos de la misma forma como lo hace el hombre primitivo, identificándose con su concepción del mundo sacralizadora de la vida orgánica.
Miguel Hernández sabe entablar un dialogo con el Cosmos y utiliza el lenguaje simbólico. Entre estos símbolos, la luna aparece insistentemente. Ya dijimos antes las variadas significaciones que tiene en Perito en Lunas, asociada sobre todo al misterio de la poesía y al destino poético del autor, aun cuando ya se hacia referencia a la significación de maternidad y fecundidad. A través de los mitos y los símbolos de la luna, el hombre percibe la relación de solidaridad entre tiempo, nacimiento, muerte, resurrección, sexualidad, fertilidad, lluvia, vegetación, etc. Siendo la luna el astro de los ritmos vitales, que <> la luna es entonces, tiempo, vida que nace, crece y muere en el fluir del tiempo.

En el primer poema (Hijo de la Sombra), del tríptico Hijo de la Luz y de la Sombra, la luna está unida a la noche, a lo femenino y a la fecundidad. Los primitivos están convencidos que la luna ejerce una acción sobre la mujer como lo ejerce sobre la vegetación; por eso, la luna es vida, es fecundidad y la esposa es <>. La luna preside el amor de los amantes y la amada es noche, fuente de oscuridad, es sombra, es luna.
Si la esposa es luna, oscuridad, la media noche, el esposo, en cambio, es sol, luz, claridad, fuego, día. El amor convierte a su cuerpo en una llamarada, todo su ser se enciende poseído por el sol, por su fuerza y su poder, amor cósmico que rompe los límites de lo humano, en una identificación con el universo.
El vientre de la esposa se ha hecho <>, recogiendo en <>, y el hijo que está en la sombra como un anhelo como una aspiración brotará como un relámpago de esa unión cósmica hecha de luceros y de luna, de sol y fuego; el hijo está en la esposa – sombra, en la esposa – noche.
La unión astral se cumplió y Miguel Hernández ha recreado el antiguo mito de las bodas del sol y de la luna; la identificación de la esposa con la luna y con la noche proviene del sentido de feminidad que siempre se les ha dado en todas las mitologías; siempre aparecen relacionadas con el principio pasivo, lo femenino y el inconsciente; y el sentido de generadora de vida, coincide con el que le da Hesíodo que llamó a la noche, madre de los dioses, por ser opinión de los griegos que la noche y las tinieblas han precedido la formación de todas las cosas, de allí el significado de fertilidad, de simiente. El hecho de ser esposa – sombra, sugiere que sin ser día, es el estado previo, promete el día y lo prepara.
En el poema II del tríptico (Hijo de la Luz), una vez fecundada, la esposa deja de ser noche para convertirse en alba, hecha de luz difusa, como un tenue amanecer, <> que como un tímido fulgor se convertirá en luminoso esplendor. El sol, el fuego y la luz van a ser los símbolos sobre los que se desenvuelve este segundo poema de la trilogía del Hijo de la Luz y de la Sombra.
El útero materno es centro de claridades; el hijo anhelado es luz, es eje de sus vidas, sobre él asentarán su felicidad.
Igual que la concepción del hijo, el parto se presenta igualmente cósmico y el poeta acude a la hipérbole para significar su grandiosidad:

La gran hora del parto, la más rotunda hora:
estallan los relojes sintiendo tu alarido,
se abren todas las puertas del mundo, de la aurora,
y el sol nace en tu vientre donde encontró su nido9.


El nacimiento del hijo metafóricamente expresado con el nacimiento del sol, se vincula también a aquellos mitos primitivos que explicaban el origen del fuego como producido por el vientre de la mujer; veamos el paralelismo entre el último verso de la estrofa citada y un mito de América del Sur recogido por Frazer en el libro Mitos sobre el Origen del Fuego y que cita Gastón Bachelard en su obra Psicoanálisis del fuego; en este mito el héroe quiere obtener el fuego que es la base del mito de Prometeo, y para ello persigue a una mujer, la atrapa, la sujeta y la amenaza con hacerla prisionera si no le revela el secreto del fuego.

Después de varias tentativas de escape, la mujer consintió en ello. Se sentó sobre el suelo, con las dos piernas muy separadas. Apretando con los puños la parte superior de su vientre, le imprimió una enérgica sacudida y una bola de fuego rodó sobre el suelo fuera de su conducto genital10.

El proceso del parto ha terminado con el nacimiento del fuego, fuego del amor como dice Bachelard, de la misma manera como en la estrofa citada, la esposa ha parido al hijo – sol. La esposa está identificada con el Cosmos, con el Universo y es una deidad generadora del sol, de la aurora, de la vida; por eso, en el nacimiento, <>. Miguel Hernández está recreando el mito de la creación. Las tinieblas prenatales corresponden a la noche anterior a la creación y a las tinieblas de la choza iniciática…La noche de la que cada mañana nace el sol simboliza el caos primordial y la salida del sol es una réplica de la cosmogonía. La esposa es la divinidad de donde procede el sol, el hijo – sol que primero fue sombra. Todas las experiencias religiosas en relación con la fecundidad y el nacimiento tienen una estructura cósmica.
El hijo ha llegado y con él, la eternización de los padres. La corriente de sangre, de vida de los padres no se detiene sino que se continua en la del hijo que será a su vez simiente de otras vidas y los padres vivirán en la memoria del hijo, en la de los hijos de éste y en todos los hijos y será un consuelo ante la muerte porque no se desaparece del todo en esta carrera de relevo que es la vida, por eso el poeta dice:



Hijo del alba eres, hijo del mediodía
y ha de quedar de ti luces en todo impuestas,
mientras tu madre y yo vamos a la agonía,
dormidos y despiertos con el amor a cuestas11.


En el poema III (Hijo de la luz y de la sombra), el entusiasmo y la alegría por el acontecimiento de la llegada del hijo, continúa en unos versos plenos de amor y de ternura a la esposa donde las imágenes hiperbólicas traslucen la magnitud de sus sentimientos y emociones. La lactancia, el hecho tiernísimo de lactar al recién nacido le dicta versos emocionados de una belleza sin límites. El mána, hecho de leche y miel que brota de la madre, alimenta al hijo amado:

Se han desbordado, esposa, lunarmente tus venas,
hasta inundar la casa que tu sabor rezuma.
y es como si brotaras de un pueblo de colmenas,
tú toda una colmena de leche con espuma12.


El amor apasionado a la esposa se traduce en aspiración de unión total permanente, ser el uno en el otro, unidad indivisible y eterna, aspirando el poeta a quedarse para siempre en el vientre materno. La esposa – madre cobra un sentido nuevo al convertirse en anhelo de refugio para el poeta.
El amor eterniza a los amantes y este amor cósmico, eterno, absorbe y asume todo el infinito y todo el tiempo. Los amantes son los protagonistas de un amor sin tiempo y sin espacio; es el amor mítico de los primeros hombres, son el símbolo del amor eterno y son por lo tanto los salvadores del mundo, los salvadores de la humanidad que es trascendida y salvada del olvido gracias al amor:

Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,
seguiremos besándonos en el hijo profundo.
Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
se besan los primeros pobladores del mundo13.


Cada libro de poemas traduce las experiencias, las vivencias y conflictos existenciales del poeta; el despertar sexual, el conflicto entre el amor y el temor al pecado, el alejamiento de la religión católica, el amor por Josefina y los sufrimientos que se derivan del amor insatisfecho; el dolor por la muerte del amigo, la guerra civil, el matrimonio, los hijos, la cárcel, toda su vida recorre esta poesía que como la vida misma es contradictoria, unas veces luminosa, sonriente y optimista y otras, terriblemente triste, ensombrecida por la pena, por la desilusión y la muerte. Es la dialéctica de la vida que se traduce en una poesía igualmente dialéctica, de movimiento pendular entre la luz y la sombra, entre la vida y la muerte. La esencia trágica de la existencia humana queda hermosamente expresada en los siguientes versos:

Llegó con tres heridas,
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario