Artículo publicado por el Dr. Ricardo Gil Otaiza en la edición de El Universal del 11-10-2013
Termino
de leer Puerto
de sombras. Antología poética 1989-2009 (El
Aleph, 2012), de la poeta zuliana Lilia Boscán de Lombardi (que
llega a mí de manera azarosa por bondad del rector Ángel Lombardi)
y he quedado profundamente impactado con la hondura de su propuesta;
con ese discurrir desde la ontológico y la memoria que buscan
indagar en donde yacen las más sutiles emociones. Logra la autora
explorar con acierto en su propia intimidad, hasta hallar los
claroscuros propios de quien ha transitado un camino y hace el
balance de lo acontecido con un dejo de nostalgia; como si en ella
anidaran las sombras de un pasado que de pronto regresan al presente
para así zanjar viejas (y nuevas) heridas.
Conforman el volumen varios textos que alcanzan una misma cima literaria desde sus profundas diferencias estéticas. Poemas de soledad; Voces; Surco de origen; En el corazón del vértigo; Desde el signo que me nombra y Letra herida, indagan en el alma humana, hacen el rastreo de lugares y de cosas para constituir una sonoridad que sólo es posible hallar en la intimidad, en la ingrimitud del "yo", hasta alcanzar la completud de un verso que se hace así mismo desde el dolor, desde las sombras de lo existencial y se interna en los sueños de la vigilia de quien encuentra el sentido del día a día en el cotejo con la memoria. Nadie como Boscán de Lombardi para auscultar en los recodos de la nada, en las sombras, en los intersticios del silencio que se hace realidad en la medida que logra erigir una plenitud que se hace así misma a través de la nostalgia por lo vivido y lo dejado. Nos dice perpleja: "Sonámbulos, casi a ciegas,/buscamos huellas pasadas,/perseguimos nuestras sombras/y alejamos el olvido".
Indaga la autora en la poética filosófica y azuza en los lectores grandes certezas e iguales incertidumbres. No podemos ser indiferentes frente a la propuesta de esta poeta zuliana, que toca nuestra sensibilidad hasta el punto de sumergirnos en una nada sólo posible desde la exactitud de unos versos rayanos en la perfección. Poseen sus textos una fuerza incontenible y arrolladora, un magnetismo que nos atrapa desde la primera página hasta conducirnos de manera inexorable a recorrerlos todos, a disfrutar de sus abismos, de su lúgubre sentido de la realidad, de sus espacios plenos de imágenes que evocan la infancia, las casas, la naturaleza y la vida familiar.
Los fantasmas del padre y de la hija recorren estas páginas y las impregnan de dolor, de dulce desvarío, de vaga melancolía que intenta recuperar la memoria de una felicidad rota de manera inexorable hasta convertirse en tragedia, en punzada infinita, en dolor eterno que se hace consuelo a través de la palabra y del verso. Ya nada podrá recuperar el tiempo ido, la alegría de antes, la ilusión de un devenir trazado para ser vivido desde la felicidad y no desde la nada de la muerte y del olvido. Insiste Boscán de Lombardi en hacernos testigos de la desventura del devenir humano, de sus conspicuos percances, de las jugarretas de un destino que no descansa hasta hacernos presas de sus iniquidades y de sus pérfidos azares. Pero ella no desmaya, no se rinde frente a la adversidad: y la reta, la llama para que de su rostro, la interpela desde el verso en donde es dueña absoluta de sus frágiles designios, para luego caer abatida con el corazón herido en medio de la nada: "Como un ciervo herido/que corre en la espesura/quise alejarme/con el corazón sangrante".
Cierro este volumen con la extraña sensación dicotómica de lo sagrado y lo metafísico; como si desde el verso pudiésemos "conjurar" el dolor para renovarlo, para volver sobre él; como si no nos bastara con la dura realidad y regresáramos a ella desde el recuerdo para librar la cruel batalla de la finitud y la inmortalidad, de la vida versus la vida; del yo frente a nosotros mismos: "Regreso del exilio/de tu ausencia,/mi dolor está cautivo/en la memoria,/es mi dolor/y no quiero que se vaya". Que no se vaya y nos replique desde la página y nos recuerde mil veces que somos más humanos desde la perspectiva de lo abstracto, del arte de poetizar, de recomponer con hilos de palabras los jirones de nuestra existencia.
Conforman el volumen varios textos que alcanzan una misma cima literaria desde sus profundas diferencias estéticas. Poemas de soledad; Voces; Surco de origen; En el corazón del vértigo; Desde el signo que me nombra y Letra herida, indagan en el alma humana, hacen el rastreo de lugares y de cosas para constituir una sonoridad que sólo es posible hallar en la intimidad, en la ingrimitud del "yo", hasta alcanzar la completud de un verso que se hace así mismo desde el dolor, desde las sombras de lo existencial y se interna en los sueños de la vigilia de quien encuentra el sentido del día a día en el cotejo con la memoria. Nadie como Boscán de Lombardi para auscultar en los recodos de la nada, en las sombras, en los intersticios del silencio que se hace realidad en la medida que logra erigir una plenitud que se hace así misma a través de la nostalgia por lo vivido y lo dejado. Nos dice perpleja: "Sonámbulos, casi a ciegas,/buscamos huellas pasadas,/perseguimos nuestras sombras/y alejamos el olvido".
Indaga la autora en la poética filosófica y azuza en los lectores grandes certezas e iguales incertidumbres. No podemos ser indiferentes frente a la propuesta de esta poeta zuliana, que toca nuestra sensibilidad hasta el punto de sumergirnos en una nada sólo posible desde la exactitud de unos versos rayanos en la perfección. Poseen sus textos una fuerza incontenible y arrolladora, un magnetismo que nos atrapa desde la primera página hasta conducirnos de manera inexorable a recorrerlos todos, a disfrutar de sus abismos, de su lúgubre sentido de la realidad, de sus espacios plenos de imágenes que evocan la infancia, las casas, la naturaleza y la vida familiar.
Los fantasmas del padre y de la hija recorren estas páginas y las impregnan de dolor, de dulce desvarío, de vaga melancolía que intenta recuperar la memoria de una felicidad rota de manera inexorable hasta convertirse en tragedia, en punzada infinita, en dolor eterno que se hace consuelo a través de la palabra y del verso. Ya nada podrá recuperar el tiempo ido, la alegría de antes, la ilusión de un devenir trazado para ser vivido desde la felicidad y no desde la nada de la muerte y del olvido. Insiste Boscán de Lombardi en hacernos testigos de la desventura del devenir humano, de sus conspicuos percances, de las jugarretas de un destino que no descansa hasta hacernos presas de sus iniquidades y de sus pérfidos azares. Pero ella no desmaya, no se rinde frente a la adversidad: y la reta, la llama para que de su rostro, la interpela desde el verso en donde es dueña absoluta de sus frágiles designios, para luego caer abatida con el corazón herido en medio de la nada: "Como un ciervo herido/que corre en la espesura/quise alejarme/con el corazón sangrante".
Cierro este volumen con la extraña sensación dicotómica de lo sagrado y lo metafísico; como si desde el verso pudiésemos "conjurar" el dolor para renovarlo, para volver sobre él; como si no nos bastara con la dura realidad y regresáramos a ella desde el recuerdo para librar la cruel batalla de la finitud y la inmortalidad, de la vida versus la vida; del yo frente a nosotros mismos: "Regreso del exilio/de tu ausencia,/mi dolor está cautivo/en la memoria,/es mi dolor/y no quiero que se vaya". Que no se vaya y nos replique desde la página y nos recuerde mil veces que somos más humanos desde la perspectiva de lo abstracto, del arte de poetizar, de recomponer con hilos de palabras los jirones de nuestra existencia.